Papa: Como a Pedro, Cristo nos dice a nosotros; ‘mi Iglesia’
En el Ángelus, el Papa Francisco invita a todos a decir “mi Iglesia”, no “con un sentido de pertenencia exclusivo, sino con un amor inclusivo”. Pedro y Pablo “nos invitan a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia”. “Reconocer los dones de los demás sin malicia y sin envidias”. El saludo a los peregrinos de Vietnam.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Como un día a Pedro, hoy Cristo nos dice a nosotros “mi Iglesia”: en su reflexión antes del Ángelus, en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, el Papa Francisco se detuvo en el “término posesivo” con el cual Jesús expresa su afecto “a la Iglesia, a nosotros”.
“Para el Señor, nosotros no somos un grupo de creyentes o una organización religiosa; somos su esposa. Él mira a su Iglesia con ternura, la ama con una fidelidad absoluta, a pesar de nuestros errores y traiciones. Tal como le dijo a Pedro aquél día, él nos dice: ‘mi Iglesia”
“Y podemos repetirlo también, nosotros: mi Iglesia. No lo decimos con un sentido de pertenencia exclusivo, sino con un amor inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza de estar con los demás, porque Jesús nos quiere unidos y abiertos. En efecto, la Iglesia no es ‘mía’ porque responde a mi yo, a mis pretensiones, sino para que vuelque mi afecto en ella. Es mía porque cuida de mí, para que, como los Apóstoles del ícono, yo también la sostenga. ¿Cómo? Con el amor fraterno”.
Entre Pedro y Pablo, continuó, “no faltaron, entre ellos, las opiniones contrastantes y los debates sinceros (cfr Gal 2,11 ss.). Sin embargo, lo que los unía era infinitamente más grande: Jesús era el Señor de ambos, juntos decían ‘Señor mío’ a Aquél que dice ‘mi Iglesia’. Hermanos en la fe, nos invitan a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia. En esta fiesta, que une a dos Apóstoles tan distintos, sería bello decir: ‘Gracias, Señor, por esa personas distinta de mí: es un don para mi Iglesia”. Hace bien apreciar la calidad ajena, reconocer los dones de los demás sin malicia y sin envidias. La envidia provoca amargura por dentro, es vinagre derramada en el corazón. Vuelve amarga la vida. En cambio, qué bello es saber que nos pertenecemos mutuamente, porque compartimos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor”.
“Al final del Evangelio, Jesús le dice a Pedro: «Apacienta a mis ovejas» (Jn 21,17). Habla de nosotros, y dice mis ovejas, con la misma ternura con la cual decía mi Iglesia. Es este el afecto que edifica la Iglesia. Por intercesión de los Apóstoles, pidamos hoy la gracia de amar a nuestra Iglesia. Pidamos ojos que sepan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que sepa acoger a los demás con el amor tierno que Jesús tiene por nosotros. Y pidamos la fuerza de rezar por quien no piensa en ella como nosotros: rezar y amar, no hablar mal, tal vez, a espaldas. La Virgen, que traía concordia entre los Apóstoles y rezaba con ellos (cfr Hch 1,14), nos custodie, como hermanos y hermanas en la Iglesia”.
Luego de la oración mariana, el pontífice saludó a los peregrinos de Roma, que hoy festejan a sus dos patrones. Les ha pedido “reaccionar con un sentido cívico a los signos de degradación moral y material que, lamentablemente, también se constatan en Roma”.
Después del saludo a la delegación ecuménica del patriarca de Constantinopla, presente en Roma por la fiesta de los dos apóstoles, Francisco saludó a los fieles de numerosas partes del mundo, llegados al lugar para la entrega del palio a sus arzobispos y metropolitanos, e hizo una mención particular de los peregrinos del Vietnam.
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