Musulmanes uigures mueren en los campos de trabajo forzado o enloquecen en psiquiátricos
Desde abril de 2017, al menos un millón de uigures de Xinjiang han sufrido detenciones y torturas. Continúa la política de la “tierra arrasada”
Urumqi (AsiaNews/Agencias) – Un musulmán uigur de 34 años, Abdughappar Abdujappar, padre de 2 hijos, murió por complicaciones de salud tras haber pasado 6 meses en un campo de "reeducación" en Hili Hasake (Xinjiang). Quien da la noticia es RFA, junto a la de la muerte de una mujer de 60 años en el campo de trabajo forzado de Bayanday, y a la de un joven, sucedida a fines del años pasado, que se enfermó tras haber estado prisionero.
Desde abril de 2007, los uigures acusados de tener “fuertes opiniones religiosas” y “políticamente incorrectas”, son encarcelados o encerrados en campos de reeducación en Xinjiang; otros incluso son encerrados en clínicas psiquiátricas, donde enloquecen.
El pasado 4 de abril, una organización protestante con base en los EEUU, publicó la noticia de que 20 uigures de origen kazajo enloquecieron tras permanecer encarcelados en los que oficialmente son definidos como “centros de educación política”, pero que en realidad son campos de "reeducación".
Los 20 prisioneros -entre ellos empleados estatales, doctores y otros profesionales acusados de “opiniones religiosas extremas”- fueron privados del sueño y del uso del baño y obligados a usar yelmos que producían ruidos durante 21 horas por día, dejándoles solo 3 horas de silencio para dormir. La continua tortura los hacía llorar y gritar todo el día.
Tras haberlos reducido a este estado, las autoridades los trasladaron a un hospital psiquiátrico situado en el distrito de Beitun, donde permanecieron internados durante 3 meses. Los familiares recibieron la orden de pagar los gastos para el tratamiento en el hospital: 18.000 yuanes (unos 2350 euros).
Según asociaciones de uigures en el extranjero, desde abril de 2017, cerca de 1 millón de personas fueron detenidas por “extremismo religioso”.
Desde 2017, las autoridades de Beijing está implementando una política de “tierra arrasada” en Xinjiang. Para bloquear posibles influencias radicales afganas o paquistaníes, China ejerce un control estricto sobre las mezquitas, sobre los jóvenes y sobre la vida religiosa de las comunidades.
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