14/11/2024, 17.27
VATICANO-JAPÓN
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Los años en Japón, continúa el proceso de beatificación del P. Arrupe

En la ceremonia de clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación del religioso español que dirigió la Compañía de Jesús desde 1965 hasta 1983 se recordó sus 27 años de misión entre Tokio e Hiroshima. Junto con su amor por el pueblo y la cultura japonesa y su heroico servicio entre los miles de heridos en la explosión de la bomba atómica el 6 de agosto de 1945.

 

Roma (AsiaNews)- Un misionero que amó profundamente al pueblo japonés, sirviéndolo incluso en su hora más dramática, con su cercanía a las víctimas del primer bombardeo atómico en Hiroshima en 1945. El arzobispo Baldo Reina, vicario del Papa para la diócesis de Roma, quiso recordar hoy expresamente este aspecto de la vida del padre Pedro Arrupe (1907-1991) durante la clausura de la fase diocesana del proceso de beatificación del jesuita español que desde 1965 hasta 1983 fue el 28º superior general de la Compañía de Jesús. “Un hombre fiel y obediente a la Iglesia y un valiente profeta de la renovación conciliar”, dijo Mons. Reina durante la sesión del tribunal diocesano que entregó oficialmente al Dicasterio para las Causas de los Santos el material reunido en la investigación sobre la santidad de la vida y obra de esta importante figura de la Iglesia del siglo XX.

La ceremonia de hoy - que se desarrolló en presencia del actual Superior General, el P. Arturo Sosa - se llevó a cabo el mismo día que nació el P. Arrupe en Bilbao en 1907. Ingresó en el noviciado jesuita en 1927 y había pedido insistentemente ser destinado como misionero a Japón, tierra donde luego ejerció su ministerio durante 27 años. Llegó allí en 1938 y al principio prestó servicio en Tokio, en la parroquia de Yamaguchi, en una zona evangelizada personalmente por san Francisco Javier. Cuando Japón entró en la Segunda Guerra Mundial fue arrestado e interrogado como extranjero. Luego, en 1942, fue destinado a Nagatsuka, el noviciado jesuita en Hiroshima del que llegó a ser vicerrector. En esta ciudad de Japón hizo su profesión solemne el 2 de febrero de 1943. Y en esa misma casa de las afueras de Hiroshima el p. Arrupe fue testigo directo del bombardeo atómico estadounidense en la mañana del 6 de agosto de 1945.

“Estaba en mi habitación con otro sacerdote cuando de pronto vimos una luz cegadora, como un relámpago de magnesio - escribe en sus recuerdos de aquel dramático día -. Cuando abrí la puerta que daba a la ciudad, escuchamos una formidable explosión, similar al estallido de un huracán. Al mismo tiempo, puertas, ventanas y paredes se nos cayeron encima en pedazos y fuimos arrojados al suelo".

“No olvidaré nunca - continuaba diciendo el P. Arrupe - mi primera visión de lo que fue el resultado de la bomba atómica: un grupo de mujeres jóvenes, de dieciocho o veinte años, abrazadas unas a otras mientras se arrastraban por la calle. Una de ellas tenía una herida que le cubría casi todo el pecho; tenía quemaduras en la mitad del rostro y un corte en el cuero cabelludo probablemente causado por la caída de una teja, mientras que una gran cantidad de sangre corría libremente por su rostro. La procesión siguió creciendo y llegó a unas 150.000 personas. Éste fue el horror de Hiroshima. ... Hicimos lo único que se podía hacer en presencia de semejante masacre masiva: nos arrodillamos y oramos pidiendo orientación, porque estábamos privados de cualquier ayuda humana”.

En esas circunstancias el jesuita trabajó arduamente para organizar un hospital de campaña dentro del propio noviciado, que se encontraba ubicado fuera de la zona más directamente afectada por la explosión. Antes de entrar en la Compañía de Jesús había estudiado medicina en España; así que él mismo se puso a atender a 200 pacientes con lo poco que tenían a disposición.

En 1958, cuando los jesuitas establecieron la Provincia de Japón, el P. Arrupe se convirtió en su primer superior, cargo que ocupó hasta que fue elegido superior general en 1965. “Toda su misión en Japón – recordó hoy en Roma Mons. Reina - fue una larga etapa de su vida, en la que puso a disposición lo mejor de sí mismo. Su único punto de referencia fue su encuentro con el idioma, las costumbres, la cortesía y la forma de pensar y sentir de los japoneses".

 

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