Los rusos, víctimas de sí mismos
Una serie de video-documentales que difundió Masha Pevchikh, una de las colaboradoras más conocidas de Navalny, atribuye toda la culpa y la responsabilidad de lo que está ocurriendo hoy a los delincuentes y corruptos que impidieron el desarrollo de una sociedad libre y democrática en los años '90. Tanto los propagandistas de Putin como los publicistas de la oposición, los viejos y los más jóvenes, hablan de aquellos años envueltos en sentimientos de culpa y resentimiento.
En esta delicada fase de la guerra mundial - desde Ucrania hasta Palestina, pasando por los escenarios relacionados con las próximas elecciones en Europa, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Georgia y en el mundo entero - los rusos se sienten cada vez más víctimas y "perdedores", y resuena cada vez más en los debates públicos, en las redes sociales y en entrevistas semi clandestinas y desde el exterior una palabra que solía definir la condición de la población rusa en los años '90: los poterpevshie, "los que han perdido". En aquel momento se refería a la frustración de los que habían sido derrotados en la Guerra Fría que condujo a la caída de la URSS y a la profunda crisis económica de los años de Gorbachov. Como recuerda el catedrático y columnista de Radio Svoboda Sergei Medvedev, "escuché esta palabra por primera vez en la fiambrería, cuando un jubilado se quejó de la reducida ración de salame que le habían entregado y la empleada le dijo con resignación: 'deja de quejarte como un poterpevšij', concediéndole con benevolencia una rodaja más, cuando el salame escaseaba incluso en Moscú y en las provincias ya se había convertido en un mito".
Los rusos se sienten derrotados no por la dureza del régimen de Putin y la represión política, ni por el estancamiento de la guerra en Ucrania y el sacrificio de los jóvenes en el frente, ni siquiera por la reforma fiscal que absorberá toneladas de dinero para mantener la industria bélica. El lamento sigue siendo por aquella humillación de hace más de treinta años, por el sufrimiento "de los noventa", el pecado original que no deja en paz las conciencias a pesar de todas las convulsiones mundiales posteriores. Toda la culpa se remonta a esa infausta etapa histórica, y el detonante de la nueva ola de victimismo fue una serie de video-documentales difundidos desde mediados de abril por Masha Pevchikh, una de las colaboradoras más conocidas del mártir Alexei Navalny, titulados Predateli, “Traidores”. Filmadas en el típico estilo sensacionalista del movimiento navalnista del "Fondo para la lucha contra la corrupción", las historias atribuyen todas las culpas y la responsabilidad de lo que está ocurriendo hoy a los delincuentes y corruptos que han impedido el desarrollo de una democracia libre y progresista y terminaron entregando Rusia al zar de los oligarcas, el padrino mafioso Vladimir Putin.
En los últimos días el debate ha vuelto a comenzar en forma sensacional con una entrevista realizada por uno de los bloguero más seguidos, Jurij Dud, a uno de los grandes protagonistas del período de Yeltsin, el petrolero Mijail Khodorkovsky, que más tarde se convirtió en opositor de Putin y terminó recluido en un campo de concentración durante una década, para luego ser amnistiado a fines de 2013 y exiliado en el exterior, donde hoy es una de las voces más seguidas de la oposición liberal. Él también se hizo eco del tono acusatorio de Pevchikh, sobre todo contra los políticos que organizaron la transición de Yeltsin a Putin, como Anatoli Chubáis, el "gran titiritero" que abandonó Rusia cuando comenzó la invasión de Ucrania y ahora vive en Israel, tras escapar milagrosamente del clásico envenenamiento a manos de los servicios secretos. Se ha difundido el dicho de que los rusos "no sufren por Járkov, sino por Chubáis", en un mes de terribles bombardeos en Ucrania sobre Chernigov, Odessa y Járkov, con muertes y exterminios, mientras en Rusia se discute sobre las decisiones de los oligarcas de hace treinta años.
En Járkov los médicos forenses toman muestras de ADN de los niños para tratar de identificar los cuerpos de sus padres despedazados por las bombas rusas, mientras los rusos se pelean verbalmente para decidir la verdad sobre las subastas financieras de 1994, la privatización de Svyazinvest en 1997 que inició el derrumbe de las pirámides financieras y el rol de la "familia de Yeltsin", que a finales de siglo se divertía en el palacio del Osenny Bulvar de Moscú y después dejó el poder en manos de Putin a cambio de una inmunidad total, de la que todavía gozan sus hijas y herederos en el dorado exilio londinense. La serie de Pevchikh es en realidad la concreción del "testamento político" de Navalny que él expresó en el texto difundido desde el campo de concentración, "Mi miedo y mi odio", en agosto de 2023, cuando fue el primero en arremeter contra los políticos de la década postsoviética. Más allá de los aciertos y errores, sorprende el enorme interés con el que todos los rusos, despertando del estado de total ataraxia e indiferencia respecto de los acontecimientos internos y externos, comenzaron a "diseccionar" aquellos años ya lejanos.
Hablan de los años noventa tanto los propagandistas de Putin como los publicistas de la oposición, los boomers y los zoomers, los viejos y los más jóvenes, todos envueltos en la culpa y el resentimiento que los hacen sentir víctimas de todos los males de tiempos pasados y recientes, de Oriente y Occidente, de la Guerra Fría y de las anteriores, desde la invasión napoleónica hasta el yugo tártaro medieval. Medvedev llama a esta actitud "la moral de los esclavos", el odio vengativo de la persona "humillada y ofendida" - tomando prestada la expresión de Dostoievski - que se siente impotente ante la ruina de su destino personal y comunitario, y trata de achacar cualquier culpa al mal que proviene de todas partes. Es el hombre del "subsuelo" de Dostoievski, que vive en un sótano de San Petersburgo tras una serie de humillaciones que le han infligido las autoridades y la sociedad local, y sueña con destruir el Palacio de Cristal del lejano Londres, la sede del Maligno contra el que descarga sus deseos de venganza.
Es la pregunta maldita que formuló el padre de los revolucionarios rusos del siglo XIX, Aleksandr Herzen: kto vinovat?, "¿de quién es la culpa?", dirigida sucesivamente a los tártaros, a los boyardos terratenientes, a los nemtsy (alemanes o extranjeros en general), a los judíos, a los anglosaksy, a los zares o a los soviéticos, y ahora a los oligarcas de los “salvajes años noventa”. Los protagonistas de aquella época hace mucho tiempo que están muertos, como Yeltsin y Gaydar, o dispersos en el exilio, como Jodorkovski y Chubáis, pero la ira contra ellos no sólo no se apaga, sino que aumenta cada vez más, porque evidentemente no pueden descargarla contra la casta que ahora está en el poder para evitar consecuencias desagradables. Es una especie de "odio terapéutico", que ya no tiene sentido ni consecuencias, pero permite canalizar la frustración y reconciliarse con un presente de otro modo insoportable, atribuyendo una identidad a quienes se sienten excluidos de la realidad mundial.
La "retropolítica", por otra parte, es un rasgo tradicional ruso, que idealiza los breves períodos de apertura discutiéndolos en los infinitos tiempos del "estancamiento", como ocurría en la época de Brezhnev, tras los pocos años del "deshielo jruscheviano" en los sótanos donde se reunían los disidentes del samizdat, o los círculos de intelectuales exiliados que discutían constantemente o se encerraban en la ermita de su desdeñosa soledad, como Solzhenitsyn en el frío de Vermont. Es un ciclo que se repite desde hace siglos: antes de la revolución bolchevique fue la "Edad de Plata”, una explosión de creatividad entre 1905 y 1917, después de la victoria sobre Napoleón fue la “Década Magnífica” entre los años treinta y cuarenta del siglo XIX, con el gran debate entre eslavófilos y occidentalistas, y así se puede retroceder hasta el cisma del siglo XVII entre los reformadores y los "viejos creyentes", o hasta la disputa entre los monjes pauperistas y los "estatistas" de fines del siglo XV, confirmando una correspondencia del alma rusa con el tiempo atmosférico, que supone primaveras cortas e inviernos interminables.
En estas fugaces aperturas y ventanas al mundo exterior, Rusia se las arregla para fagocitar las culturas, las religiones, los descubrimientos científicos y las transformaciones sociales de los pueblos europeos, asiáticos y de otros continentes para después vomitarlos de improviso, para conservar sólo su propia versión deformada e histérica. Como se puede comprobar de manera evidente con el “renacimiento religioso”, el redescubrimiento de la fe que animaba a las personas en los años noventa en una búsqueda sincera de espiritualidad y de sentido, para hundirse después en la Ortodoxia patriótica y militante que bendice la guerra y las masacres con una arrogancia criminal que hace palidecer incluso la predicación de las Cruzadas medievales. Esta deriva también se aplica a la política y la economía, la moral y la cultura, la escuela y todas las instituciones de la sociedad rusa actual. En los últimos días incluso se ha publicado un nuevo folleto titulado Politruk, el "dirigente político" (Politicheskij Rukovoditel) de soviética memoria, un manual de instrucción militar que establece que junto a cada oficial y cada soldado debe haber un instructor y "asesor político" que “con su palabra inspirada y su ejemplo de dedicación sin reservas al servicio de la Patria sea capaz de cimentar el espíritu de los colectivos militares”, como dice la introducción del viceministro de Defensa, el general Viktor Goremykin.
Por otra parte, el Politruk ya había sido reintroducido en febrero por el propio Putin en todos los organismos estatales con un decreto "confidencial", según el cual a cada cargo debe corresponder un "vicedirector para funciones políticas y sociales", como se hacía precisamente en tiempos de Stalin. El objetivo es siempre "fortalecer el patriotismo y garantizar una comprensión adecuada y profunda de la política del Estado", extinguiendo cualquier veleidad de reencontrarse a sí mismos, de reencontrar a la Rusia perdida en los años noventa y en la niebla de las historias pasadas.
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