Las fuerzas alternativas de Rusia
No hay sólo guerreros exaltados, jerarcas religiosos autocéfalos y cismáticos y huestes de diversanty saboteadores que lanzan drones explosivos. Hay hombres y mujeres, familias y niños, creyentes y no creyentes a los que no les interesa establecer las fronteras de las naciones y los pueblos, sino vivir en paz en su propia tierra, con su propia fe.
Los ataques con drones contra los palacios moscovitas de hace pocos días han impreso al conflicto ruso-ucraniano un movimiento mucho más convulso y contradictorio, tras meses de estériles y trágicos bombardeos e interminables repeticiones de propaganda vacía y grandilocuente. Uno se pregunta si ha llegado el momento de la contraofensiva o de una revuelta interna en Rusia o incluso de un complot del poder, para imponer un nivel definitivo de guerra total. Como sucede a menudo en el Kremlin, las variantes se superponen y se confunden, abriendo escenarios alternativos que no son necesariamente excluyentes entre sí.
Ucrania se encuentra a un paso de cumplir su destino y pasar a ser miembro de pleno derecho de la comunidad internacional, de la alianza occidental y de Europa. La fuerza y el prestigio que han adquirido sus instituciones, su ejército y el espíritu popular, la alientan a buscar una solución de la guerra que obligue a Rusia a replegarse en su aislamiento y deje de agredir a sus vecinos con sus sueños imperiales. Por eso parecen estar moviéndose fuerzas de contraataque, por ahora bastante indefinidas, en busca del punto neurálgico sobre el que se debe actuar para dispersar las filas del enemigo, que hasta ahora han parecido muy superiores en número y potencia de fuego.
Al mismo tiempo empiezan a abrirse paso los partidarios rusos de Ucrania que desde el exterior y dentro de Rusia emprenden diversas acciones, desde incursiones guerrilleras en la región de Belgorod hasta el carrusel de drones contra Moscú y otras ciudades simbólicas, tratando de poner nervioso al aparato político y militar del Kremlin. Estos "partisanos" actúan al mismo tiempo como contrapunto y acompañamiento de los "músicos" de los grupos privados, un nombre derivado del título lírico del "Wagner" de Prigozhin, la principal institución de "poder alternativo" que hay en Rusia en este momento. Los saboteadores como Ilja Ponomarev, político opositor ruso que organiza estas incursiones desde el exterior, descartan la posibilidad de aliarse con los mercenarios, pero el efecto termina siendo el mismo: debilitar la credibilidad del régimen de Putin.
No faltan las hipótesis de una maquinación urdida directamente por el Kremlin, o por los órganos de seguridad que de él dependen, para los cuales sembrar el pánico en la población podría ayudar a radicalizar la situación, justificando un estado de guerra y una movilización general que, de lo contrario, provocaría reacciones mucho más negativas. Los drones que no alcanzan la cúpula del Kremlin por unos pocos centímetros, o que rozan los tejados de las casas de los poderosos en Rublevo -la zona a las afueras de Moscú donde viven los dirigentes políticos desde la época soviética- y que después terminan destrozando algunos edificios en el interior más anónimo, todo esto hace pensar en una farsa organizada para conseguir ventajas. Por otra parte, el ascenso al poder de Putin que comenzó a fines de los años '90 ha estado repetidamente acompañado por tragedias reales y supuestas, justificando en cada caso un uso más amplio y contundente de la fuerza, política y militar, o incluso religiosa.
Estos diferentes escenarios evocan contrastes y cambios de postura que son característicos de la Rusia antigua y moderna, un país que siempre ha oscilado entre aperturas y traiciones, autodestrucción y renacimiento, alianzas y exclusiones dentro y fuera de sus vastos territorios. Por mucho que el régimen de Putin pueda evocar la solidez granítica del estalinismo, la locura ideológica del nazismo o la impenetrabilidad del maoísmo, sigue siendo un sistema ruso, capaz de hundirse en sus propias contradicciones, como ya ocurrió durante los años soviéticos.
Una de las principales contradicciones, que suele surgir en períodos "turbios", es la repentina aparición en escena de figuras bastante inverosímiles y desestabilizadoras, que en ruso responden al título de samozvantsy, "autoproclamados", personajes que se atribuyen o reivindican un papel decisivo al margen de todas las instituciones y en nombre de todo el pueblo. Nadie podía prever que la guerra de Putin en Ucrania, tan semejante a las "invasiones fraternas" de la época soviética en Polonia, Alemania Oriental, Hungría o Checoslovaquia, daría tanto espacio a un "cocinero" oligarca con su propio ejército. Tal vez más previsible era la autoexaltación del líder checheno Kadyrov, que de todos modos es otro samozvanets producto de la tumultuosa guerra de Grozni en el cambio de milenio, gracias a la cual surgió de la niebla postsoviética precisamente la figura ominosa e indescifrable de Putin. En los últimos días Prigozhin ha realizado una gira de conferencias por toda Rusia: ya habló en Ekaterimburgo, Novosibirsk, Nizhny Novgorod y Vladivostok para presentar el proyecto “Wagner. Segundo frente”, destinado a la educación patriótica de la juventud pero también al relato veraz de la guerra, según el cual “si queremos ganar, debemos anunciar ya la movilización general”, desenterrando la economía planificada y la pena de muerte. No está claro hasta qué punto sus iniciativas son acordes o alternativas a la línea del Kremlin, como tampoco lo están las cambiantes declaraciones de Kadyrov, que hace un guiño a la posible independencia del Cáucaso y al mismo tiempo accede a enviar a sus "exterminadores" -los milicianos chechenos conocidos como kadyrovtsy- para reemplazar a los "músicos" de Prigozhin en la zona de Bajmut/Artemovsk que estos han abandonado.
Uno de los principales episodios históricos de esta tragicomedia del poder "populista" -que tan de moda está también en nuestro tiempo en todo el mundo- es el ascenso del primer hetamán cosaco, Bogdan Khmel'nitsky, a mediados del siglo XVII, quien de hecho fue el fundador de Ucrania. Hijo de nobles polacos, estudió en Lviv con los jesuitas, que lo hicieron convertirse al catolicismo aunque después volvió tranquilamente a la ortodoxia, como ocurrió a menudo con importantes figuras eclesiásticas rusas. Bogdan participó después en las guerras contra los turcos, donde conoció a estos guerreros "libres", los cosacos, que desde la región de Zaporozhe defendían a su patria -lo que para ellos significaba la posibilidad de mantenerse independientes de cualquier poder-. Junto con los cosacos Khmel'nitsky participó incluso en el sitio de Dunkerque, apoyando al cardenal Mazarino en la guerra entre franceses y españoles. Hizo carrera en la corte del rey polaco Ladislao IV y después encabezó en su contra la revuelta de los cosacos, tras las traiciones e intrigas que lo habían expulsado de los círculos del poder. Al final se puso bajo la protección del Zar de Moscú, Aleksei, para asegurar a los cosacos territorios libres más extensos, llamados "ucranianos" porque se encontraban "en las fronteras" del imperio. Así nació Ucrania, como un campo de disputa entre Rusia y Polonia, Oriente y Occidente, y los cosacos quedaron como fuerzas "alternativas" de ambos bandos.
Precisamente en estos días, en la región ucraniana de Zaporozhe ocupada por los rusos se ha formado una agrupación privada de soldados descendientes de los cosacos de la región, denominada Volja aba smert, "Libertad o muerte", cuyos miembros imitan las antiguas imágenes de sus antepasados, con argollas en las orejas y largas pipas humeantes. Al principio con armas improvisadas, y ahora equipados con armas automáticas y granadas "destinadas a Rusia". El mito de los cosacos ha dado origen a la primera forma de “disidencia”, otra dimensión que aparentemente hoy ha sido sofocada en Rusia pero que en realidad sigue regenerándose. Como en la época soviética, existe una diferencia importante entre el dissident, el que rechaza abiertamente al régimen vigente, y "el que piensa diferente", el inakomysljaščij que no expresa públicamente sus ideas, no solo para evitar la represión sino también para "no dar satisfacción” a los de afuera. Si los disidentes como Navalni o Kara-Murza languidecen en campos de concentración, con pocos partidarios en su país y muchos en el exilio, en realidad no faltan los sentimientos y opiniones generalizadas en la población, que no quiere la guerra pero al mismo tiempo tampoco quiere ceder ante los estadounidenses.
Al “espíritu libre” de los cosacos, ucranianos y rusos, se sumó, también a mediados del siglo XVII, otra forma de disidencia que siempre ha estado presente en el mundo ruso: el orgullo religioso de los que se sienten por encima y más allá de las jerarquías oficiales. Así comenzó el cisma de los Viejos Creyentes que, en vez de rebelarse, se prendían fuego en espectaculares hogueras en las plazas y a orillas de los ríos para no someterse a las reformas litúrgicas "occidentalizantes" del patriarca Nikon, que pretendía restaurar las raíces griegas de la devoción eslava. Hoy el clero y los fieles rusos se ven obligados a apoyar la guerra con oraciones y letanías especiales, e incluso con la devoción a los íconos, pero en realidad son muchos los sacerdotes, monjes y simples feligreses que van a la iglesia o hacen largas peregrinaciones a los santuarios del país para pedir a Dios que restablezca la paz.
En marzo de 2022, trescientos sacerdotes ortodoxos rusos firmaron una carta contra la guerra. Varios de ellos han sido suspendidos o inhabilitados, algunos incluso arrestados y condenados. Muchos siguen celebrando en silencio como "partisanos del espíritu contra la guerra" -como dijeron algunos en forma anónima a las agencias de noticias- eligiendo letanías diferentes o sólo el silencio, y seguidos por fieles a menudo desconcertados, pero siempre deseosos de paz. En Rusia y Ucrania no hay sólo guerreros exaltados, jerarcas religiosos autocéfalos y cismáticos, huestes de diversanty y saboteadores que lanzan drones explosivos. Hay hombres y mujeres, familias y niños, creyentes y no creyentes a los que no les interesa establecer las fronteras de las naciones y de los pueblos, sino vivir en paz en su propia tierra, con su propia fe.
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