Los desafíos del Mundo Ruso según Kirill
El patriarca ha tratado últimamente de tomar distancia y resaltar su superioridad en la "sinfonía" rusa entre el trono y el altar. Y en los últimos tiempos se han planteado al menos dos temas en los que la Iglesia ortodoxa rusa no se ha sentido particularmente en sintonía con las instituciones estatales: las respuestas a la crisis demográfica, que terminan cuestionando el celibato de los monjes, y la prohibición de cualquier forma de oración organizada en casas particulares.
El Patriarca Ortodoxo de Moscú, Kirill (Gundyaev), presidió la XXVI sesión del Concilio Popular Ruso Universal, sobre el tema "El Mundo ruso: desafíos externos e internos", acompañado por el administrador del patriarcado, el metropolita Grigorij (Petrov) y otras personalidades eclesiásticas y del ámbito de la cultura rusa, como el profesor Alexander Shipkov, rector de la Universidad Ortodoxa de San Juan el Teólogo. Se notó una ausencia generalizada de políticos de alto nivel, y el expeditivo mensaje de saludo del presidente Vladimir Putin fue leído por uno de sus vices, Sergej Kirienko, probablemente a mcausa de cierta rivalidad, dado el rol que asume el patriarca, que últimamente trata de tomar distancia y resaltar su superioridad en la "sinfonía" rusa entre el trono y el altar.
Pero no faltó un gran número de jerarcas de la Iglesia ortodoxa, obispos, sacerdotes y monjes, y la presencia de algunos diputados de la Duma y miembros de otras instituciones, así como representantes de otras confesiones religiosas y de las academias. El encuentro fue transmitido en directo por los canales de televisión ortodoxo-patrióticos Soyuz y Spas, así como por el portal oficial del Patriarcado de Moscú, y se abrió con el himno nacional de la Federación Rusa. De todos modos, el patriarca agradeció al presidente Putin su "participación en la conformación de la política estatal, que cuenta con el apoyo de la Iglesia y del Concilio Ruso Universal", haciendo una sutil referencia al hecho de que esta institución se remonta a los años previos a la llegada al trono del propio presidente, gracias a la iniciativa en los años '90 del entonces metropolitano Kirill, actual patriarca.
Kirill trata de subrayar su función de guía ideológico del país, en la elaboración de "una política orientada a la afirmación de la libertad, de la independencia, de la auténtica independencia de nuestra patria en libertad, y al mismo tiempo en la custodia de aquellos valores tradicionales que son la base de nuestra civilización". El patriarca reivindica el patrocinio de los contenidos fundamentales de la política de Putin, que la Iglesia ha propuesto desde los turbulentos tiempos de las aperturas de Yeltsin a Occidente, recordando que "la tradición es la transmisión de todo lo que es importante, indispensable y útil para las personas, lo que constituye la garantía de su bienestar y de su futuro".
Para evitar malentendidos, dadas las interpretaciones cada vez más fantasiosas de los "valores tradicionales" por parte de los políticos y propagandistas rusos, el patriarca insistió en que "la Ortodoxia es la fe tradicional, y nosotros afirmamos que es precisamente la Iglesia la que transmite a lo largo del tiempo de generación en generación estos valores y significados tan importantes, a través de las enseñanzas de la doctrina, la oración y la formación de las convicciones espirituales y teóricas de las personas, y por eso la Iglesia es el factor principal en la transmisión de los valores al mundo contemporáneo". Kirill elogia el "modelo particular de colaboración entre la Iglesia y el Estado en nuestro país", que incluso "nunca se había visto en el pasado", colocando al zar Putin por encima de todos los príncipes y emperadores (y secretarios del Partido) de los siglos anteriores, y a sí mismo por encima de todos los patriarcas, no sólo los moscovitas, por eso hoy "el potencial de la Iglesia en la custodia de los valores se realiza al más alto nivel posible".
Según esta interpretación, nunca ha existido un Estado más cristiano que la Rusia de hoy, "las generaciones anteriores sólo podían soñar con un sistema tan perfecto", garantiza Kirill, en el cual "la Iglesia vive en la más absoluta libertad, nadie interfiere en sus actividades, y el Estado se refiere a su misión con gran respeto", y colabora sobre todo en el campo de la educación de los niños y jóvenes y en la creación de "un clima cultural sano en el país", todas ellas cosas sin las cuales "nuestro pueblo perdería su identidad", asegura el máximo referente de los ortodoxos rusos. Describe las dimensiones especiales de la relación entre la Iglesia y el Estado en Rusia con tres términos en particular, vzaimodejstvie («acción recíproca»), diálogo y sorabotničestvo («colaboración», en la versión antigua-rusa), tres inflexiones del mismo concepto cuyo propósito es exaltar tanto las decisiones prácticas, como la armonía ideológica y la "igualdad de eficacia" de ambas instituciones.
En realidad, en los últimos tiempos se han planteado al menos dos temas sobre los que la Iglesia Ortodoxa Rusa no se ha sentido particularmente en sintonía con las instituciones públicas a diversos niveles. El primero se refiere a la cuestión del crecimiento demográfico, un asunto en el que Putin insiste desde el comienzo de su presidencia, hace ya un cuarto de siglo, sin obtener ningún resultado. En el 2000 Rusia tenía cerca de 150 millones de habitantes, hoy corre el riesgo de caer por debajo de los 140, si no se tienen en cuenta las poblaciones ucranianas "anexionadas" por la fuerza de Crimea y el Donbass. Para estimular la generación de nuevos hijos, la Duma de Moscú ha llegado a proponer subsidios y ayudas de todo tipo para las mujeres a partir de los 13 años, independientemente de su estado civil, con una propaganda obsesiva según la cual "es suficiente quedar embarazada", luego el Estado se encarga de todo, una propaganda decididamente poco ortodoxa. Por no hablar de que la Iglesia preferiría una campaña más decidida para prohibir los abortos incluso en las clínicas privadas, lo que rechazan todas las administraciones regionales.
Esta línea de incitación a la natalidad "a toda costa", por otra parte, ha tomado un giro inaceptable para las tradiciones eclesiásticas cuando se pretende castigar la "propaganda child-free", poniendo bajo acusación cualquier estilo de vida que no esté orientado a la unión sexual generativa, como la gran tradición monástica ortodoxa, que solo después de mucha insistencia fue excluida de las medidas de reprobación previstas por las nuevas normas en este campo. En la Iglesia rusa los sacerdotes diocesanos y los párrocos son obligatoriamente casados y tienen muchos hijos, y constituyen de hecho una "casta sacerdotal" muy reconocida, pero la cúpula eclesiástica está formada exclusivamente por monjes, que son los grandes predicadores de la religión patriótica y de la guerra santa, por lo que deben ser honrados y enaltecidos sin arrojar sombras innecesarias sobre su forma de vida, exenta de la generación de hijos.
La otra disposición que molestó mucho al clero ortodoxo fue la prohibición absoluta, confirmada también por disposiciones legislativas, de cualquier forma de oración en las casas particulares, que pretendía afectar especialmente a las comunidades evangélicas y pentecostales y a las sectas como los Testigos de Jehová y otras, pero terminó obstaculizando las actividades de los sacerdotes ortodoxos (y católicos), que tienen la costumbre de acudir a bendecir los hogares y reunirse con la gente en su casa, sobre todo durante el invierno y en Navidad. También en este caso se ha puesto de manifiesto la considerable distancia de mentalidad entre los políticos, que adoptan con gran facilidad algunos enfoques característicos de la época soviética, y los representantes de la Ortodoxia, que en su relación con los fieles no se limitan a la mera propaganda, como es inevitable que ocurra después de más de treinta años de libertad religiosa, por lo menos a nivel formal.
Estas dimensiones controvertidas de la concepción ideológico-religiosa del "mundo ruso" permanecieron, no obstante, en el trasfondo de la sesión del Concilio Ruso Universal, que planificó también nuevas celebraciones de la historia bélica y patriótica de Rusia, como manifestaciones posteriores en San Petersburgo en torno a la figura del príncipe victorioso Aleksandr Nevski, cuya urna funeraria se pretende que sea devuelta de la ciudad de Vladímir a la capital del norte, la ciudad natal de Kirill y Putin, donde se hace todo lo posible por ocultar las evidentes raíces de la "apertura a Occidente" prevista desde su fundación por Pedro el Grande. El patriarca también destacó en este caso - como ya ocurrió hace pocos meses con el ícono de la Trinidad de Rublev - los esfuerzos que habían sido necesarios para "superar la oposición del personal del museo" donde se conserva la urna de plata, que involucraron directamente al presidente para que se devolvieran a la sede simbólica los restos del hombre que derrotó a los suecos y teutones, antepasados de los actuales "nazis ucranianos y occidentales".
Al final de su discurso, el patriarca recordó también que desde los primeros tiempos del Concilio Universal Ruso él había recomendado la lucha contra el alcoholismo, pero nadie lo escuchó, y se citaron frases de los salmos sobre la "alegría del vino" y las respuestas del príncipe Vladimir de Kiev a los emisarios musulmanes, cuando se negó a adoptar el Islam porque "no podemos dejar de beber". Hoy el alcoholismo en Rusia se ha vuelto a convertir en una plaga que se arrastra desde los campos de batalla hasta los patios de las casas, donde los borrachos se entregan a la "muerte blanca" de las heladas, sin siquiera darse cuenta. Y el último golpe de Kirill estuvo dirigido indirectamente al propio Putin, cuando condenó el "lenguaje vulgar" que debilita la salud moral de la persona. El presidente es conocido por sus expresiones "de la calle" pero, a pesar de que es abstemio, cuando escuchó al patriarca se debe haber servido un vaso.
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