27/09/2016, 19.49
CHINA - ITALIA
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P. Gheddo: He visto resucitar a la Iglesia en China

Las visitas a China durante la Revolución cultural y después de la modernización de  Deng Xiaoping. Las comunidades, que parecían destruidas, han vuelto a florecer. Los vínculos con los antiguos misioneros del PIME, que habían sido expulsados por Mao Zedong. Las nuevas fronteras de la misión. El nuevo libro autobiográfico del Pbro. Piero Gheddo. 

 Milán (AsiaNews) – A partir de esta semana, en las librerías puede encontrarse el nuevo libro del padre Piero Gheddo, «decano» de los misioneros periodistas de Italia, por 40 años director de la publicación mensual Mundo y Misión, y fundador de la agencia AsiaNews en su edición en papel (allá por1986). El libro ”Enviado especial a los confines de la fe. Mi vida como misionero (EMI, 224 págs., 14 euros, con prefacio de Andrea Tornielli) fue realizado junto a Gerolamo Fazzini, periodista y consultor editorial.  En el texto, plagado de historias personales y de una mirada a las situaciones internacionales, está lleno de pasión por el hombre y por la Iglesia, se perciben las dificultades y el entusiasmo de las jóvenes Iglesias de África, Asia y América Latina.

Por gentil cortesía de la EMI, proponemos aquí el capítulo IX del libro, que se refiere a China.

 

Luego de mi ordenación sacerdotal en 1953, enseguida me dediqué al periodismo, entrevistando –entre otros- a nuestros misioneros del PIME, que en aquellos años estaban siendo expulsados de China (140 en total, con cinco obispos). Eran más que pesimistas con respecto a la suerte de la Iglesia China: porque decían que “echaban a nuestros misioneros extranjeros, llevaban a la cárcel a obispos, sacerdotes y hermanas; luego cerraban las iglesias, los seminarios, conventos, escuelas católicas, la prensa católica… Nuestros pequeños y pobres «cristianos del arroz» no resistirán la persecución. No obstante, debemos continuar rezando», agregaban.

 

Veía  a China con ojos humanos, no con los de Dios

En 1973 voy a China como miembro de una comisión de la Montedison (reemplazando a un enfermo). Corrían los tiempo de la “Revolución cultural” y China, a decir verdad, casi que me había fascinado: la disciplina, el orden, la limpieza, la pobreza digna y el orgullo nacional, la igualdad en el sentido de tener todo lo necesario. En la ciudad no se veían pobres ni mendigos, ni leprosos, etc. Luego, leyendo el Libro Rojo de Mao Tze Tung, las suyas me parecían sentencias dignas de San Pablo: «A cada uno, ha de darse todo lo que necesite;  de cada uno ha de tomarse todo lo que  pueda dar»; «Servir al pueblo es el ideal de todo buen chino»; «El ideal del comunismo es cambiar el corazón del hombre».

Tuve momentos de duda en mi pétrea convicción de que el comunismo sin Dios no puede dar frutos positivos para el hombre. China parecía demostrar lo contrario, y la guía no paraba de repetir: «China ha aprendido a deshacerse de Dios ». No sólo los cristianos, también los budistas, los musulmanes, los confucianos, habían desaparecido: el ateísmo de Estado parecía ser compartido por el pueblo. En Occidente y en Italia, Mao era considerado por los periodistas y «profetas» como el verdadero salvador de China, que, según se decía, todos los días da un plato de arroz a todos los chinos  [1].

Al regresar a Italia, escribí que en China la Iglesia católica ya no existía más, y que los siglos de misión no habían producido frutos. Pensaba: los llamados  «cristianos del arroz», convertidos por la ayuda alimentaria, ya no existen más. ¡Por ende, cuando haya libertad en China, se deberá  “recomenzar de cero la evangelización de los chinos»! En ese entonces era ingenuo y estaba ciego, veía la realidad china con mis pobres ojos humanos, ¡aún no había madurado en mí la confianza en el Espíritu Santo, protagonista de la misión de la Iglesia! 

En nuestro viaje a China teníamos como base un hotel para extranjeros en Cantón (Guangzhou), habíamos sido invitados para visitar una Muestra de productos chinos. Desde la ciudad se nos lleva a ver las conquistas de la China maoísta, que conforma un gran cuartel. Por la mañana, el despertador sonaba a las seis y las músicas y cantos patrióticos resonaban en toda la metrópoli. Poco después, por  la gran avenida que corre paralela al río, desfilan hombres y mujeres vestidos más o menos de la misma manera: pantalones negros o azul oscuro, camiseta blanca. Comienza la  gimnasia cotidiana, dirigida por una voz robusta y sonora, y, como fondo, las marchas patrióticas, que se difunden en toda la gran ciudad. Luego, todos al trabajo.

No visitamos China, excepto por una acotada región cercana a Guangzhou, adonde regresábamos al caer la noche. Nos llevan a algunas escuelas, a un hospital moderno, a las  «Comunas agrícolas» con la vida comunitaria de las familias, todas abocadas al trabajo, y con los niños mantenidos y educados por el Estado. Y luego a una gran represa, construida por miles de hombres y mujeres divididos en grupos, que llevan cargas en sus espaldas mientras suben las escaleras de bambú, que de sólo verlas causan escalofríos; el trabajo es en gran parte manual. Varios grupos de un sector compiten entre sí, por doquier hay banderines de varios colores para marcar el trabajo terminado, lo cual conforma un gran espectáculo. Al atardecer, se premia al grupo que ha trabajado más. También resulta interesante la visita a la Universidad. Los edificios antiguos, las aulas, los laboratorios en las facultades científicas, todo es más o menos como en Occidente. Pero cuando ingresamos a la enorme biblioteca, enseguida vemos muchos estantes, pero pocos libros, y todos o casi todos están en idioma chino. El anciano bibliotecario, que habla el francés, me llama aparte y me dice: «Los libros en otros idiomas fueron quemados en su totalidad”.

Al final, dos días de libertad. Desde la terraza del hotel, adonde iba para tomar fotos en altura, se veía la dirección y la longitud del camino que conduce a la majestuosa Catedral católica de estilo gótico, construida por los misioneros franceses a fines del Ochocientos. Una mañana, salgo con permiso de nuestra guía y voy, resuelto, rumbo a la «casa de piedra» (que es como la llaman en chino). La catedral se encuentra detrás de un portón cerrado. La fotografío con un cuadro de Mao sobre el portal. [2]

A un lado de la catedral hay un gran tendal, donde se descargan los deshechos de ese barrio. Mis co-hermanos de Hong Kong luego me explicaron que ese era un signo de desprecio hacia ese edificio extranjero. Después de la catedral, me detengo un poco en la plaza cercana a nuestro hotel, fotografío algunos edificios y negocios ubicados en los alrededores. Voy a la habitación y me percato de que una de mis dos cámaras fotográficas (una para fotos en blanco y negro, y otras para diapositivas a color) ya no lleva el protector plástico para el lente. Bajo al restaurante, y un camarero coloca en un vaso ese protector y dice: «¿Lo dejó  usted en el banco de la plaza cerca de aquí?». ¡Y yo, ingenuo, que pensaba que era libre!

En el hotel, me despierto a las dos de la mañana y celebro la misa sobre la mesa de la habitación. Misas conmovedoras en el silencio nocturno, pensando en todos los cristianos encerrados en la cárcel y en los campos de trabajo y de exterminio chinos (los «laogai»). Mientras estaba en curso la «Revolución cultural», no había ninguna iglesia abierta: parecía que la Iglesia en China había, literalmente,  desaparecido.  

 

La persecución fortalece la fe

Pero luego de la muerte de Mao (9 de septiembre de 1976), la iglesia resurge de las cenizas. Hacia 1979-1980, los cristianos chinos comienzas a escribir a los misioneros italianos del PIME  (en primer lugar al padre Maringelli)  que habían sido expulsados de China 20-25 años antes. [3] Cartas muy sencillas, de gente de campo, que ha experimentado el sufrimiento, la persecución, la cárcel, los campos de trabajos forzados, y que incluso llegaba a escribir frases como esta: «Estoy contento de haber sufrido por la fe en Jesucristo».[4]

Esa gente conservó la fe en condiciones dificilísimas, sin iglesias, sin sacerdotes, sin comunidad cristiana, y ante la presencia de un Estado totalitario que a lo largo de casi treinta años persiguió a todas las religiones. En esas cartas, lo que reclaman los cristianos chinos no es dinero, sino objetos sacros: rosarios, Evangelios, imágenes de la Virgen, medallas, libros de oración.  «La Revolución cultural destruyó todo aquello que reclama a Dios y a los santos. Mándennos rosarios e imágenes sacras para colocarlas en las paredes, ahora que está permitido tener estas imágenes en casa ».

El renacimiento de la Iglesia china es un verdadero y auténtico milagro. Así lo recibía yo en 1981: “Mirando la vida de la Iglesia en todo el mundo, quizás se puede decir que hoy, en nuestro tiempo, no hay otro signo de fe más entusiasta, más lleno de esperanza, que este imprevisto renacer de la vida cristiana en China, que en realidad nunca se había apagado, sino que vivía en secreto, en las conciencias y en las familias. Y esto, a pesar de una persecución feroz y capilar, que tiene pocos parangones en la historia antigua y moderna de la Iglesia. ¿Adónde iremos a buscar otros milagros que demuestren la gracia de Dios, la intervención misteriosa pero concretísima del Espíritu Santo en la historia humana, sino en este testimonio de los cristianos de China?”

Volví a China por segunda vez en el verano de 1980, junto al padre Politi, misionero en Hong Kong, que hablaba bien el chino. Así que visitamos una diócesis donde, en 1973, no había encontrado ningún signo de la presencia cristiana. En Sheqi, nos encontramos con el obispo y un sacerdote, con 21 y 31 años de cárcel en sus espaldas. Los no cristianos que piden instrucción religiosa -dicen- son muchos. Lamentablemente no tenemos libros, signos sagrados, no es posible darles una formación cristiana adecuada. Pregunto cómo puede ser que existan estos pedidos de conversión, cuando la Iglesia es tan pobre en curas y en material formativo (Evangelios, estampitas, libros de oraciones, etc.). El obispo nos responde. “Nosotros no predicamos, sino que es la vida de los cristianos lo que anuncia al Evangelio y una sociedad alternativa a la presente. Todos saben que somos cristianos: nos vieron cuando éramos perseguidos, y también cuando fuimos procesados y condenados injustamente: jamás hemos maldecido a nadie, ni siquiera cuando estábamos en la cárcel o en los campos de trabajo forzado, el testimonio de los cristianos convirtió a muchos al Evangelio. Y ahora que hemos vuelto a nuestras casas, no buscamos la venganza, no nos lamentamos por lo que hemos sufrido, ayudamos a aquellos que necesitan de nuestra ayuda. Creo que es de aquí que surgen los pedidos de instrucción religiosa y las conversiones”.

Tenía conmigo un paquete de rosarios, los distribuí visitando a algunas familias cristianas y también a sacerdotes y a comunidades de hermanas. Creo que nunca vi gente tan feliz por un regalo: y sólo estaba regalando un rosario.

 

Hoy en China nacen obras de caridad

En octubre del año 2000, fue mi tercera visita a China. Cuando fui a  Cantón (hoy Guangzhou) para visitar a mi co-hermano, el padre Fernando Cagnin, tuve largas conversaciones con él, durante las cuales comprendí su elección misionera, tan particular [5]. Desde 1995, de hecho, el padre Fernando presta servicio en Huiling, una organización no gubernamental china que desde hace más de 25 años se ocupa de ofrecer ayuda y formación a jóvenes y adultos con discapacidades mentales. La fundadora de la obra es una mujer carismática, que hoy tiene unos sesenta años. Meng Weina, ex miembro de la guardia roja, se convirtió al catolicismo siguiendo el ejemplo de la Madre Teresa, de la cual tomó el primer nombre el día de su bautismo, en 1998.

Su actividad se inicia en el año 1985, cuando en Guangzhou se inauguró una escuela con un centenar de niños con discapacidades mentales. En aquellos años, China aún no estaba familiarizada con las ONG, y,  sin embargo,  Huiling (que significa “sabiduría espiritual”) en 1990 comienza a recibir a discapacitados mentales y no mentales con edades incluso por encima de los 16 años. Finalmente, en 1995, llega el padre Cagnin, que hasta ese momento era misionero en Hong Kong, y que inmediatamente decide dedicarse al proyecto Huiling, en sintonía con el carisma del PIME, cuyos miembros son llamados a anunciar el Evangelio a quienes no son cristianos, brindando su testimonio en contextos «de frontera». Fernando, antes de ser ordenado sacerdote en el PIME (1985), había trabajado un tiempo en el rubro de la naciente informática, y adquirió una notable capacidad técnica, demostrando pasión y genialidad en este campo. En el año 2000, en Huiling,  lo vi enseñando a usar la computadora a los minusválidos, se hacía enviar de Hong Kong las computadoras que ya no se usaban, las desarmaba y así construía otras.

Este inicio de su misión, que tiene un gran éxito, se dio en los años en que China buscaba expertos en computación. Las cooperativas de los minusválidos que trabajaban en computación se impusieron siempre y han tenido un trabajo bien remunerado. Huiling, que era una pequeña realidad, ahora está presente en 26 ciudades de China, en 17 provincias, con más de 1.500 personas que residen en los centros, y numerosos proyectos innovadores y de excelencia. Con Fernando fueron a Hong Kong otros dos misioneros del PIME, que viven en las casas-familia con discapacitados. Se trata de los padres Mario Marazzi y Franco Bellati.

En mi estadía en Cantón con el padre Fernando visité la catedral, el obispado de Cantón y el convento con la comunidad de hermanas que está detrás de la majestuosa y maciza iglesia gótica construida en 1890. Me encuentro con 26 jóvenes hermanas, con las cuales hablo (en inglés) de mis experiencias en varias misiones del mundo y Fernando traduce en chino (cantonés). Las jóvenes mujeres escuchan con mucho interés, me hacen algunas preguntas. Estas muchachas - en pantalones negros y camiseta blanca, sin velo, el pelo cortado corto, con un pequeño Crucifijo en el pecho- testimonian cómo está surgiendo la comunidad católica, rica en vocaciones y llena de entusiasmo.

Las hermanas viven en pequeñas comunidades, en departamentos, en medio de la gente, ejerciendo cada una su profesión, un trabajo, interesándose por los pobres, colaborando con las parroquias, estableciendo contactos con las mujeres y las familias. Pregunto. “¿Es verdad que en estos días hay reuniones de curas, catequistas y hermanas, que son convocadas por el gobierno, puesto que quieren adoctrinarlas? “Sí -responden-,  es verdad, tenemos una reunión todos los días. Nos cuentan la historia del pasado, los crímenes y las prepotencias de los pueblos cristianos occidentales, los daños que los misioneros y las hermanas han provocado al pueblo chino [6]. Pero estas lecciones terminarán en pocos días más,  y todo volverá a ser como antes. Aún si hubiera algo cierto en lo que dicen, nuestra fe está basada en el amor a Cristo y en la experiencia concreta de que la fe y la oración ayudan a vivir mejor”. Un testimonio de fe y valentía que no he olvidado.


[1] Con la muerte de Mao (9 de setiembre de 1976) queda claro que la sociedad china es extremadamente violenta: las matanzas son descubiertas, al igual que las decenas de millones de muertes por hambre, el asesinato sistemático de los leprosos y de las personas incurables, la destrucción de la cultura y del pueblo tibetano, etc.

[2] Aquella foto años después terminó en la tapa del volumen de A.S. Lazzarotto, La China de Mao procesa a la Iglesia, Emi, Bolonia, 2008.

[3] Véase mi libro: “Carta de los cristianos de China”, Bolonia 1981- En la introducción al volumen escribía: “Las páginas que siguen retratan la vida cristiana rural, se trata de un testimonio simple, fresco, conmovedor, de cómo los cristianos más pobres (los que en otro tiempo eran llamados, casi con desprecio, los “cristianos de arroz”) han mantenido y propagado la fe en las condiciones más difíciles y casi imposibles. Digamos la verdad: es un hecho maravilloso, que después de treinta años de sufrimientos y de silencio, apenan hay un atisbo de libertad, de repente surgen estos curas, estas familias y comunidades unidas en la fe y en la oración, que todos creíamos liquidadas y dispersas”.

[4] Historias dramáticas y bellísimos testimonios de la fe en condiciones extremas son narradas en G. Fazzini (a cargo de), El libro rojo de los mártires chinos (Ediciones S. Pablo, Cinisello Balsamo 2008) y en G. Fazzini (a cargo de), Encadenados por Cristo. Diarios de mártires en la China de Mao (EMI, Bolonia 2014).

[5] El texto completo de la entrevista se encuentra en el sitio www.gheddopiero.it ; es un testimonio que fue transmitido por Radio María en el año 2014.

[6] En el año 2000, Juan Pablo II decide canonizar a 120 beatos mártires de China (entre los cuales figura nuestro santo, el Pbro. Alberico Crescitelli) y provoca vivas protestas por parte del gobierno chino.

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