Navalny y la repentina muerte del alma rusa
Era un hombre lleno de vida y de pasión, de humor y de capacidad para adaptarse incluso a las condiciones más duras. Más que sus ideas y programas, lo realmente valioso era su alma. Su final - que se produjo según un guión ya muy repetido en Moscú - es la muerte de una Rusia derrotada que pone en evidencia la inconsistencia de las pretensiones de dominación y de imperio. Y deja al descubierto la vergüenza del Mundo Ruso de Putin.
En el último vídeo de Alexei Navalny - que sus abogados difundieron por Internet inmediatamente después de su repentina muerte y que lo muestra "durante un paseo" por el agradable campo de concentración del extremo norte - se puede ver al gran opositor de Vladimir Putin hablando online en la última sesión de sus innumerables juicios, con su habitual estilo enérgico y jovial, mostrándose como el verdadero dueño de la situación frente a la mezquindad de jueces y acusadores.
Éste era el verdadero carisma de Alexei, el disidente más querido y popular de la era Putin, desde que encabezaba las masas de manifestantes y jóvenes en las calles de Moscú y de toda Rusia después de la reelección de Putin en 2012 y durante todos estos años de ruina neoestalinista de la vida en la sociedad rusa. Era un hombre lleno de vida y de pasión, de humor y de capacidad para adaptarse incluso a las condiciones más duras. Más que sus ideas y programas, criticables y confusos en muchos aspectos, lo realmente valioso era su alma, el alma rusa que murió inesperadamente en el gélido invierno.
Los ecos de la terrible experiencia de Navalny en los campos de concentración de Vladimir, y los de la región de Jamalo-Nenetskaja en los dos últimos años, recuerdan el espíritu indomable de tantos pueblos oprimidos de la historia antigua y reciente de Rusia, desde el Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn hasta las Memorias de la Casa de los Muertos del joven Fiódor Dostoievski recluido en Siberia, o en el siglo XVII la Vida del Protopope Avvakum, escrita por él mismo mientras cumplía condena por oponerse al zar y al patriarca para defender la verdadera fe de los rusos. El martirio elegido por Navalny, que regresó a su patria después de haber sido envenenado sabiendo muy bien cómo terminaría, le asemeja incluso a un santo mártir como el metropolita de Moscú Filipp II, que se negó a bendecir las masacres de Iván el Terrible y terminó estrangulado en la celda monástica donde lo habían recluido. Él también había sobrevivido a anteriores intentos de asesinato, como cuando introdujeron en su celda un oso feroz al que pudo domar, dando testimonio de la grandeza de su alma frente a la crueldad de los poderosos.
Quien mató al metropolita con sus propias manos fue el jefe de la Oprichnina, Maljuta Skuratov, el fundador de la policía política rusa desde la Okhrana zarista hasta la Cheka-NKVD-KGB-FSB, cuyo último heredero fue precisamente Vladimir Putin. Hay otros ejemplos que pueden hacer aún más evidente este trágico cuadro histórico de un alma tantas veces aniquilada que en cada oportunidad trata de resurgir como un ave fénix, el Žar-Ptica de la literatura y la música rusas. Incluso en las letras más antiguas de la Rus de Kiev, la verdadera obra maestra es El Cantar de las huestes de Igor, que narra el sacrificio de un joven príncipe que se lanza a la lucha contra los pueblos invasores de Asia, los pechenegos y los jázaros - precursores de los tártaros - sabiendo muy bien que se enfrentaba a la muerte. Es la Rusia derrotada que demuestra la inconsistencia de las pretensiones de dominación y de imperio, es la Rusia de Navalny que pone en evidencia la vergüenza del Mundo Ruso de Putin.
Como dijo un comentarista en el canal de Telegram Rodina Slonov (“La patria de los elefantes”, epíteto que se ha atribuido a la Unión Soviética desde la época de Stalin): “el asesinato de Navalny por parte de Putin significa el fin de toda una época de la historia reciente de Rusia, la época del gobierno autoritario de Putin. La lucha de Navalny contra el régimen de Putin ha sido el símbolo de esta época, que daba esperanzas de un cambio en Rusia, de que esta pudiera cambiar de rumbo y no terminar en la nada... su asesinato es el último clavo en la tapa del ataúd de Rusia. La era autoritaria ha terminado, ha comenzado la era totalitaria, que acabará con la desintegración de todo el país".
El hecho de que la muerte de Navalny - de la que ya se habla como "operación especial Trombo" en referencia a la sorprendente trombosis durante la hora de aire libre a veinte grados bajo cero - se considere un asesinato deliberado, no se refiere en realidad a elementos concretos que hagan sospechar acciones violentas o envenenamiento, como el Novichok que encontraron en su sangre los médicos alemanes en 2020. Es toda la serie de arrestos, encarcelamientos, condenas y traslados lo que indica la voluntad de aniquilarlo, de silenciarlo, de deshacerse de cualquier interferencia para la omnipotencia de la casta y su soberbia en las represiones y en las invasiones. Ni siquiera resulta sorprendente la coincidencia con el último mes exacto antes de la sagrada reelección del zar, dada la manía de Putin por las fechas simbólicas - desde el 16 de febrero hasta el 16 de marzo - como también fue simbólica la fecha de la explosión del avión de Prigozhin, exactamente dos meses después de la marcha de la compañía Wagner sobre el Kremlin. Algunos incluso piensan que querían evitar a toda costa incluir a Navalny en los intercambios de prisioneros entre Rusia y Estados Unidos, una negociación que ya estaba en marcha para entregarlo, junto con el periodista estadounidense Evan Gershkovich, a cambio del ruso Vadim Krasikov - el que mató al comandante checheno Zelimkhan Khangovshili - una operación que el periodista estadounidense Tucker Carlson había insinuado en su entrevista a Putin hace pocos días.
Oficialmente, Navalny falleció a las 14.17 horas, y la noticia se dio a conocer con un comunicado de prensa de la administración penitenciaria a las 14.19 horas, que se difundió en los canales Tass a las 14.20 horas, anunciando a las 14.23, seis minutos después de su muerte, la "probable formación de un trombo”, sin ninguna autopsia ni confirmación de médicos competentes. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, comentó la "desagradable noticia" a las 14.30 horas, menos de un cuarto de hora después de la muerte. El cronometraje oficial, y no las suposiciones de los malvados occidentales, demuestra que efectivamente se trató de una operación planificada y acordada al más alto nivel, hasta el último minuto, con comunicados de prensa ya preparados e impresos. Obviamente Putin no tendrá ningún escrúpulo en negar cualquier tipo de evidencia - lo que constituye su mejor habilidad profesional desde los tiempos de la KGB - pero no hay forma de ocultar un crimen de semejante magnitud, hasta el punto de que en toda Rusia se están produciendo manifestaciones espontáneas de gran participación emocional. Señal de que en lo más profundo del alma de los rusos sigue viva la llama de Navalny.
Por supuesto, no se puede esperar que la solidaridad de los manifestantes - inmediatamente reprimidos por la policía - pueda llegar más allá de las montañas de flores acumuladas sobre el monumento a las víctimas de Stalin. El martirio de Navalny, aunque él fue capaz en años pasados de sacar a las calles a cientos de miles de personas, no provocará un levantamiento contra el régimen totalitario de Putin, destinado a durar quién sabe cuánto tiempo más todavía. Como siempre en la historia rusa, el "factor atmosférico" resulta decisivo: la primavera es demasiado corta en comparación con el invierno interminable, el "deshielo" da paso al "estancamiento". Con la desaparición del gran opositor, desaparece definitivamente la consistencia real del dictador, al que también se ha dado muchas veces por muerto o moribundo y ahora evidentemente desprovisto de cualquier rastro de vida humana. En su lugar queda un anónimo grupo de seres sin rostro, como ocurría en los tiempos del Politburó soviético dirigido por un Leonid Brezhnev embalsamado, para fundirse idealmente con la momia de Lenin en el mausoleo de la Plaza Roja.
No es que falten personalidades rusas capaces de representar dignamente una alternativa política e ideológica, hay algunos centenares de presos políticos entre los que destacan personalidades de alto nivel como Vladimir Kara-Murza, Ilja Yashin y muchos otros. Por no hablar de los miles de rusos que participan en el debate sobre el futuro del país desde el exilio, como el primer adversario real de Putin, Mijail Jodorkovsky, que sobrevivió a una década en campos de concentración sólo porque el zar pensó que ya no tenía nada que temer, o el campeón de ajedrez Garri Kasparov y tantos otros, entre ellos muchos seguidores del propio Navalny, y su esposa Julia, que recibió la noticia de su muerte durante la Conferencia de Seguridad de Munich. El futuro de Rusia todavía está por vivirse, a pesar de la decisión del Kremlin de condenarla a muerte.
Navalny era un cristiano que leía el Evangelio en el campo de concentración como tantos otros mártires antes que él. Su destino recuerda a los personajes de una de las grandes novelas de Dostoievski, Crimen y castigo: el asesino Raskolnikov, que justificaba su crimen creyéndose un superhombre, es finalmente condenado y enviado a Siberia. Lo acompaña la joven Sonja, que había sido obligada a prostituirse por la violencia de su padre y de toda la sociedad. Y junto con su amor ella le regala un Evangelio, para enseñarle a sufrir por la salvación de su alma, y la del mundo entero.
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