Padre Mario Bianchin: Llevar a los japoneses el Cielo y la voz de Dios
Su primer contacto con el Sol Saliente fue con la impermeabilidad hacia los razonamientos de fe. Los japoneses son únicos y diversos. Pero también por su cristianismo es la oportunidad de una vida del rostro más humano.
Roma (AsiaNews)- “Japón me parece tan diverso de cómo me lo había imaginado”. Es la primera vívida impresión del p. Mario Bianchin, de Treviso (Italia), de 76 años, 45 de los cuales en el país del Sol Naciente, los últimos cuatro como superior regional del PIME, una vida de misionero. Está en Europa por algunas semanas, primero aquí en Roma y luego irá a Irlanda acompañando a un grupo de japoneses. Hoy trabaja en la diócesis de Yokohama, ciudad que ya está unida a la megalópolis de Tokio. Sin embargo, vivió por mucho tiempo en zonas rurales: allá donde, reconoce, al menos “los ligámenes” con la tradición y entre las personas “se mantienen un poco más”. Descubrió Japón después de un período en Hong Kong. A Asia llegó a través del Océano Pacífico, después de haber discutido su tesis de licenciatura sobre los medios de comunicación de masas en Los Ángeles. Donde llegó a los 20 años, en 1961, “cuando John Fitzgerald Kennedy fue apenas elegido como presidente”, recuerda.
Padre Bianchin, ¿En qué sentido los japoneses se le presentaron como diversos?
En su dimensión pública y sobre todo en el trabajo son occidentales a todos los efectos, pero cuando vuelven a sus casas retoman las costumbres japonesas. Es como si viviesen en dos mundos diferentes. Entonces, ir a Japón, es encontrarse frente a una realidad que sale hacia afuera, pero que no cambia jamás en sus fundamentos.
¿Había manifestado el deseo de ir a Japón?
Sí, lo deseé. En mis tiempos normalmente se iba a misionar a los así llamados países subdesarrollados. Japón era ciertamente un país desarrollado, sin embargo no era cristiano. Me preguntaba: ¿Por qué hay tanta gente instruida que no es cristiana? Esto para mí representaba un profundo interrogativo. Una cuestión irresuelta.
Entonces partamos desde el inicio…
Llegué a Japón en 1972. No hablaba japonés. Después de una semana me encontré con un hombre que hablaba un poco de inglés que había aprendido en Siberia, donde había estado como prisionero de guerra. Una conversación normal. Me preguntó qué venía a hacer allí. Cuando se lo expliqué, me objetó: “Debe saber que nosotros una religión ya la tenemos. Pensaba que vino para aprender inglés”. El golpe fue pesado.
¿Cómo decidió enfrentar esta impermeabilidad de los japoneses?
Poniendo en discusión todos los esquemas que me había prefijado. Pronto aprendí que en la misión como en la vida esto vale en un lugar o en una situación y no sirve en otro u otra. Recuerdo, por ejemplo, que me maravilló la ausencia del problema de la fractura entre fe y vida. Un problema cultural del tiempo que el Papa Pablo VI tuvo que enfrentar en su encíclica “Ecclesiam Suam”. Se la definía como “dicotomía” entre fe y cultura justamente. Sin embargo, en Japón no encontré nada de todo esto. Allí, la sociedad funcionaba a dos niveles, el público y el privado, diversos entre ellos, pero ambos muy concretos. Ningún tipo de especulación intelectual o religiosa. Un solo gran interés por la ciencia y la tecnología, en los cuales los japoneses sobresalen. Pero cuando se intentaba ir hacia otros argumentos, al máximo los interlocutores asentían, por pura gentileza, pero se notaba que no estaban para nada interesados.
Según usted, ¿por qué?
Después de tantos años comprendí que en la historia japonesa no hubo jamás en realidad, una afirmación a nivel social y religioso del hombre, entendido como individuo, como unicidad. Sabemos que solamente el cristianismo es donde la persona asume la dimensión extraordinaria y propia de su ser. Sabemos también que en la raíz de este problema está la compresión de Dios. Algunos japoneses dicen que ellos creen en un Dios “pequeño”: significa que en su percepción religiosa Dios no es un “Otro de sí” que se presenta al hombre. Por esto se tiende a hacer un poco de confusión sobre quiénes son ellos y quién es Dios.
¿Por qué las conversiones son raras?
A veces se entusiasman de lo que leen en el Evangelio. Hay una evidente correspondencia con su corazón. Son atraídos por aquellos valores siempre nuevos, los encuentran bellos y conmovedores, les llama la atención sobre todo el amor gratuito. Sin embargo el contexto es aplastador. Los convertidos se encuentran solos y como no poseen un fuerte concepto sobre la persona es para ellos más difícil ir adelante. Así recibida la sentida admiración por el cristianismo sucede que escuchemos decir: no es para mí o mejor para nosotros.
¿Qué método eligió?
Elegí indicar el Cielo. O la voz de Dios (“Yo soy la voz”, dice Juan Bautista). La referencia constante de los japoneses es la naturaleza, la inevitabilidad de la naturaleza, el renovarse, el resurgir. La percepción de ellos no es nunca abstracta o intelectual, sino fenomenológica. Hay que decir que son magistrales en el percibir una instantánea del fenómeno. El significado de las antiguas poesías Haiku (por ejemplo la de la celebérrima de Matsuo Basho: “El viejo estanque/la rana salta/ chapoteo en el agua”) se percibe sólo así. Creo que corresponden aún al alma japonesa. En el arte, en las películas, en la literatura, en la música (por ejemplo en las canciones Enka), la forma es ya el contenido. Allí se expresan muy bien los sentimientos, consideran que sea algo de un demasiado intentar traducirlos en pensamientos y deducciones. Todo esto continúa representando la nutrición de una común sensibilidad. Sin embargo, si no ves la naturaleza como obra providencial de Dios creador no hay esperanza, sino solamente fatalismo.
¿Esta es la causa de tantos y graves problemas sociales que vive Japón?
Este es el trasfondo. Tomemos el caso trágico y emblemático de los tantos suicidios. Lo que siempre me llamó la atención en su análisis profundo son las motivaciones que juzgo superficiales. Si bien sean dramáticas cuando falta la percepción de un Dios omnipotente. Un joven que se quitó la vida escribió que quería apretar la tecla “reset”. Como si se tratase de una computadora. Para reiniciar todo. Para cancelar el pasado.
En el libro “The vanished”, publicado recientemente, se habla de los johatsu, o sea de los japoneses que se evaporan, que desaparecen cancelando su propia identidad para reiniciar desde el inicio aprovechando de la ley sobre la privacidad. Lo harían porque están atormentados por la vergüenza de haber perdido el trabajo, un matrimonio fallido o una deuda…
Cada japonés se concibe en su rol y en el lugar que le fue asignado. Si no es funcional a esto no se siente digno de ser japonés. No importa tanto el prestigio del cargo o del rol recubierto, sino el orgullos es el de ser funcionales en el lugar asignado, cualquiera sea este. También en los afectos, por ejemplo entre marido y mujer, se registra este aspecto de gratitud del lugar asignado, del valor del ligamen y de resistencia frente a las dificultades de la vida. La funcionalidad es el signo de la vitalidad de la persona. Es tanto que para muchos es considerado un deshonor tener discapacitados en la familia. Por otro lado rige el principio de tratar de jamás ser un peso para los otros. Más uno tiene fuerza y energía, mayor es el honor para él. Pero no se puede sostenerse solos en todo esto. Y aquí se entiende cómo la fe cristiana sea una gran oportunidad de vida para tantos. La fe cristiana no es una cultura. Crea cultura, pero no lo es. Es el Cielo. Es la voz de Dios. Que también los japoneses pueden ver y sentir.
29/09/2020 11:13