25/09/2024, 14.13
MYANMAR
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Mons. Celso Ba Shwe: 'Yo, obispo, entre los desplazados en la selva birmana'

de Alessandra De Poli

Obligado a abandonar la catedral en noviembre de 2023 debido a los enfrentamientos armados, el obispo de Loikaw sigue asistiendo a los fieles de la diócesis, ahora dispersos en 200 campos de refugiados en zonas remotas. Cuenta a AsiaNews el drama de los jóvenes que se unen a las milicias y reflexiona sobre estas comunidades del Estado de Kayah, que a pesar de sus enormes dificultades hoy le recuerdan a los primeros cristianos. "La Iglesia es el lugar donde las personas comparten y se aman".

 

Roma (AsiaNews)- Las palabras del Papa Francisco, que ayer pidió la liberación de Aung San Suu Kyi y le ofreció refugio en el Vaticano, reavivaron la atención mundial sobre la guerra en Myanmar. Una tragedia olvidada que ya dura más de tres años y también tiene el rostro de una Iglesia birmana que vive como desplazada entre los desplazados. Mons. Celso Ba Shwe, 60 años, obispo de Loikaw, capital del estado de Kayah, cuenta a AsiaNews  sus sufrimientos pero también su fuerte testimonio de vida cristiana.

La semana pasada participó en Roma en el curso de formación para obispos recientemente nombrados que organiza cada año el Dicasterio para la evangelización, y ahora se dispone a regresar con los desplazados de su comunidad en la selva birmana. Desde noviembre del año pasado, en efecto, él mismo se ha visto obligado a abandonar el complejo de la Catedral de Cristo Rey, ocupado por el ejército. Por eso hoy vive con los refugiados internos del Estado de Kayah, muchas de cuyas casas - en su mayoría tiendas de campaña y construcciones improvisadas ​​de bambú - también fueron arrasadas recientemente por las lluvias del tifón Yagi, en una nueva y terrible experiencia.

“Ya nadie vive en Loikaw - dice a AsiaNews -. La mayoría de los edificios fueron quemados y destruidos, especialmente en las zonas cristianas. En muchas partes de la ciudad es imposible ingresar debido a las minas antipersonales y los artefactos sin detonar. Sólo vuelven los miembros de las PDF para tratar de localizar a sus familias, pero también es peligroso para ellos". Las PDF son las Fuerzas de Defensa del Pueblo, el brazo armado del Gobierno de Unidad Nacional en el exilio. Son milicias divididas en brigadas que están repartidas por todo el territorio. Nacieron en abril de 2021 - después del golpe militar que desembocó en el conflicto civil -, y están formadas por jóvenes y muy jóvenes, incluyendo cristianos, que antes de la guerra, en todo el Estado de Kayah sumaban más de 90.000, sobre una población de 350 mil habitantes.

“Están luchando por su futuro y su libertad - explica el obispo -. Fueron testigos del progreso democrático durante los años de Aung San Suu Kyi, entre 2015 y 2020. Ahora los jóvenes saben que hay un espacio donde pueden expresar su libertad, están convencidos de que están luchando por la justicia. Y no sólo los jóvenes. Ninguno de nosotros quiere volver a los tiempos de la dictadura militar". Sin embargo, continúa el prelado, “los jóvenes también saben que la guerra no es la solución para alcanzar un Estado democrático. Se requiere diálogo. Lo que la Iglesia quiere y pide es que las PDF se presenten como un grupo unido. Algún día, tal vez. Por ahora es muy difícil".

La idea de un Estado federal en Myanmar siempre está en el horizonte, pero se complica porque, en los territorios liberados por el ejército, las milicias étnicas (grupos armados que, a diferencia de las PDF, luchan contra el gobierno central desde los tiempos de la independencia del imperio británico en 1948 por una mayor autonomía en sus regiones) han creado administraciones que no responden a la voluntad de la población civil. “Hasta ahora, en el Estado de Kayah han muerto en los combates al menos 600 jóvenes”, afirma con tristeza Mons. Ba Shwe, originario del pueblo de Moblo, en la diócesis de Loikaw. “Sin embargo, las familias apoyan a las PDF. En los campos de desplazados a mucha gente le falta comida, pero todos reservan algo para los combatientes. Están orgullosos de sus hijos y rezan por su éxito y seguridad".

La comunidad cristiana de Loikaw está repartida en 200 campos de refugiados en la selva, donde, según datos del año pasado, viven en total unas 150.000 personas. "Los desplazados viven lejos de las aldeas, en zonas remotas donde no hay conflicto", dice el obispo, pero inmediatamente se corrige: "No podemos decir realmente que no haya conflictos, porque en cualquier momento podría llegar un bombardeo o un ataque de artillería".

“La gente que vive aquí depende de las donaciones internacionales y de la bondad de los residentes locales que los acogen. Algunos consiguen pedir prestado un pedazo de tierra para cultivar arroz o verduras. Pero siempre es arriesgado, cualquiera puede ser alcanzado por los disparos del ejército en cualquier momento". Los niños viven la situación más dramática. A veces incluso los adolescentes de escuela secundaria se unen a la lucha armada. “Entre la pandemia y la guerra civil, algunos niños no van a la escuela desde hace cinco años”, continúa Mons. Celso, quien fue administrador apostólico de la diócesis durante tres años antes de ser ordenado obispo el 29 de junio pasado.

En el último año ha apoyado la creación de pequeñas escuelas informales entre los desplazados para tratar de educar a la generación que tendrá que reconstruir el país. "Como tememos que la junta militar pueda bombardear los lugares donde se reúne mucha gente, repartimos las clases en diferentes lugares, entre tiendas de campaña y cabañas en la selva. Los niños han aprendido a mirar hacia arriba para ver si vienen bombas. Si ven un avión, saben que deben correr a otra parte. Estudian en medio del peligro: ¿cómo hacen para concentrarse los maestros y los alumnos?”

Falta arroz y agua (que se recoge a kilómetros de distancia) y al menos 10 campos de refugiados fueron arrasados ​​por las inundaciones que provocó el tifón Yagi en el sudeste asiático en las últimas semanas. En Myanmar mató a más de 200 personas. Sin embargo, cuando habla de la vida de su comunidad, el obispo siempre tiene una sonrisa en los labios y a veces ríe. "Mi fuerza son las personas, ellas me dan coraje", explica. “Después de instalarse en los campamentos comenzaron a preguntar: '¿Dónde están nuestros lugares de culto? Queremos tener una iglesia, obispo, ¿puede ayudarnos?' Ahora casi en cada campamento hay un lugar para rezar marcado con una pequeña cruz. Es una Iglesia en la naturaleza, es muy hermoso".

En noviembre de 2023, después de un asedio de dos semanas, mons. Ba Shwe se vio obligado a abandonar la catedral de Loikaw, donde se alojaban unas 70 personas entre religiosos y personas que no podían huir, sobre todo ancianos y discapacitados. El centro pastoral había sido rodeado por cientos de soldados de la junta militar. "En diciembre volvimos, pero sólo para llevarnos los registros de bautismo, con los que hoy los sacerdotes buscan a las personas de su parroquia entre los desplazados". El resto se ha perdido todo. Incluso las tumbas dentro de la catedral fueron desenterradas, probablemente porque los militares temían que las PDF hubieran escondido allí las armas.

“Soy un obispo sin catedral, pero soy feliz. Cuando tuve que huir de Loikaw muchas personas me ofrecieron ir a Taunggyi u otros lugares seguros donde no hubiera combates. ¿Pero cómo podía abandonar a mi gente? Tengo que ir donde está mi rebaño. Las personas no tienen iglesia, pero tienen sus lugares para rezar. Es una experiencia que, con todas sus dificultades, me recuerda la vida de los primeros cristianos. Muchos me preguntan: 'Obispo, ¿cuándo volvemos a la catedral?' Yo les contesto que la Iglesia no es un edificio. Cuando las personas están juntas y se cuidan unas a otras, cuando se aman, cuando comparten: ahí está la Iglesia". Una Iglesia renacida en la tragedia de la guerra: "Los párrocos y las religiosas se dedican ahora con más fuerza a la población", continúa Mons. Ba Shwe. “En algunos campos de refugiados no había catequistas. Pero cualquiera que supiera dirigir la oración o leer el Evangelio y las Escrituras se convertía en un nuevo evangelizador", cuenta el prelado.

Cáritas Loikaw también se mantiene activa: interviene en los casos más urgentes, cuando la gente se ha quedado sin comida o no tiene más dinero. “No alcanzamos a tener la estructura de una ONG, pero siempre estamos cerca de la gente, con una clínica móvil para visitas médicas y un grupo de apoyo para aquellos que están más traumatizados. Las religiosas, sobre todo, están cerca de los que sufren. Y de esa manera llegamos a aquellas personas que se encuentran en zonas remotas, donde las agencias internacionales no pueden llegar".

“Aunque hay muchos desafíos y dificultades, Dios nos está ayudando”, afirma con convicción Mons. Ba Shwe. “Cuando me dicen: 'Obispo, no tenemos arroz para los niños', siempre hay algún otro que me llama por teléfono para ofrecer ayuda. Lo que tenemos no es suficiente, pero vamos poco a poco".

 

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