Papa: Queridos reclusos, ¡es el día de vuestro Jubileo! Que hoy, ante el Señor, vuestra esperanza se encienda
En la celebración del Jubileo de los reclusos, junto a los detenidos, familiares, al personal penitenciario, a las asociaciones de apoyo, capellanes de las cárceles, el Papa Francisco exhorta a la esperanza de “renacer a una vida nueva”. “¡Dios espera! Su misericordia no lo deja tranquilo. Es como el Padre de la parábola, que espera siempre el regreso del hijo que se ha equivocado”. No hubo ningún llamado a un indulto o a una amnistía: “El Jubileo, por su misma naturaleza, lleva consigo el anuncio de la liberación. No depende de mí poder concederla”. Los prisioneros “encerrados en su propios prejuicios”. La Madre y el Niño que tienen en sus manos una cadena rota, “la cadena de la esclavitud y de la prisión”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Queridos reclusos, ¡es el día de vuestro Jubileo! Que hoy, ante el Señor, vuestra esperanza se encienda”: es el augurio que el Papa Francisco ha dirigido hoy a un millar de detenidos en peregrinación jubilar, reunidos hoy en la Basílica de San Pedro. Junto a ellos, arribaron a Roma sus familiares, el personal penitenciario, capellanes de las cárceles y miembros de las asociaciones que brindan asistencia dentro y fuera de las cárceles.
En la homilía, el pontífice se concentró fundamentalmente en el tema de la esperanza, “la esperanza de renacer a una vida nueva”, “la esperanza [que] es don de Dios”, y que ha de ser pedida.
Las “raíces” de la esperanza son “la certeza de la presencia y de la compasión de Dios, no obstante el mal que hayamos cometido. No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios. Donde hay una persona que se ha equivocado, allí se hace presente con más fuerza la misericordia del Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación, paz”.
“Ciertamente, la falta de respeto por la ley conlleva la condena, y la privación de libertad es la forma más dura de descontar una pena, porque toca a la persona en su núcleo más íntimo. Y todavía así, la esperanza no puede perderse. Una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos, y otra cosa distinta es el «respiro» de la esperanza, que no puede sofocarlo nada ni nadie. Nuestro corazón siempre espera el bien; se lo debemos a la misericordia con la que Dios nos sale al encuentro sin abandonarnos jamás (cf. San Agustín, Sermones 254,1)”.
La esperanza también es una característica de Dios: “¡Dios espera! Su misericordia no lo deja tranquilo. Es como el Padre de la parábola, que espera siempre el regreso del hijo que se ha equivocado (cf. Lc 15,11-32). No existe tregua ni reposo para Dios hasta que no haya encontrado la oveja descarriada. Por lo tanto, si Dios espera, entonces la esperanza puede ser quitada a nadie, porque es la fuerza para seguir adelante; la tensión hacia el futuro para transformar la vida; el estímulo para el mañana, de modo que el amor con el que, a pesar de todo, nos ama, pueda ser un nuevo camino… En definitiva, la esperanza es la prueba interior de la fuerza de la misericordia de Dios, que nos pide mirar hacia adelante y vencer la atracción hacia el mal y el pecado con la fe y la confianza en él”.
En la vigilia de este jubileo hubo rumores según los cuales el pontífice habría pedido un indulto, o una amnistía para algunas categorías de prisioneros. En la homilía de Francisco no aludió al tema de forma explícita, sino que dijo: “El Jubileo, por su misma naturaleza, lleva consigo el anuncio de la liberación (cf. Lv 25,39-46). No depende de mí poder concederla”.
Y agregó: “pero suscitar el deseo de la verdadera libertad en cada uno de vosotros es una tarea a la que la Iglesia no puede renunciar”.
La “verdadera libertad” es necesaria incluso para quienes se encuentran fuera de las cárceles, y que tal vez con “una cierta hipocresía” son llevados “a ver sólo en vosotros personas que se han equivocado, para las que el único camino es la cárcel”.
“De este modo se olvida que todos somos pecadores y, muchas veces, somos prisioneros sin darnos cuenta. Cuando se permanece encerrados en los propios prejuicios, o se es esclavo de los ídolos de un falso bienestar, cuando uno se mueve dentro de esquemas ideológicos o absolutiza leyes de mercado que aplastan a las personas, en realidad no se hace otra cosa que estar entre las estrechas paredes de la celda del individualismo y de la autosuficiencia, privados de la verdad que genera la libertad. Y señalar con el dedo a quien se ha equivocado no puede ser una excusa para esconder las propias contradicciones”.
“Sabemos que ante Dios nadie puede considerarse justo (cf. Rm 2,1-11). Pero nadie puede vivir sin la certeza de encontrar el perdón. El ladrón arrepentido, crucificado junto a Jesús, lo ha acompañado en el paraíso (cf. Lc 23,43). Que, por lo tanto, ninguno de vosotros se encierre en el pasado. La historia pasada, aún si lo quisiéramos, no puede ser escrita de nuevo. Pero la historia que se inicia hoy, y que mira al futuro, está todavía sin escribir, con la gracia de Dios y con vuestra responsabilidad personal. Aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo de la vida. No caigamos en la tentación de pensar que no podemos ser perdonados. Ante cualquier cosa, pequeña o grande, que nos reproche el corazón, sólo debemos poner nuestra confianza en su misericordia, pues «Dios es mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3,20): sólo debemos confiarnos a su misericordia”.
Francisco luego subrayó que la fe también permite la experiencia del perdón: “Sólo la fuerza de Dios, la misericordia, puede curar ciertas heridas. Y donde se responde a la violencia con el perdón, allí también el amor que derrota toda forma de mal puede conquistar el corazón de quien se ha equivocado. Y así, entre las víctimas y entre los culpables, Dios suscita auténticos testimonios y obreros de la misericordia.”.
Por último, el Papa hace referencia a la imagen de la Virgen expuesta sobre el altar de la confesión, que representa a la Madre y al Niño llevando una cadena rota; “Hoy veneramos a la Virgen María en esta imagen que la representa como una Madre que tiene en sus brazos a Jesús con una cadena rota, las cadenas de la esclavitud y de la prisión. Que ella dirija a cada uno de vosotros su mirada maternal, y haga surgir de vuestro corazón la fuerza de la esperanza, para vivir una vida nueva y digna en plena libertad y en el servicio del prójimo”.