30/05/2018, 15.09
VATICANO
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Papa: atletas de Corea del Norte y del Sur, juntos, en la audiencia general

“Un mensaje de paz para toda la humanidad” fue de esta manera que Francisco definió la exhibición de taekwondo, al término de la cual se exhibió una larga pancarta en la cual se leía la leyenda “La paz es más valiosa que el triunfo”. Con la Confirmación, los confirmados reciben el don del Espíritu Santo, “una impronta espiritual indeleble, el ‘carácter’ que configura más perfectamente a Cristo”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Un mensaje de paz para toda la humanidad”. El Papa Francisco definió de esta manera una exhibición completamente insólita de taekwondo, el arte marcial coreano, que fue presentada durante la audiencia general de hoy por atletas del norte y del sur de Corea, mientras resonaban las notas del Ave María, y la cual se concluyó con el despliegue de una larga pancarta en la cual figuraba la leyenda “La paz es más valiosa que el triunfo” (en la foto).  

Previo a ello, prosiguiendo con el ciclo de catequesis sobre el sacramento de la Confirmación, Francisco centró su meditación en el sello del Espíritu. Con la Confirmación, dijo a las 20.000 personas presentes en plaza San Pedro, los confirmados renuevan las promesas bautismales y reciben los dones del Espíritu: es “una impronta espiritual indeleble, el ‘carácter’, que lo configura más perfectamente a Cristo, y que le da la gracia de esparcir su “buen perfume” en medio de los hombres.

“Antes de recibir la unción espiritual que confirma y refuerza la gracia del Bautismo –dijo-, los confirmados son llamados a renovar las promesas hechas aquél día por sus padres y padrinos. Ahora son ellos mismos los que profesan la fe de la Iglesia, y se disponen a responder «creo» ante las preguntas que les dirige el Obispo; dispuestos, en particular, a creer «en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida, y que hoy, por medio del sacramento de la Confirmación, se les confiere [a ellos] de un modo especial, tal como sucedió a los Apóstoles en el día de Pentecostés» (Rito de la Confirmación,  n. 26)”.

“Dado que la venida del Espíritu requiere de corazones recogidos en oración (cfr. Hechos 1,14), luego de la oración silenciosa de la comunidad, el Obispo, extendiendo las manos sobre los confirmados, suplica a Dios que infunda en ellos su Santo Espíritu Paráclito. Uno solo es el Espíritu  (cfr. 1 Corintios 12,4), pero al venir a nosotros, trae consigo la riqueza de sus dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, y santo temor de Dios (cfr. Rito de la Confirmación, nros. 28-29)”. “Según el profeta Isaías (11,2), estas son las siete virtudes que el Espíritu Santo derrama sobre el Mesías para el completamiento de su misión. San Pablo también describe el abundante fruto del Espíritu, que es «amor, alegría, paz, generosidad, bondad, fidelidad, comprensión, dominio de sí» (Gálatas 5,22). El único Espíritu distribuye múltiples dones, que enriquecen a la única Iglesia: es el Autor de la diversidad, pero al mismo tiempo el Creador de la unidad. De esta manera, el Espíritu Santo otorga todas estas riquezas que son distintas, pero conforman la unidad”.

“Según la tradición atestiguada por los Apóstoles, el Espíritu que completa la gracia del Bautismo se comunica a través de la imposición de las manos (cfr. Hechos 8,15-17; 19,5-6; Hebreos 6,2). A este gesto bíblico, y a fin de expresar mejor la efusión del Espíritu, que impregna a cuantos lo reciben, muy pronto se agregó una unción de aceite perfumado, llamado crisma, que se siguió utilizando hasta el día de hoy, tanto en Oriente como en Occidente (cfr.  Catecismo de la Iglesia Católica, 1289). El aceite es una sustancia terapéutica y cosmética, que al entrar a los tejidos del cuerpo, funciona como una medicina para las heridas y perfuma los miembros; por estas cualidades, fue adoptado por la simbología bíblica y litúrgica para expresar la acción del Espíritu que consagra e impregna al bautizado, embelleciéndolo con carismas. El Sacramento es conferido mediante la unción del crisma sobre la frente, llevada a cabo por el Obispo con la imposición de la mano, y mediante las palabras: «Recibe el sello del Espíritu Santo, que se te concede como don». El Espíritu Santo es el don invisible prodigado, y el crisma es el sello visible del mismo. A imagen de Cristo, que lleva sobre sí el sello del Padre (cfr. Juan 6,27), también los cristianos son marcados con un sello que dice a quién pertenecen, al servicio de Quién se colocan, para siempre (cfr. CIC, 1295-1296). Así lo explica San Pablo: «Es Dios mismo el que nos confirma en Cristo y el que nos confiere la unción, el que nos ha impreso el sello y el que ha dado a nuestros corazones el anticipo del Espíritu’» (2 Corintios 1,21-22; cfr. Efesios 1,13)”.

“Escuchemos nuevamente –concluyó el Papa- la invitación de San Ambrosio a los flamante confirmados: «Recuerda que has recibido el sello espiritual […] y conserva aquello que has recibido. Dios Padre te ha marcado, te ha confirmado Cristo, el Señor, y ha puesto en tu corazón como prenda el Espíritu (De mysteriis 7,42: CSEL 73,106; cfr. CIC, 1303). El Espíritu es un don inmerecido, que debe ser acogido con gratitud, haciendo espacio para su creatividad inagotable. Es un don que debe ser custodiado con diligencia, que debe ser secundado con docilidad, dejándose plasmar, como la cera, por su ardiente caridad, «para reflejar a Jesucristo en el mundo de hoy» (Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 23)”.

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