03/12/2024, 10.24
RUSIA
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Los hijos concebidos in vitro de los muertos en la guerra de Ucrania

de Vladimir Rozanskij

Desde la primera movilización para la guerra, la Asociación de Médicos y Ginecólogos de Rusia había informado que la demanda del procedimiento de conservación del propio material genético había aumentado mucho. Proekt Veter recogió las historias de las esposas de los soldados muertos en el frente y que, a pesar de ello, quedaron embarazadas con fecundación asistida tras su muerte.

Moscú (AsiaNews) - A pesar de los incesantes llamamientos de las autoridades rusas para luchar contra el descenso de la natalidad y generar nuevos niños, la población parece bastante insensible y las tasas no aumentan como deberían. Hay, sin embargo, una categoría que no quiere renunciar a tener hijos, en el drama de la guerra en Ucrania: son las esposas de los soldados rusos enviados al frente y que perdieron la vida, dejando tras de sí su esperma congelado. La periodista Irina Kravtsova, de Proekt Veter, recogió sus testimonios, en el descubrimiento de la misión de las madres que pueden dar sentido incluso a vidas destruidas.

Ya en 2022, tras la primera llamada a la movilización para la guerra, la asociación de médicos y ginecólogos informó que la demanda del procedimiento de conservación del propio material genético había aumentado mucho. Especialmente en Ekaterimburgo, en los Urales, donde funciona el Instituto Clínico de Medicina Reproductiva, se ofreció a los hombres que partían para la guerra congelar su esperma y confiarlo para su custodia, y hubo una gran afluencia a esta oferta. Ahora la posibilidad de esta operación resuena regularmente en todas las regiones de Rusia, apoyada por las autoridades centrales y regionales para «minimizar las pérdidas demográficas».

Un economista de la Universidad Estatal de Buriatia, Nikolaj Atanov, afirma que ésta es la mejor medida para apoyar la natalidad, y que el Estado debería asumir todos los gastos «desde la recogida seminal hasta la mayoría de edad de los hijos de los caídos», es más, que los vástagos de los «héroes de guerra» deberían tener acceso a instituciones educativas especializadas para su integración efectiva en el mundo laboral. Es difícil calcular cuántos hombres partieron hacia el frente que dejaron el material biológico congelado, y cuántas mujeres quedaron embarazadas como consecuencia de esta posibilidad, aunque algunos casos han sido denunciados públicamente, y Kravtsova ha recogido sus historias.

El teniente Evgenij Anufriev, de 31 años, regresó de Ucrania en su ataúd el día de su cumpleaños, el 11 de junio de 2022, a la pequeña localidad de Kjakhta, en Buriatia, donde había vivido con su familia. Según la costumbre local, el cadáver debía pasar una noche en casa, antes de ser enterrado, pero los compañeros de Evgenij no entregaron el ataúd a su esposa, porque el cuerpo se había deteriorado mucho, ya que llevaba mucho tiempo entre barro y gusanos, además de heridas mortales. Su viuda Olga había tenido con él una hija, Sofía, en 2018 por inseminación artificial, tras muchos intentos fallidos, y quedaban dos embriones de buena calidad, que permanecían congelados en la clínica. Por ello, la pareja pagaba una cantidad de tres mil rublos al mes (unos 30 euros), y en 2021 se apuntaron en la lista para tener otro hijo, y entonces Olga se operó de inmediato en cuanto recibió la noticia de la muerte de Evgenij, también por consejo de un lama budista que le había asegurado que «tu marido renacerá como un niño». El 7 de junio de 2023, aniversario de la muerte de su padre, nació la pequeña Evgenija, y su madre, Olga, declaró que «si no hubiera dado a luz a este niño, no habría sobrevivido al dolor».

Kravtsova relata muchas otras historias similares, como la de Anna, estudiante de historia de 27 años, y Dmitry Serikov, mecánico de 29 años de la ciudad siberiana de Surgut, que se casaron durante el verano de 2021. La llamada a las armas llegó en septiembre de 2023, y en febrero de 2024, Dmitry resultó herido, consiguiendo un permiso para volver a casa durante un par de semanas mediante un cuantioso soborno al oficial al mando, justo cuando se empezó a proponer sistemáticamente la congelación gratuita del semen. Anna cuenta que con su marido aún no habían decidido tener hijos, pero aceptaron la propuesta «por si acaso». De vuelta al frente, en julio Dmitry murió por la explosión de una mina, y hablando con su madre Elena, Anna decidió que «debíamos tener un hijo», a pesar de los consejos de sus amigas, que le aconsejaban esperar a su próximo marido, dada su todavía corta edad. Mientras estaba embarazada, inició una nueva relación con un hombre rechazado por el servicio militar, y juntos dieron la bienvenida al nuevo bebé, Dmitry. En la vorágine de la guerra y la pérdida del futuro, incluso en Rusia puede renacer la vida.

 

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