Papa en el Yad Vashem: La voz de Dios y la vergüenza del hombre en el abismo sin fondo de la Shoah
Jerusalén (AsiaNews)- "Adán, ¿dónde estás?" Con esta pregunta del "Padre que ha perdido el hijo", caído en el abismo sin fondo, del libro del Génesis, comenzó la meditación - elegía del Papa Francis en la sala del Memorial del Yad Vashem , donde se recuerda a todos los muertos del Holocausto. En el piso de la sala iluminada por una tenue luz se escriben los nombres de los campos de concentración, donde 6 millones de judíos fueron asesinados. El pontífice se unió a algunos rabinos, el presidente israelí Shimon Peres y el primer ministro Benjamín Netanyahu. La ceremonia muy conmovedora se extiende entre melodías judías, cantados por un coro de niñas, y algunos testimonios de judíos deportados. El Papa Francisco, visiblemente emocionado , se acerca a la llama eterna que arde en la sala, y luego frente a la piedra central , para colocar una corona de flores. Saluda a continuación uno por uno - besando sus manos - algunos sobrevivientes de los campos de concentración. Luego habló de la presente en su totalidad a continuación.
Precedentemente el Papa había depuesto un ramo de flores en la tumba de Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista (pedido por el ceremonial del Estado de Israel), al cual el pontífice agregó una visita y una oración en una estela en recuerdo de las víctimas israelíes del terrorismo en las inmediaciones.
Antes todavía, después de la visita a la explanada de las mezquitas, Francisco fue el Muro occidental (el "Muro de las lamentaciones"), donde rezó en silencio, poniendo- la mano en las antiguas piedras de los fundamentos del templo de Herodes. Inmediatamente después-como lo hacen todos los israelitas- colocó una oración entre las grietas de las piedras. El texto extraído del salmo 122 (el de los peregrinos que llegan a Jerusalén), es el siguiente: "Oh Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Dios de Jesús de Nazaret, desde el corazón de esta Ciudad, patria espiritual de Hebreos, Cristianos y Musulmanes, hago mía la invocación de los peregrinos que sabían exultantes a tu templo: "Pidan paz para Jerusalén: vivan seguros aquellos que te aman; haya paz entre tus muros, seguridad en tus palacios. Para mis hermanos y is amigos lo diré: ¡Sobre ti haya paz! Para la casa del Señor nuestro Dios, pediré para ti el bien".
Aquí el discurso del papa en el Memoriale del Yad Vashem:
"Adán, ¿dónde estás?" (cf. Gn 3,9).
¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido?
En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: "Adán, ¿dónde estás?".
Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo.
El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse... pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande.
Ese grito: "¿Dónde estás?", aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo...
Hombre, ¿dónde estás? Ya no te reconozco.
¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido?
¿Cómo has sido capaz de este horror?
¿Qué te ha hecho caer tan bajo?
No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos.
No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7).
No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón... ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado?
¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal?
¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios.
Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: "Adán, ¿dónde estás?".
De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor.
A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15).
Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad.
Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad.
Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2).
Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida.
¡Nunca más, Señor, nunca más!
"Adán, ¿dónde estás?". Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer.
Acuérdate de nosotros en tu misericordia.
24/06/2016 13:32
28/02/2022 13:51