Los mansi, pueblo ruso de la taiga, corren el riesgo de desaparecer
Viven en el norte del país y son cerca de 12.000. Pocos hablan todavía su lengua nativa. La principal amenaza proviene de los daños causados a los bosques. Ellos consideran que la tierra se debe respetar y explotarse según las necesidades.
Moscú (AsiaNews) - Está despertando apasionadas reacciones en Rusia una nueva película del director Vladimir Sevrinovskij, "Invierno en Letnaja Zolotitsa", sobre la vida de los habitantes de una pequeña aldea a orillas del Mar Blanco, a 180 kilómetros de Arkhangelsk, la ciudad más cercana, al que en invierno sólo se puede llegar en trineos motorizados o en viejos aviones de transporte An-2 para pequeños grupos de pasajeros.
En esta zona extrema de la taiga septentrional viven los mansi, un pequeño pueblo ugrofino, que según las estadísticas no supera las 12 mil personas. Menos de 200 de ellos viven en Letnaja Zolotitsa, nombre que significa "Verano Dorado", y solo unas pocas docenas hablan todavía su lengua nativa y conservan las tradiciones originales, íntimamente unidas a la vida en los bosques.
Los mansi corren peligro de desaparecer, sobre todo en la perspectiva cada vez más controvertida de una desintegración de la Federación Rusa, que a su manera intenta proteger a los pequeños grupos étnicos locales con leyes especiales, aunque cada vez estas se tienen menos en cuenta. La vida de este pueblo siempre ha dependido de la caza y la pesca, pero ahora cortan los árboles de la taiga y hacen excavaciones para buscar minerales y fuentes de energía, envenenan los ríos con los residuos de esas actividades y ahuyentan a los turistas, además de exterminar a los animales salvajes.
Los programas de apoyo del gobierno a los "pueblos originarios" no se han cancelado, pero el dinero se invierte en el territorio sin tener en cuenta la opinión de los habitantes. La mayoría de los mansi se niegan a reclamar públicamente el cumplimiento de las normas por miedo a perder incluso lo que hoy les garantizan los funcionarios o los hombres de negocios.
En la película, una de las pocas en alzar la voz es la activista Natalia Gridneva, madre de cinco hijos, que vive en el pueblo de Polunochnoye ("Medianoche") en la región de Sverdlovsk de los Urales, quien pide que se permita a los Mansi conservar el control de sus tierras originarias y administrar en forma autónoma los fondos asignados, antes de que desaparezcan en las oficinas de los gobiernos estatales y regionales. Natalia cuenta con el apoyo del leñador Valery Anjamov, que vive en el pueblo aún más pequeño de Ushma, y posee una gran autoridad moral entre la población mansi.
Natalia cuenta que “mi padre tenía una hermana que vivía en la región de Komi, y aunque los dioses mansi estaban en contra, nos mudamos con ella; los ciervos de la zona lo llevaron a casa inconsciente y murió pocos días más tarde, una semana después de la mudanza. Mi madre también murió pronto y yo crecí en un orfanato, entre rusos”.
Los huérfanos se subían a los altos álamos para contemplar el deshielo, soñando con volver con su gente: “Solo recordaba algunas palabras de mi lengua nativa, pero nunca he olvidado la taiga”. Los niños se escapaban del instituto para vivir en el bosque "a la manera mansi", cazando y pescando todo el día, "cuando todavía había muchos animales en esa zona".
Gridneva sueña con la restauración de las tradiciones de los Urales del norte, "cuando la civilización todavía no había llegado para destruirlo todo" y los mansi eran hombres orgullosos y siempre en actividad; "hoy nos han convertido a todos en borrachos". Desde que los ciervos y los renos pasaron a ser propiedad de la administración pública en la década de 1990, prácticamente han desaparecido, junto con muchas otras especies salvajes. Anjamov envía todos los meses una carta a la administración de Ekaterimburgo, que regularmente le devuelven.
Los Mansi son gente de la tierra, que según su concepción no puede ser propiedad de nadie, individuo o comunidad, y debe ser respetada y explotada, para cubrir sus necesidades, solamente por aquellos que viven allí en forma permanente. A los habitantes se les asignan servicios de salud, transporte y suministros de primera necesidad, pero los mansi reclaman las "rodovye ugodja", las prerrogativas de las "tierras nativas", para no perder su identidad.
Foto: Flikr/Irina Kazanskaya
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