P. Bolelli, misionero en Camboya: En Navidad, vivir la plenitud de los tiempos
“En el corazón humano hay un ansia que, cómo sea posible, corre al galope de un smartphone o de un scooter”. La reflexión navideña del sacerdote, en misión donde “las arroceras no siguen el ritmo frenético de las horas sino el lento de las estaciones”. Vivir bien el propio tiempo es “uno de los dones más bellos para intercambiar”.
Kdol Leu (AsiaNews) – Reportamos a continuación amplios extractos que el p. Luca Bolelli quiso enviar en ocasión de la Navidad, a todos sus amigos para contar sobre su misión en Camboya oriental. Originario de la provincia modenesa (de Módena-Italia), el misionero de 43 años del Pontificio Instituto Misiones Extranjeras (PIME) está en Camboya desde hace 11 años y es párroco de Kdol Leu, pueblo de la provincia de Tbong Khmum situado a orillas del río Mekong.
Suena la campana de la iglesia, me despierto de golpe. ¡La Misa! Debía estar muy cansado si no sentí ni siquiera el despertador, pero también tengo una extraña sensación, como si la noche hubiese sido más corta de lo normal… Miro la hora: ¡las 3 y 21! Me asomo al balcón para entender algo y veo a Pu (“tío”) Liu, nuestro incansable guardián- campanero- hombre que hace de todo, que suena tranquilamente la campana. ¿Se habrá confundido también esta vez? Renuncio a cualquier intento de detenerlo para pedirle explicaciones, también porque el campanario está demasiado lejos y la experiencia me ha enseñado que aunque grite fuertemente mi voz se perdería entre los ladridos de nuestros perros, que cada vez más le hacen coro a la campana. Dos largas campanadas, una después de la otra, como normalmente cuando hay Misa. Espero con paciencia el último toque, tratando de imaginar qué está pasando en este momento por la mente de la gente del pueblo. Y cuando finalmente Pu Liu se acerca para volver a su habitación, trato de preguntarle. Se queda un poco perplejo y se queda triste, dice algo: quizás uno de sus hijos, jugando con el teléfono, debe de haber cambiado por enésima vez, la hora. Vuelvo a la cama, pero con los oídos atentos esperando que alguien llegue alertado por los campanazos fuera de horario... en cambio nada, silencio total.
No es la primera vez que Pu Liu, a pesar de sí mismo, se pone a sonar la campana en horarios insólitos. La más simpática fue seguramente la del año pasado, pocos días antes del Pchum Ben, la tradicional fiesta de los Muertos que, aquí en Camboya, se prepara en las pagodas con 15 días de ritos y oraciones, rigurosamente se deben realizar antes del alba (cuando se cree que los espíritus más atormentados vagan sobre la tierra en busca de un poco de paz). También nosotros, como Iglesia católica, nos unimos a esta fiesta anticipando al Pchum Ben la Conmemoración de los Difuntos del 2 de noviembre y también nosotros aquí en Kdol Leu, nos reunimos todas las mañanas a las 4.30, cuando todavía es oscuro, para la Misa o para un simple momento de oración, en el caso de que yo no pudiese estar. Y la sonada en cuestión sucedió un día en el cual el abajo firmante no estaba. Por lo tanto me la contaron: “Padre, fuimos todos a la iglesia como lo hacemos normalmente, rezamos como siempre, pero luego, cuando salimos, nos quedamos perplejos: todavía era muy oscuro. Entonces uno de nosotros miró el reloj…¡eran apenas las 4.00! Nadie se había dado cuenta que Pu Liu había sonado la campana ¡con una hora de anticipación! nos reímos mucho y volvimos a casa”.
Que nadie haya mirado la hora (... ¡y se la agarraron luego con el pobre Pu Liu!) no había de qué maravillarse, aquí estamos en un contexto rural y el tiempo viene marcado más por el movimiento del sol que por la agujas del reloj. Las arroceras no siguen el ritmo frenético de las horas sino el lento de las estaciones. Nadie debe correr a las oficinas o tomar el tren, sino al máximo el transbordador, que también él no tiene horarios y parte, más o menos, cuando está lleno (y a veces hay que esperar un par de horas antes de poder cruzar el río). En estos lugares se cuentan al máximo las horas; los minutos y segundos son prácticamente un detalle. Tuve confirmación de esto un día por la cocinera del jardín de infantes, cuando le hice notar, con un poco de ironía, que no eran las 5 como había dicho sino que ya eran las 6, cándidamente me respondió: “Padre, los minutos no se miran, se miran sólo las horas”.
A veces, en espera de cruzar el Mekong, contemplo el transbordador, detenido allí por horas, relajado como un enorme hipopótamo remojándose en el río y pienso en las corridas en la línea metropolitana de Milán: gente que arriesga de hacerse arrastrar a mitad de las puertas de los vagones, en vez de tener que ¡perder esos 3 minutos y medio que faltan para el tren sucesivo! Me pregunto si no estamos en dos planetas distintos: ¿es posible que el tiempo tenga un valor tan diverso según donde que te encuentres en la parada de la metropolitana de Plaza Garibaldi o en el embarcadero del transbordador de Stung Trong?
Pero, para ser sinceros, también aquí nosotros, en las orillas del Mekong, basta poco para dejarse aferrar por el frenesí del tiempo: de hecho fue suficiente que hayan asfaltado la ruta para transformarnos a todos en pequeños Valentino Rossi (con un tristísimo aumento de accidentes viales); bastó que trajesen la 3G (que mientras tanto se convirtió en 4 y dentro de poco incluso 5) para hacernos probar la emoción de viajar a la velocidad de la luz en una vuelta por el mundo virtual, emoción a la cual es difícil saber renunciar. Por lo tanto existe en alguna parte de nuestro corazón humano, a cualquier latitud del mundo este se encuentre, una cierta ansia que, apenas tiene la posibilidad, no lo piensa dos veces en ponerse a correr, al galope de un smarphone o de un scooter.
Por lo tanto es una cuestión del corazón. Y el corazón lo sabemos todos, necesita ser educado, también a vivir bien el tiempo.
Ayudarnos a vivir bien el tiempo. ¡Sería uno de los regalos más bellos para intercambiarnos para Navidad!
Y siempre en tema de Navidad, me impresiona aquella expresión de la Escritura que dice que Jesús nació en “la plenitud de los tiempos (Gal 4,4); ¡los tiempos estaban ya plenos hace 2018 años! no porque el hombre llenaba de compromisos las jornadas, sino porque habían llegado a su plenitud, embarazados como el seno de una mujer, María. había finalmente madurado el tiempo para que la humanidad estuviese lista para acoger incluso al Señor del tiempo. Milenios de historia, durante los cuales aquel mismo Señor, con la paciencia de un campesino, había tenazmente trabajado el corazón del hombre para que llegase a maduración.
Por lo tanto ya llegó a su plenitud. Lo anunciarán también este año, la noche de Navidad, los toques de nuestra campana. Y paciencia si, por esta vez, Pu Liu se equivoca de nuevo en el horario.
¡Feliz Navidad para todos!
23/12/2015
22/12/2016 18:46
11/08/2018 11:48