Papa en Armenia: Memoria, fe y misericordia son las bases para reconstruir la vida de la Iglesia y de la sociedad
En la ciudad de Gyumrí, marcada por el genocidio y por el terremoto, el Papa Francisco propone las “tres bases estables” para reconstruir personas, pueblo y sociedad. La invitación a que los jóvenes consagren su vida al testimonio del amor misericordioso, dado que la que la Iglesia y el mundo “lo necesitan en este tiempo de tribulación, que es, también, tiempo de misericordia”
Gyumrí (AsiaNews) – “Edificar” y “reconstruir” la vida cristiana y la vida de la sociedad, fundándose en “tres bases estables”: la memoria, la fe, el amor misericordioso. Son las palabras más importantes a las que se recurre en la homilía que el Papa Francisco pronunció en la misa celebrada esta mañana a las 11 (hora local) en la plaza Vartanants de Gyumrí, ante más de 20.000 fieles llegados incluso de la vecina Georgia. A la celebración asistió también el patriarca apostólico armenio, el Catholicos Karekin II, que dirigió un saludo inicial a Francisco. Estuvieron también presentes muchos obispos católicos armenios y, en particular, Mons. Raphael François Minassian, arzobispo titular de Cesarea de Capadocia de los Armenios y Ordinario para los armenios católicos de Europa Oriental, con sede en Gyumrí.
“Edificar” y “reconstruir” tienen un significado fuerte para Gyumrí, –como bien dijo el Catholicos- cuya historia está “marcada por la angustia”: ante todo, por un pasado con la “política invasiva y devastadora del Imperio otomano”, que también aquí, ha llevado a la masacre del pueblo armenio. Y teniendo en mente que Gyumrí está situada a pocos kilómetros de la frontera turca, Karekin II agrega: “Las fronteras cerradas son testigos de la memoria del genocidio que el ‘negacionismo’ no quiere reconocer”.
Otro hecho “angustiante” fue el terremoto que azotó la ciudad en 1988, y que provocó unos 100.000 muertos. Por décadas, la población de la ciudad más industrializada del país tuvo que vivir en contenedores. Karekin II también recordó que el terremoto fue una ocasión de gran ayuda y fraternidad con muchos operarios de la Iglesia Católica, que fueron allí para colaborar en la reconstrucción.
En la homilía, el Papa Francisco parte, justamente, del recuerdo del terremoto: “«Reconstruirán sobre ruinas antiguas […] renovarán ciudades devastadas» (Is 61,4). En estos lugares, queridos hermanos y hermanas, podemos decir que se han cumplido las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado. Después de la terrible devastación del terremoto, estamos hoy aquí para dar gracias a Dios por todo lo que ha sido reconstruido.”.
Y continúa: “Pero también podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que el Señor quiere que construyamos hoy en la vida?, y ante todo: ¿Sobre qué cimiento quiere que construyamos nuestras vidas? Quisiera responder a estas preguntas proponiendo tres bases estables sobre las que edificar y reconstruir incansablemente la vida cristiana.”.
La memoria de la persona y del pueblo
“La primera base es la memoria. Una gracia que tenemos que pedir es la de saber recuperar la memoria, la memoria de lo que el Señor ha hecho en nosotros y por nosotros: recordar que, como dice el Evangelio de hoy, él no nos ha olvidado, sino que se «acuerda» (cf. Lc 1,72) de nosotros: nos ha elegido, amado, llamado y perdonado; hay momentos importantes de nuestra historia personal de amor con él, que debemos reavivar con la mente y el corazón”.
A la memoria personal ha de ser agregada la “memoria del pueblo”: “Los pueblos, en efecto, tienen una memoria, como las personas. Y la memoria de vuestro pueblo es muy antigua y valiosa. En vuestras voces resuenan las de los santos sabios del pasado; en vuestras palabras se oye el eco del que ha creado vuestro alfabeto con el fin de anunciar la Palabra de Dios; en vuestros cantos se mezclan los llantos y las alegrías de vuestra historia. Pensando en todo esto, podéis reconocer sin duda la presencia de Dios: él no os ha dejado solos. Incluso en medio de tremendas dificultades, podríamos decir, con el Evangelio de hoy, que el Señor ha visitado a su pueblo (cf. Lc 1,68): se ha acordado de vuestra fidelidad al Evangelio, de las primicias de vuestra fe, de todos los que han dado testimonio, aun a costa de la sangre, de que el amor de Dios vale más que la vida (cf. Sal 63,4)”.
La fe y el encuentro vivo con el Señor
“La segunda base” es “la fe [que] es también la esperanza para vuestro futuro, la luz en el camino de la vida”.
“Existe siempre un peligro –agregó Francisco- que puede ensombrecer la luz de la fe: es la tentación de considerarla como algo del pasado, como algo importante, pero perteneciente a otra época, como si la fe fuera un libro miniado para conservar en un museo. Sin embargo, si se la relega a los anales de la historia, la fe pierde su fuerza transformadora, su intensa belleza, su apertura positiva a todos. La fe, en cambio, nace y renace en el encuentro vivificante con Jesús, en la experiencia de su misericordia que ilumina todas las situaciones de la vida. Es bueno que revivamos todos los días este encuentro vivo con el Señor. Nos vendrá bien leer la Palabra de Dios y abrirnos a su amor en el silencio de la oración. Nos vendrá bien dejar que el encuentro con la ternura del Señor ilumine el corazón de alegría: una alegría más fuerte que la tristeza, una alegría que resiste incluso ante el dolor, transformándose en paz. Todo esto renueva la vida, para que se vuelva libre y dócil a las sorpresas, lista y disponible para el Señor y para los demás. También puede suceder que Jesús llame para seguirlo más de cerca, para entregar la vida por él y por los hermanos: cuando os invite, especialmente a vosotros jóvenes, no tengáis miedo, dadle vuestro «sí». Él nos conoce, nos ama de verdad, y desea liberar nuestro corazón del peso del miedo y del orgullo. Dejándole entrar, seremos capaces de irradiar amor. De esta manera, podréis dar continuación a vuestra gran historia de evangelización, que la Iglesia y el mundo necesitan en esta época difícil, pero que es también tiempo de misericordia”.
El amor misericordioso en la Iglesia y en la sociedad
“La tercera base, después de la memoria y de la fe, es el amor misericordioso: la vida del discípulo de Jesús se basa en esta roca, la roca del amor recibido de Dios y ofrecido al prójimo. El rostro de la Iglesia se rejuvenece y se vuelve atractivo viviendo la caridad. El amor concreto es la tarjeta de visita del cristiano: otras formas de presentarse son engañosas e incluso inútiles, porque por esto conocerán todos que somos sus discípulos: si nos amamos unos a otros (cf. Jn 13,35). Estamos llamados, ante todo, a construir y reconstruir, sin desfallecer, caminos de comunión, a construir puentes de unión y superar las barreras que separan”.
El Papa exhorta a los creyentes a ser ejemplo de unidad “colaborando entre ellos con respeto mutuo y con diálogo, a sabiendas de que «la única competencia posible entre los discípulos del Señor es buscar quién es capaz de ofrecer el amor más grande» (Juan Pablo II, Homilía, 27 de septiembre de 2001: Enseñanzas XXIV, 2 [2001], 478)”.
Esto tiene un impacto en la sociedad: “Hay mucha necesidad de esto: se necesitan cristianos que no se dejen abatir por el cansancio y que no se desanimen ante la adversidad, sino que estén disponibles y abiertos, dispuestos a servir; se necesitan hombres de buena voluntad, que con hechos, y no sólo con palabras, ayuden a los hermanos y hermanas en dificultad; se necesitan sociedades más justas, en las que cada uno tenga una vida digna y ante todo un trabajo justamente retribuido”.
El ejemplo de San Gregorio de Narek
El Papa se pregunta: “¿Cómo se puede ser misericordiosos con todos los defectos y miserias que cada uno ve dentro de sí y a su alrededor?”. Él sugiere una respuesta ahondando en la sabiduría de San Gregorio de Narek, armenio, que fue proclamado doctor de la Iglesia por él mismo. Él ha penetrado en “el abismo de miseria que puede anidar en el corazón humano” pero también “ha puesto siempre en relación las miserias humanas con la misericordia de Dios, elevando una súplica insistente hecha de lágrimas y confianza en el Señor”.
“Gregorio de Narek – continuó - es un maestro de vida, porque nos enseña que lo más importante es reconocerse necesitados de misericordia y después, frente a la miseria y las heridas que vemos, no encerrarnos en nosotros mismos, sino abrirnos con sinceridad y confianza al Señor, «Dios cercano, ternura de bondad» (ibíd., 17,2), «lleno de amor por el hombre, […] fuego que consume los abrojos del pecado» (ibíd., 16,2)”.
“Por último –concluyó- me gustaría invocar con sus palabras la misericordia divina y el don de no cansarse nunca de amar: Espíritu Santo, «poderoso protector, intercesor y pacificador, te dirigimos nuestras súplicas [...] Concédenos la gracia de animarnos a la caridad y a las buenas obras [...] Espíritu de mansedumbre, de compasión, de amor al hombre y de misericordia, [...] tú que eres todo misericordia, [...] ten piedad de nosotros, Señor Dios nuestro, según tu gran misericordia» (Himno de Pentecostés)”.
Al final de la misa, luego del saludo de Mons. Minassian, Francisco quiso dar las gracias a los presentes y sobre todo a aquellos que “con tanta generosidad y amor concreto ayudan a los necesitados”. Él mencionó la obra del Hospital de Ashotsk, nacida por voluntad de Juan Pablo II, así como a las obras de las Hermanas Armenias de la Inmaculada Concepción y de las Misioneras de la Caridad.
Luego de la misa, el Papa se dirigió, precisamente al Convento “Nuestra Señora de Armenia” de las Hermanas de la Inmaculada Concepción, para saludar a los huérfanos que allí se hospedan y a los estudiantes de la Escuela de Formación Profesional Diramayr” , que es gestionada por la Congregación.
25/10/2018 19:39