Masacres de París, el fracaso de la integración musulmana en Europa
París (AsiaNews) – La masacre de París pone en evidencia, una vez más, la crisis del modelo de convivencia entre Occidente y el mundo musulmán, denunciando en todo su alcance el fracaso del modelo de integración de los jóvenes islámicos, en particular, en el modelo de sociedad europea. Marginación y pobreza se convierten en pretextos para una radicalización de la vida, que encuentra en la religión una respuesta a los problemas sociales. Para profundizar en la situación francesa, AsiaNews ha solicitado una reflexión a la periodista irlandesa residente desde hace años en la capital francesa, experta en estudios sociales y del diálogo interreligioso
Catherine Field, periodista residente en París, estudió Ciencias Religiosas en el Instituto Católico de París; en los primeros meses de este año completó un proyecto de investigación de 18 meses de duración para la Universidad de Cambridge, focalizado en el renacimiento de la religión en la esfera pública de Inglaterra y Francia.
En el año 2010 emprendí un viaje, en un intento por entender mejor la comunidad musulmana de aquí, Francia, y de verificar, desde una perspectiva periodística, el diálogo interreligioso. En un primer momento, este viaje debería haber durado cinco meses. En realidad, continúa todavía hoy. He visitado mezquitas, institutos culturales islámicos y madrasas en París y en los suburbios, para entender mejor el panorama religioso en Francia. Al principio, me uní a cuatro sacerdotes y a siete laicos católicos, para ampliar su conocimiento del Islam y cultivar el diálogo interreligioso.
Una vez por semana, el grupo se encontraba con el imán, educadores y asistentes sociales, cada parte empeñada en el intento de entender un poco mejor a la otra parte. Y todavía hoy estoy en contacto con miembros de este grupo. Hoy observo la situación desde los márgenes y veo que se quita la atención –no obstante la buena voluntad- a la cuestión de que aún queda mucho por hacer en Francia en lo que hace al diálogo interreligioso, y de que el camino por recorrer es todavía largo.
Observar las comunidades religiosas de Francia más de cerca, quiere decir poner a confrontar simultáneamente dos caras de una única medalla, que representa la vida y la sociedad transalpinas. Dos comunidades religiosas que comparten el mismo país, pero que sólo raramente parecen encontrarse. Por un lado, están quienes pertenecen a la mayoría cristiana, que hallan consuelo en sus antiguas raíces, que penetran en la historia de Francia y que detentan un capital cultural, social y económico que ha sido dejado de lado en el transcurso de los siglos. Por otro, están los miembros de la religión islámica, seguidos por inmigrantes y sus descendientes, quienes crecen con mucha más rapidez que los católicos, pero que carecen de la confianza, del conocimiento de base y de las ventajas de la religión nativa.
Tras este intento de diálogo hay algunas figuras de cierta autoridad. Una es Mohamed-Ali Bouharb, que en el año 2005 se volvió el primer capellán musulmán de la Gendarmería Nacional, miembro del Ministerio de Defensa. En su trabajo cotidiano, Bouharb se reúne con sus superiores de grado del ejército, teniendo que explicarles cosas tan simples como cuáles son las prácticas de la fe, sus ritos y su dieta; él debe además encarar a los soldados musulmanes, que aceptan contra su voluntad la idea de ir a combatir en Afganistán y en la región del Sahel.
Otro es Hubert de Charge, quien ha transcurrido más de diez años intentando acercar las comunidades católica y musulmana. Hombre sereno, gentil, fascinante de familia aristocrática, de Charge tiene un hermano, cristiano, que fue uno de los siete monjes cistercienses secuestrados y asesinados en Argelia en 1996. Las cabezas de los monjes decapitados fueron halladas, pero de sus cuerpos se perdió todo rastro.
Exceptuando la calidad de estos agentes del diálogo y constructores de puentes, la realidad siempre parece ponerse como obstáculo. Hay muchos intentos de diálogo, pero poco terreno en común en el cual poder estar cara a cara, y sólo en casos muy raros las acciones se han sucedido a las palabras. Ninguna de las dos partes en cuestión parece querer ceder terreno, y salir de la propia zona de comodidad y seguridad.
Con respecto a esto, hay una reunión en particular que sirve de ejemplo respecto al trabajo que aún debe hacerse en este ámbito. He visitado una madrasa, un centro educativo y cultural islámico, en el fétido suburbio de Saint Denis. Aquí, en este contexto, hay enormes complejos de viviendas, enormes y decadentes, -erigidos como hongos durante los años ’60 y ’70 para acoger al flujo de mano de obra de bajo costo proveniente del Norte de Africa –emplazados en torno a los restos de una antigua basílica en la cual están sepultados el rey y la reina de Francia.
La madrasa está situada en un complejo industrial construido durante el “Treinteno glorioso” del boom económico, que se dio aproximadamente 50 años atrás, y éste está atravesado por una autopista de 4 carriles; una verdadera tierra de nadie, donde los envoltorios de cartón de fast-food son arrastrados por el viento, y hasta los grafitis sobre los muros tienen un aspecto cansado.
Durante un curso vespertino, los docentes explican a un grupo de jóvenes musulmanes, que rondan los veintipico años de edad, cuáles son los elementos peculiares de la vida francesa. Ellos no hablan de libertad o de otros conceptos importantes para los intelectuales franceses, y mucho menos del arte o de la comida, dos cosas tan estimadas por los bohemios burgueses. Por el contrario, ellos hablan del elemento básico en la lucha por la supervivencia: como hacer frente a la burocracia del municipio. Las mujeres se sientan a un lado de la clase; los hombres, del otro.
He hablado largamente con el vice-jefe de la madrasa, un hombre de origen argelino, quien yo pensaba que desconfiaba del “tokenism” [la práctica orientada a garantizarse concesiones sólo simbólicas, ndr]. Él transmitió una larga lista de problemas. Y confirmó que hasta ese momento no se había hecho lo suficiente para integrar a los jóvenes musulmanes dentro de la sociedad francesa. Al respecto, él declaró: “Ustedes los franceses, no nos entienden”. Las palabras del eterno extranjero incomprendido.
17/12/2016 13:14
16/11/2015