Las diversas lógicas de la guerra
Kiev se dispone a celebrar por primera vez el Nacimiento de Cristo de forma unificada el 25 de diciembre, un acontecimiento simbólico de su nueva identidad. Pero el verdadero desafío para Ucrania es arrebatarle a Putin el control del juego y mostrar realmente al mundo el rostro de un pueblo nuevo, más allá de la lógica de la guerra.
Llevamos ya dos años en la "lógica de la guerra", dado que a finales de 2021 las tropas rusas se estaban desplegando en la frontera de Ucrania y después comenzaron la invasión en febrero de 2022. El mundo entero, probado por los dos años anteriores de pandemia, se vio obligado a cambiar completamente su visión del presente y del futuro, no sólo tratando de resistir al mal que se extiende por todas partes, sino comprometiéndose a responder a una amenaza que podría aniquilar, o al menos desarticular, la civilización que creíamos haber construido.
El corazón conserva la esperanza de salir de ella lo antes posible, de que la guerra termine como una pandemia erradicada por las vacunas, aunque de todos modos no deje de infiltrarse en el alma incluso más que en los pulmones. La sucesión de conflictos, el de Oriente Medio, después del ucraniano y el del Cáucaso, hace que este deseo sea cada vez más débil y confuso, obligando a los gobiernos a revisar las medidas que deben tomar y a los partidos a reescribir los programas sobre los que van a debatir, e incluso a las religiones se les pide que examinen nuevamente sus libros sagrados en busca de revelaciones que despejen las tinieblas de la mente y del corazón.
La guerra es una de las dimensiones más antiguas y persistentes de la historia de la humanidad, hasta el punto de que las naciones y las civilizaciones son el resultado de los conflictos, mucho más que de los progresos o de las ideologías. Comprender la lógica de la guerra resulta indispensable para comprender verdaderamente la propia identidad social, nacional y personal, no sólo cuando se es agresor o víctima, porque nunca se es un mero espectador más o menos involucrado. Aunque la guerra esté lejos, concierne a todos, y en en la situación de un mundo cada vez más interconectado ya ni siquiera se percibe la distancia, por muchos kilómetros que nos separen del frente.
Conviene, por tanto, tomar conciencia de todo lo que implica este enfrentamiento con un "mal absoluto" que nunca querríamos ver u oír, y prestar atención a quienes están en condiciones de ofrecernos elementos de comprensión. Uno de ellos es el politólogo Aleksandr Morozov, uno de los comentaristas más prestigiosos desde la época soviética, actualmente fuera de su país por su incompatibilidad con la ideología bélica del régimen de Putin, después de haber dirigido durante años el Russkij Žurnal, una de las primeras ediciones on line de comentarios sobre temas de actualidad.
En una reflexión que se publicó en Ekho Kavkaza, Morozov explica que existen al menos seis lógicas diferentes de la guerra en curso entre Rusia y Ucrania. La primera es el curso de la guerra misma, que sigue su propia dinámica relacionada con los presupuestos de gastos militares, la producción de armas, la logística de las cargas que se deben distribuir, las movilizaciones y reclutamientos que se deben organizar y la planificación de las operaciones sobre el terreno que se deben preparar según los tiempos y las estaciones, ya sean de invierno o de verano, con mucha antelación. La guerra "tiene su propio curso natural, que puede ser detenido mediante decisiones políticas", pero en este momento no hay atisbos de negociaciones o soluciones a corto plazo.
La segunda lógica, explica el politólogo, es la del "desarrollo del putinismo como sistema". Se trata de una dimensión que en este momento se alimenta casi por completo de los efectos de la "operación especial", donde ha concentrado todas sus fuerzas y motivaciones, pero que no tiene su origen en la guerra, sino que es consecuencia de la crisis postsoviética (por tanto postcolonial), y se proyecta hacia el futuro posglobalista. Las etapas de la afirmación de esta nueva imagen de Rusia son diferentes y parten del proceso de "tranquilizar al pueblo" ante las incertidumbres de los primeros años posteriores a la caída de la URSS. No se trata sólo de las convulsas transformaciones económicas, pasando de un sistema fallido como el comunista a un sistema "inhumano" como el capitalista, que también causaron graves traumas a una población acostumbrada a la planificación y al achatamiento de las condiciones sociales. Los rusos han sufrido por la incapacidad de soportar las tensiones de la confrontación de ideas, la libertad de pensamiento, de expresión e incluso de profesión religiosa, y Putin ha declarado terminada la fase del "pluralismo democrático" imponiendo el "dominio de la mayoría", en realidad, de un conformismo pasivo que delega a las autoridades todas las decisiones.
Esta lógica parte del resurgimiento de la paradoja soviética, la "lucha por la paz" (borba za mir), que impone una actitud agresiva para defender la uniformidad y la "vida tranquila". Los rusos pueden estar descontentos con la guerra como tal, pero siguen apoyando al putinismo por miedo a tener que lanzarse de nuevo al remolino de la pluralidad. La ideología soviética, entonces, fue reemplazada por la versión "militante" del cristianismo ortodoxo, que sin duda tampoco fue un invento de los rusos, sino un legado de antiguas diatribas teológicas e interétnicas, por las que uno sólo se siente verdaderamente "ortodoxo" cuando identifica el enemigo, "heterodoxo" y por tanto inmoral, y mejor aún si el enemigo es el mundo entero, y nuestro pueblo es el único poseedor de la verdadera fe.
El putinismo -una ideología imperial, "soviético-ortodoxa"- continuará incluso después de la guerra y sobrevivirá a la desaparición del propio Putin, un hecho inevitable y en parte ya evidente. Esta es la tercera lógica de la guerra que señala Morozov, la "lógica de Putin", que no tiene tanto que ver con la personalidad del señor del Kremlin, que en sí mismo es una figura decididamente mediocre, más aún, elegida precisamente por eso por la clase dominante en Rusia. Es una lógica de castas, que no se basa en la "ideología de Estado", confeccionada para mantener a las masas en un estado de sumisión. Los hombres fuertes de la economía, la política y el ejército, el "Putin colectivo" que a fines de la década de 1990 sustituyó a la "familia" de Yeltsin, sólo tienen que resolver un problema: conservar el poder sin límites de espacio, de tiempo o de estructura.
Por esa razón, sugiere el politólogo, es necesario mantener siempre alta la tensión fuera del país, ya que de esa manera es más fácil compactar a la sociedad dentro. Hace falta una escalada continua del conflicto para sorprender a los enemigos "no donde lo esperan ni de la forma en que lo esperan", para conservar el control del juego. Si los analistas de todo el mundo temen el uso de armas nucleares tácticas o la invasión de Estonia, Putin y sus hombres leen estos informes y actúan en consecuencia, reactivando las amenazas con ejercicios militares en el Mar de Japón o trasladando armamento nuclear a Bielorrusia. Rusia no busca la guerra total, porque sabe muy bien que podría fracasar, sino la continua escalada de la tensión, apoyando tal vez la reconquista azerbaiyana de Karabaj o el levantamiento terrorista de Hamás, e insinuando que podría haber problemas con Finlandia o Kazajistán.
Aunque quisiera, Putin ya no puede detener la guerra, y tampoco tiene ningún interés en ponerle fin, sino que la alimenta como "el tema musical fundamental" sobre el que los estrategas del Kremlin escriben continuos arreglos, desde el hard rock hasta el parloteo del rap, tal vez haciendo pausas de “armisticios tácticos” para volver después al estribillo del conflicto abierto.
La cuarta lógica que señala Morozov es la estadounidense, en la que Ucrania y la guerra son argumentos de una lucha política interna en Estados Unidos, que también está sujeto a desequilibrios de poder. Si es obvio que Washington está enfrentado con Moscú, como ya es tradición centenaria, resulta igualmente evidente que los estadounidenses actuarán según sus propios intereses, y si abandonaran Ucrania, lo harían de manera repentina y radical, como ocurrió en Afganistán, la circunstancia que alentó a Putin a comenzar su guerra.
En cambio la quinta lógica, la de Europa, es diferente. Antes de los conflictos de Putin la Unión Europea parecía un entramado fallido, destinado a declinar progresivamente, mientras que con la entrada de Ucrania, un país que simboliza la defensa de todo el continente, hoy Europa se ve obligada a repensarse, a expandirse nuevamente hasta el Cáucaso y retomar el discurso interrumpido en los Balcanes, planteándose cada vez más seriamente incluso la relación Turquía. Las elecciones europeas de 2024 serán por primera vez más importantes que las nacionales, y Europa deberá expresar su propia lógica de paz, respondiendo a la guerra con una nueva visión sobre su futuro.
Finalmente, está la última lógica, la de Ucrania, que se dispone a celebrar por primera vez el Nacimiento de Cristo de forma unificada el 25 de diciembre, un acontecimiento simbólico de la nueva identidad y de un nuevo pueblo desvinculado de Oriente, para vivir en armonía con Occidente y Europa. Es una lógica en equilibrio, no sólo entre destrucción y reconstrucción, entre exilio y reconciliación, sino también entre las fuerzas internas de su política y de sus Iglesias, ortodoxas y católicas, comprometidas en un difícil intento de recomposición. El resultado de la guerra no depende tanto de los rusos, sino que en realidad está en manos de los ucranianos, y no solo por el posible éxito de la contraofensiva o la reconquista de Crimea. Ucrania debe decir cuándo terminará la guerra, sean cuales fueren la situación de las fronteras y de los territorios en disputa, quitándole a Putin el control del juego: debe mostrar al mundo el rostro de un pueblo nuevo, con el que podemos construir juntos una nueva civilización, en todos los continentes y más allá de cualquier lógica de guerra.
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