Médico católico: Contra la eutanasia. El sentido del sufrimiento y la muerte para la Iglesia
El Dr. Pascual es uno de los expositores del Simposio nacional organizado en ocasión del 20mo aniversario de la Comisión Diocesana para la Vida Humana en Bombay. Publicamos su intervención, en la cual explica el valor cristiano del sufrimiento. La eutanasia se ha vuelto el modo con el cual se “termina la existencia de seres humanos que son considerados una carga”.
Bombay (AsiaNews) – Hoy, la vida humana “es amenazada desde todos los frentes; al inicio de la vida hay fuerzas potentes que promueven el aborto, tratando de eliminarla. Las amenazas continúan a lo largo de toda la existencia de la persona; a su término, se reclama la eutanasia. Si esta tendencia continúa, la tierra ya no será un lugar habitable para los seres humanos”. Es lo que dice Mons. Angelo Gracias, obispo auxiliar de Bombay. Él estará presente en el Simposio nacional con el cual la diócesis de Bombay festejará el 20mo aniversario de la Comisión para la Vida Humana, del 21 al 23 de octubre. En exclusiva para AsiaNews, publicamos la intervención del Dr. Pascual Carvalho, médico católico y miembro de la Academia Pontificia para la Vida, titulada “La comprensión cristiana de la muerte”.
El médico reflexiona sobre la práctica de la eutanasia y subraya que la sociedad de hoy “ha pasado de proteger la vida humana, a tomar medidas concretas para terminar con la existencia de seres humanos que son considerados una carga”. Él reconstruye el significado cristiano de vida y muerte, siendo esta última el momento más alto del sufrimiento, que ve asociado al hombre con la Pasión de Cristo. No se necesita tener miedo de la muerte, siendo que “el objetivo es estar a la derecha del Padre”. Traducción al italiano a cargo de AsiaNews.
Eutanasia deriva de las palabras griegas “eu” y “thanatos”, es decir, “buena” y “muerte”, y significa muerte “buena” o “fácil”. La eutanasia consiente en ayudar y acelerar el proceso de la muerte, con el objetivo de aliviar el sufrimiento intolerable e incurable del paciente. Se presume que el motivo ha de ser misericordioso y debe orientarse a poner fin al sufrimiento o a la angustia física.
La inclinación a huir y evadirse
La sociedad ha pasado de proteger la vida –permitiendo al vulnerable buscar una vía de escape fácil e indolora- a tomar directamente medidas concretas para terminar con la existencia de los seres humanos que son considerados una carga. Se inicia en el momento de la concepción con el aborto, la fecundación in vitro, las manipulaciones genéticas, y se termina con aquellos que tienen un mal incurable o sufren de grandes dolores. Para detener la degeneración de este modo de pensar, debemos volver a enfocar nuestra atención en el significado de la vida y de la muerte.
En el Catecismo de la Iglesia católica, la eutanasia es definida como “cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas… para suprimir el dolor” (CCC n. 2277).
La eutanasia es una forma de homicidio y por lo tanto es prohibida por el Quinto Mandamiento, que dice “No matarás”. La misma “constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe, no cambia la naturaleza de este acto homicida, que ha de ser condenado y excluido siempre” (CCC n. 2277).
Significado católico del sufrimiento y de la muerte
La muerte es una realidad de la cual nadie puede escapar. A medida que se avecina, comenzamos a reflexionar sobre el significado de la vida, de los sufrimientos y sobre lo que vendrá después. La enfermedad terminal nos brinda tiempo para la introspección y la reflexión, y pone en primer plano las preguntas sobre nuestra fe y sobre aquello que no nos habríamos atrevido a afrontar antes. El modo con el cual afrontamos y aceptamos esta realidad es lo más importante para el individuo, la familia y comunidad.
San Juan Pablo II repitió las enseñanzas de la Iglesia: “Confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.” (Evangelium Vitae, n. 65).
La Carta apostólica “Salvifici Doloris” (SD, acerca del valor salvífico del sufrimiento) de 1984, de Juan Pablo II, plantea una mirada profunda sobre el sufrimiento y nuestra relación con Dios.
Para los católicos, el sufrimiento es un proceso de purificación, y la muerte puede ser el momento final del cumplimiento.
El Apóstol Pablo dice: “Completo en mi carne lo que falta a los padecimiento de Cristo, para su Cuerpo que es la Iglesia”. San Juan Pablo II afirma: “Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la historia del hombre, e iluminado por la palabra de Dios. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo, que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: « Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros ». La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento”.
El sufrimiento halla su verdadero significado en Jesucristo. Cristo, con su sufrimiento, le ha dado un sentido salvífico. El hombre que sufre es llamado a compartir, al igual que Cristo, la redención del hombre.
María, la Madre de Cristo, compartió el sufrimiento salvífico desde el inicio, con la profecía de Simón, hasta la Crucifixión. El sufrimiento reclama coraje y fuerza de ánimo, volver a colocar la esperanza en Cristo y en su victoria sobre el mundo a través de su sufrimiento, y nos enseña a unirnos a Cristo.
La Cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante una luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la Resurrección: el misterio de la Pasión está incluido en el misterio pascual. Los testigos de la Pasión de Cristo son a la vez testigos de su Resurrección. Escribe San Pablo: « Para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándome a Él en su muerte, por si logro alcanzar la resurrección de los muertos »” [SD, n. 21].
La posibilidad de volverse compañeros del misterio pascual, en el modo que le es conocido a Dios, “es una ofrenda a todos los hombre. Él dice a sus discípulos: ‘Toma la cruz y sígueme’” (Mt. 16:24). Así pues, la participación en los sufrimientos de Cristo es, al mismo tiempo, sufrimiento por el Reino de Dios” (…) “Cuantos participan en los sufrimientos de Cristo se hacen dignos de este Reino. Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la Pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención: con este precio el reino de Dios ha sido nuevamente consolidado en la historia del hombre, llegando a ser la perspectiva definitiva de su existencia terrenal. Cristo nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el sufrimiento maduran para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo.” [SD, n. 21].
Puntos para reflexionar
Por ende, el sufrimiento ya no es más una experiencia de inutilidad ni una carga para los demás. Este brinda una oportunidad de gracia, y la posibilidad de mostrar un amor por los demás. Para nosotros, la vida terrenal no es el fin, sino que ha sido creada como un inicio para la eternidad.
Dios es el creador de la vida y quien guía nuestro destino. El hombre no está representado solamente cuando busca la liberación de la carga de la vejez, sino también cuando vuelve a poner su confianza en la Providencia amorosa de Dios, como Abraham, nuestro padre en la fe. La Biblia no nos enseña un mero fatalismo o una resignación, sino que suscita la fe en Dios y la confianza en su misericordia y en sus promesas.
El sufrimiento es un proceso de purificación. La lucha te purifica de todos los apegos [terrenales]. La persona tiene el tiempo para purificarse y separarse a sí mismo/sí misma de los bienes materiales.
No se puede interferir con el momento de iluminación de las persona. Por ejemplo, ciertamente que existe el sufrimiento, pero su aceptación conduce a la calma, por la conciencia de que nosotros estamos participando con Cristo en la redención del hombre y que estaremos a la derecha de Dios por la eternidad. Para Dios, el tiempo del sufrimiento es el momento de elegir.
Dios es el único custodio de nuestra vida. Nosotros no podemos, de ninguna manera ni a través de una ley, subvertir esta relación íntima entre el hombre y Dios, engañando al hombre con que la vida no tiene significado y que tiene su fin en esta tierra. ¿De qué manera, entonces, el hombre sería diferente del animal?
La muerte es el punto de purificación más alto, y para Dios, la decisión definitiva. Los santos han atravesado esto. Hasta Cristo gritó a Dios en la cruz: “¿Por qué me has abandonado?”
Antes de la muerte hay sólo una vida. Aquí, en esta vida, nosotros debemos tomar una decisión a favor o en contra de Dios. Nos sentimos abandonados, y, sin embargo, nuestra fe y la aceptación de la Voluntad de Dios son el punto más alto de la espiritualidad.
El sufrimiento salvífico es la creencia cristiana de que el sufrimiento humano, cuando es aceptado y ofrecido como un sacrificio, unido a la Pasión de Jesús, puede provocar la remisión de la justa punición por los pecados de uno o por los pecados de otra persona, o bien de las necesidades físicas y espirituales propias o de otro.
El sufrimiento es sobrenatural, porque Dios lo ha conectado a la salvación, pero también es humano, porque es algo garantizado a todos los hombres. A través del sufrimiento humano, los hombres encuentran su identidad propia, en sí mismos y en Cristo.
Magisterio de la Iglesia católica sobre la eutanasia
El Concilio Vaticano II (1962-1965) enseña que la variedad de crímenes es numerosa: “[…] Cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado; […] todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador.” (Gaudium et Spes, n. 27).
Reflexiones y conclusiones
Jesús dijo a sus discípulos que no tuvieran miedo por su vida; la vida eterna tiene un valor infinitamente mayor que el de la vida terrenal: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición al alma y cuerpo en la gehena” (Mt. 10:28). En su Carta a los Filipenses, el apóstol Pablo se concentra en el momento en que dejará esta vida terrena tras de sí y estará con Cristo.
San Juan Pablo II explica que seguir a Cristo “es, no solamente imitar sus virtudes, y no solamente vivir en este mundo como Cristo, siguiendo su palabra lo más posible; sino que es un viaje que tiene un objetivo. Y el objetivo es estar a la derecha del Padre. Nosotros debemos tener la gran valentía, la alegría, la gran esperanza de que existe la vida eterna, que esta es la vida verdadera y que es de esta vida verdadera que surge la luz que ilumina a este mundo”.
Nadie tiene derecho a interponerse en esta relación única entre Dios y el hombre.
(colaboró en esta nota Nirmala Carvalho)
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