Papa a los catecúmenos: La sed de Dios une a los hombres de todo el mundo. Sin la fe, la vida se vuelve rancia
Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- La "sed de Dios", el anelar del alma al Señor "une a todos los hombres del mundo. También Dios tiene "sed de nosotros", quiere estar en nuestra compañía. Sin esta sed de parte nuestra, la fe se vuelve rancia." No olviden nunca que Jesús los ama y estén seguros que no los traicionará jamás". Son las palabras pronunciadas por el Papa Francisco durante la homilía de la misa en la cual fueron acogidos centenares de catecúmenos provenientes de todo el mundo. Son 500 de 47 naciones y este Rito de admisión es el penúltimo del Año de la Fe que se cierra hoy con una misa solemne en San Pedro.
Recibiendo al grupo en el atrio de la basílica, el Obispo de Roma dijo: "es motivo de gra alegría recibirlos aquí, en la basílica que hospeda a las reliquias del apóstol Pedro, al cual todos miramos para ser confirmados en la fe. El Verbo de Dios se hizo carne para alcanzar al hombre, perdido por su soberbia en el pecado. También ustedes han sido alcanzados por Su apasionada búsqueda y ahora se preparan a recibir Su misericordia. La Iglesia los exhorta a alcanzar la plenitud en la comunión con Él". Mahamud, Farah, Romina, Yoko (que viste el tradicional vestido japonés e intercambia con el Papa algunas palabras antes de recibir el signo de la cruz en la frente), Olmi, Rami, Francesca; Kristof, Mimosa, Zhao son algunos de los nombres que son pronunciados por el Papa antes de las preguntas: "¿Qué piden a la Iglesia? La fe. Y ´Qué dona la fe? La vida eterna". Inmediatamente después del Rito de ingreso en el catecumenado, Francisco invita al grupo a entrar a la basílica para dar inicio a la misa.
En su homilía, el pontífice dijo: "Queridos catecúmenos, este momento conclusivo del Año de la Fe que los encuentra aquí reunidos, con vuestros catequistas y familiares, representación también de otros hombres y mujeres que están cumpliendo, en diversas partes del mundo, vuestro mismo recorrido. Espiritualmente estamos unidos en este momento. Vienen de muchos Países distintos, con tradiciones y experiencias diversas. Sin embrago, esta tarde sentimos entre nosotros tantas cosas en común. Sobre todo una: el deseo de Dios. Este deseo está evocado por la palabra de Salmista: "Como la cierva anhela los cursos de agua, así mi alma anhela a ti, ¡Oh Dios! Mi alma tiene sed de Dios, del dios viviente: ¿cuándo iré y veré su rostro?". (Salmo 42,2-3), Este deseo es importante mantenerlo vivo, este anhelo de encontrar al Señor y hacer experiencia de Él, ¡de su amor, de su misericordia! Si falta la sed del Dios viviente, la fe se puede volverse costumbre, corre el riego de apagarse, como un fuego que no es atizado. Arriesga de volverse rancia, sin sentido".
La narración del Evangelio, retoma el Papa, "nos ha mostrado Juan Bautista que a sus apóstoles les indica que Jesús es el Cordero de Dios. Dos de éstos siguen al Maestro y luego a su vez, se convierten en "mediadores", que permiten a otros a encontrar al Señor, de conocerlo y de seguirlo. Hay tres momentos en esta narración que se dirigen al catecumenado. En primer lugar está la escucha. Los dos discípulos han escuchado el testimonio del Bautista. También ustedes, queridos catecúmenos, han escuchado a aquellos que lo han invitado y hablado de Jesús y que les propusieron seguirlo, convirtiéndose en sus discípulos por medio del Bautismo. En el ruido de tantas voces que había alrededor de nosotros y al interior nuestro, ustedes han escuchado y acogido la voz que les indicaba a Jesús como el único que puede dar sentido pleno a vuestra vida".
El segundo momento es el encuentro: "Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Después de haberlo encontrado, advierten enseguida algo nuevo en sus corazones: la exigencia de transmitir su propia alegría también a otros, para que éstos también puedan encontrarlo. André, de hecho, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a lo de Jesús. ¡Cuánto bien nos hace el contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para encontrarlo a Él y para abrirnos al encuentro con los otros. Dios por primero viene hacia nosotros, y ¡Esto es maravilloso! Él viene a nosotros, dice la Biblia, aparece como aquel que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él el que busca al hombre, y justamente lo busca justo cuando el hombre está haciendo la amarga experiencia de traicionar a Dios y de escaparse de Él. Dios no espera para buscarlo: lo busca inmediatamente. ¡Es un buscado impaciente Nuestro Padre! "¡Él nos precede y nos espera siempre!". Y cuando acontece el encuentro, subraya Francisco, "jamás es un encuentro apurado, porque Dios desea permanecer por mucho tiempo con nosotros para sustentarnos, para consolarnos, para regalarnos su alegría. Dios se apura para encontrarnos. Pero no tiene apuro en dejarnos, se queda con nosotros. Como nosotros anhelamos a Él y los deseamos, también él tiene deseos de estar con nosotros, y nosotros pertenecemos a Él.
El segundo momento es el encuentro: "los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Permanecen con Él porque nosotros pertenecemos a Él, somos su "cosa", somos sus criaturas. También Él, podemos decirlo, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios "está sediento de nosotros". Éste es el corazón de Dios, y es hermoso sentir esto".
El último trecho de la narración es caminar: "Los dos discípulos caminan hacia Jesús y luego hacen un trecho del camino juntos con Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús...recuerden siempre esto: la fe es un caminar con Jesús, un camino que dura toda la vida. Al final estará. Seguramente, en algunos momentos de este caminar nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la constante presencia de Jesús en toda situación, aún en las más dolorosas o difíciles de entender. Estamos llamados para entrar siempre más dentro del misterio del amor de Dios, que nos supera y nos permite vivir con serenidad y esperanza".
Concluyendo el Papa, confía al grupo al sostén de la Iglesia y de María. La discípula perfecta, y los invita a no olvidar jamás "el día, la hora, en los cuales por vez primera, se quedaron con Jesús, cuando sintieron su mirada sobre ustedes. ¡No olviden jamás esta mirada de Jesús sobre ti, sobre ti, sobre ti...es una mirada de amor! Y así siempre van a estar seguros del amor fiel del señor. Él es fiel y están seguros: ¡Él no los va a traicionar nunca! Ahora, dice, después de la oración de los fieles, "vayan en paz y alegría, porque el Señor los miró y los ama".
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