Myanmar, el golpe de Estado de la muerte y el pueblo de la vida
Mientras siguen llegando noticias de homicidios de manifestantes, en Italia se realizó un encuentro de testimonios y oración por la paz en Myanmar. Estuvo centrado en las palabras de la hermana Ann Rose Nu Tawng, quien suplicó a los soldados de rodillas que no dispararan contra "su pueblo". La reflexión del director de AsiaNews.
Roma (AsiaNews) - Ayer a las 20.30 horas se llevó a cabo el encuentro virtual "En comunión con Myanmar" . A la reunión, organizada por la editorial Emi, asistieron más de 1000 personas de Italia y otros varios países. La convocatoria se centró en el testimonio de la hermana Ann Rose Nu Tawng, cuya foto, rogando de rodillas a los soldados en Miytkiyna que no dispararan contra la multitud, dio la vuelta al mundo. Fue un encuentro de oración donde también se pudo escuchar el testimonio de algunos seminaristas del PIME (Instituto Pontificio para las Misiones Extranjeras), entre ellos dos jóvenes birmanos. La conclusión estuvo a cargo del cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia. El director de AsiaNews también participó en el encuentro, con la reflexión que publicamos a continuación.
Mientras tanto, continúan las manifestaciones en Myanmar, y también la violencia. Otras dos personas murieron anoche en Tharketa, cerca de Yangon, frente a la estación de policía, donde se habían concentrado cientos de manifestantes para pedir la liberación de los arrestados en los últimos días.
Desde febrero estamos asistiendo en Myanmar a un hecho viejo y a otro nuevo. Lo viejo es el golpe de Estado que llevaron a cabo los militares; ellos quieren devolver el país a los tiempos de la junta, que gobernó sin oposición desde 1962 hasta 2011.
En efecto, en 1962, el general Ne Win, autoritario y socialista, dio un golpe de Estado y tomó el poder, derrocando al gobierno democrático que existía desde 1948, año de la independencia. En poco tiempo también expulsó a 250 misioneros. Del Pime, mi instituto, solo quedaron 11, aquelos que llevaban en el país más de 10 años. Entre ellos estaba el Beato Clemente Vismara, el apóstol de los niños.
Desde entonces, a pesar de los cambios de nombre y definición, el ejército mantuvo el control del país con mano de hierro. Los testimonios que hemos publicado muchas veces en AsiaNews hablan de aldeas incendiadas, iglesias destruidas, mujeres violadas, niños obligados a la esclavitud o niños soldados, desapariciones nocturnas de opositores y fosas comunes. Todo lo que después sufrirán los rohingya, pero ya han sufrido todas las minorías. .En 1990 hay un intento de celebrar elecciones libres que gana el partido Liga por la Democracia (NDL), cuyo líder ya era Aung San Suu Kyi. El partido gana, pero la junta no lo reconoce y envía a la cárcel a Aung San Suu Kyi y sus colaboradores, tal como hizo en las últimas semanas.
La economía aislada y el cambio de mentalidad de algunos militares conducen a algunos cambios: una nueva Constitución en 2008 - que garantiza el 25% de los escaños a los militares junto con algunos ministerios importantes -, la liberación de la "Señora" y nuevas elecciones en 2010. Pero están tan manipuladas que la población las boicotea.
Finalmente, en 2015 hay nuevas elecciones, bastante libres, que dan el triunfo a la NDL. En noviembre de 2020 se celebran nuevas elecciones, que vuelve a ganar abrumadoramente la NDL, con el 75% de las bancas. Como el deseo de cambio también se extiende entre los militares, la junta teme que esta victoria sea el fin de su poder, no solo militar sino también económico, dado que todos los recursos del país (petróleo, gas, agricultura, maderas preciosas, minas , ...) están en sus manos, mientras que el libre mercado está en problemas. El golpe es una cuestión de vida o muerte para los militares.
La respuesta del pueblo
Pero se encontraron con un hecho nuevo, nunca antes visto: la respuesta de todo el pueblo contra la dictadura. Los intentos anteriores de derrocar a la junta tuvieron como protagonistas a estudiantes universitarios en 1988 y largas columnas de monjes budistas en 2007. En las últimas semanas, la huelga de desobediencia civil la comenzaron primero los médicos y después los siguieron el personal de salud; después los profesores y estudiantes; después los empleados bancarios, empresas privadas, trabajadores ferroviarios, trabajadores portuarios. Como resultado, se paralizó la economía.
El mismo general Min Aung Hlaing, jefe de la nueva junta militar, admitió que dos tercios de los hospitales no funcionan; según la ONU, las tres cuartas partes de los empleados estatales están en huelga; un canal de investigación birmano afirma que la huelga ha paralizado los 24 ministerios del nuevo gobierno.
Las huelgas y manifestaciones se extendieron a varias ciudades. Cientos de miles de personas de día o de noche invaden las calles de Yangon, Mandalay, Myitkyina, Monywa, Pagan, Dawei, Myeik, Lashio, Taunggy. Con carteles a menudo irónicos o humorísticos - esa también es una novedad - la población pide que termine el golpe de Estado y se devuelva la libertad a los presos políticos, en primer lugar a Aung San Suu Kyi y el presidente Win Myint, bajo arresto domiciliario en la nueva capital de Naypyidaw desde el primer día del golpe.
Los grupos étnicos unidos
Otra novedad es el carácter multiétnico de las manifestaciones: una señal de que las 136 etnias de Myanmar pueden convivir sin el puño de hierro de los generales.
La multiétnica del país ha sido muchas veces un lastre para la unidad nacional, aunque el ejército - que se presentaba como garante de esa unidad - siempre ha aplicado la política de divide y vencerás, entregando armas a un grupo, combatiendo a otro e interviniendo para "pacificar". Por el momento, sin embargo, la mayoría de los grupos étnicos están unidos contra el golpe y contra la junta.
Muchas etnias, sobre todo los chin, los kachin y los karen, todavía no han sido pacificadas y desde hace años están en guerra contra la junta que los despoja de todas las riquezas de su territorio. Ahora están pensando en unir fuerzas para combatir la violencia del ejército que aterroriza a la población matando a los manifestantes.
La Iglesia y la violencia
Otro hecho importante es la participación en las manifestaciones de sacerdotes, seminaristas y religiosas católicas. A menudo, pero un poco menos que en el pasado, también hay monjes y monjas budistas con ellos.
Hay obispos que apoyan explícitamente las manifestaciones; otros como el cardenal Charles Maung Bo [1], presidente de la Conferencia Episcopal Birmana y arzobispo de Rangún, intentan no culpar demasiado a la junta para dejar abierta una vía de diálogo. Muchos sacerdotes y fieles consideran que esta posición es "demasiado neutral", pero él también denuncia los asesinatos y abusos.
La respuesta de los militares es cada vez más violenta.
Hasta la fecha, el ejército y la policía han matado por lo menos 60 personas; un tercio de ellas eran jóvenes menores de 18 años, asesinados con balas letales en la cabeza o a golpes. Luego están las desapariciones nocturnas y los arrestos, como mínimo 2 mil. Algunos de los detenidos murieron en prisión a consecuencia de las torturas. Hace tres días fue enterrado U Zaw Myat Lin, asesor de Aung San Suu Kyi. Las fotos de su cadáver lleno de cicatrices muestran que sufrió una tortura despiadada.
Lo que está en juego
Los países occidentales condenaron inmediatamente el golpe e impusieron sanciones selectivas contra los jefes militares. El secretario general de la ONU condenó el golpe de Estado; el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, dijo que la junta estaba cometiendo crímenes de lesa humanidad.
Pero Rusia, Vietnam, India y China frenaron una moción del Consejo de Seguridad. Se sospecha que esta última apoya a la junta, como lo ha hecho durante muchas décadas. Es cierto que, por primera vez, Beijing ha negado públicamente haber ofrecido ayuda a los generales, pero también es cierto que ha estado en tratativas con los generales para garantizar la seguridad del oleoducto que transporta petróleo y gas de Myanmar a Kunming.
Los países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) dicen que no intervienen en los "asuntos internos" de un país y que, como mucho, pueden "garantizar nuevas elecciones" (tal como desea la junta).
Todos ellos temen que fracase la "estabilidad" que garantiza el ejército, sin la cual habría una avalancha de refugiados y problemas económicos en sus propias fronteras.
Pero con la huelga, la desobediencia civil y su unidad, el pueblo de Myanmar le está diciendo al mundo que está dispuesto a seguir adelante, incluso a riesgo de sus vidas. En Myanmar se está disputando un partido importante para el mundo: entre la democracia y el autoritarismo; entre la estabilidad y los derechos humanos. Pero una estabilidad sin la participación del pueblo es como tener un esqueleto en la cárcel. Y estos manifestantes demuestran que están vivos y quieren vivir.
[1] Véase AsiaNews.it, 03/02/2021.
17/12/2016 13:14
01/09/2021 15:28