Papa: al escuchar la confesión, recuerda que el amor de Dios es más grande que cualquier pecado
“El pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él. Pero esto no significa que Él se aleje de nosotros”. “El sacerdote confesor no es la fuente de la Misericordia ni de la gracia: no; es, ciertamente, instrumento de éstas, pero siempre es sólo instrumento!” jamás es “dueño de las conciencias”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “El amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar, y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos”. Lo ha recordado el Papa Francisco en la celebración penitencial de esta tarde en la basílica de San Pedro, durante la cual él se confesó y por casi una hora, confesó a algunos fieles.
Francisco ya había hablado de la confesión esta mañana, al recibir a los participantes del XXIX Curso sobre el Fuero interno, organizado por la Penitenciaría apostólica. Quien confiesa, les dijo, debe ser maestro, educador, pastor. Siempre un “testigo de la misericordia”, jamás un “dueño de las conciencias”. “El sacerdote confesor no es la fuente de la Misericordia ni de la gracia: no; es el indispensable instrumento de éstas, pero, es siempre, ¡sólo instrumento! Y cuando el sacerdote se adueña de esto, impide que Dios actúe en los corazones. Esta conciencia debe favorecer una atenta vigilancia sobre el riesgo de convertirse en ‘dueño de las conciencias’, sobre todo en la relación con los jóvenes, cuya personalidad aún se está formando y, por lo tanto, es mucho más fácilmente influenciable”.
Mientras más “desaparece el sacerdote”, más “aparece” con claridad “Cristo, sumo y eterno sacerdote”. Esto ayuda al confesor a tener esa actitud de humildad indispensable para entrenarse en el segundo requisito: “saber escuchar las preguntas antes de ofrecer las respuestas”. “El confesor está llamado a ser un hombre de escucha: escucha humana del penitente, y escucha divina del Espíritu Santo. Escuchando de verdad al hermano en el coloquio sacramental, nosotros escuchamos a Jesús mismo, pobre y humilde; escuchando al Espíritu Santo, actuamos con una atenta obediencia, nos volvemos oyentes de la Palabra y entonces ofrecemos el servicio más grande que podamos brindar a nuestros jóvenes penitentes: los ponemos en contacto con Jesús mismo”.
“Sabemos –siguió diciendo por la tarde- que la condición de pecado tiene como consecuencia el alejamiento de Dios. De hecho, el pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él. Pero esto no significa que Él se aleje de nosotros. La condición de debilidad y confusión en la que el pecado nos sitúa, constituye una razón más para que Dios permanezca cerca de nosotros. Esta certeza debe acompañarnos siempre en la vida. Las palabras del Apóstol son un motivo que impulsa a nuestro corazón a tener una fe inquebrantable en el amor del Padre: «En caso de que nos condene nuestro corazón, [pues] Dios es mayor que nuestro corazón» (v. 20)”.
“Su gracia continúa trabajando en nosotros para fortalecer cada vez más la esperanza de que nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado que hayamos cometido rechazando su presencia en nuestras vidas”.
“Esta esperanza es la que nos empuja a tomar conciencia de la desorientación que a menudo se apodera de nuestra vida, como le sucedió a Pedro” cuando renegó de Jesús. “El canto del gallo sorprende a un hombre que todavía está confundido, después recuerda las palabras de Jesús y por último se rompe el velo, y Pedro comienza a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a morir por él. Pedro, que habría querido morir por Jesús, comprende ahora que debe dejar que muera por él. Pedro quería enseñar a su Maestro, quería adelantársele, en cambio, es Jesús quien va a morir por Pedro; y esto Pedro no lo había entendido, no lo había querido entender. Pedro se encuentra ahora con la caridad del Señor y entiende por fin que él lo ama y le pide que se deje amar. Pedro se da cuenta de que siempre se había negado a dejarse amar, se había negado a dejarse salvar plenamente por Jesús y, por lo tanto, no quería que Jesús lo amara totalmente. ¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor”.
23/12/2015