La relectura de la historia para recuperar la Rusia perdida
La intervención del Estado en las escuelas también fue un clásico del régimen soviético. En los nuevos libros de texto de Historia, el 9 de mayo de 1945, día de la gloriosa Victoria de Stalin sobre los nazis, es la fecha que marca el "nuevo bautismo" de Rusia, y permite incorporar toda la retórica de la ideología soviética en la visión actual de la sobornost, la unión universal de los pueblos encabezada por Moscú.
Las motivaciones de la guerra rusa en Ucrania -que ha trastornado todo el orden mundial- son varias y bastante confusas, desde políticas y económicas hasta ideológicas y religiosas, en una mezcla de ira y resentimiento que da origen a la idea del "mundo ruso". Dado que a menudo los principales actores y "motivadores" -desde el presidente Putin hasta el patriarca Kirill, pasando por los numerosos propagandistas y líderes, generales del Ejército y propietarios de compañías mercenarias- se muestran también ellos inseguros y contradictorios a la hora de exponer los contenidos de la "operación militar especial", todas las reivindicaciones y proclamas se mezclan y revuelven en el plato preferido de los numerosos “cocineros” de la gastronomía espiritual-militar rusa: la relectura de la Historia.
La confrontación con Ucrania se explica a partir del Bautismo de la Rus de Kiev en el 988, rebautizada como "Rus de Nóvgorod", la ciudad del norte que nació en el 860, de la que Moscú sería la única verdadera heredera, y a partir de esta tesis se recorre todo el milenio de la historia común y las separaciones de los pueblos eslavos orientales. Cientos de discursos de Putin y miles de homilías de Kirill están dedicados a este tema, aunque se puede considerar que el verdadero especialista es el metropolitano Tikhon (Shevkunov), reconocido como el "padre espiritual de Putin", quien desde la década de 1990 insiste con documentales -que es su verdadera especialidad, porque estudió cinematografía- libros y numerosos artículos en el concepto fundamental de todo el proceso histórico: "Rusia solo puede existir como un imperio". Su territorio y la variedad de pueblos euroasiáticos que allí conviven obligan a "unificar" a todos a partir de la superioridad espiritual de los rusos, únicos depositarios de la "verdadera fe", la ortodoxia traicionada por latinos y griegos, europeos y americanos, y amenazada por musulmanes y orientales, que sin embargo son preferibles a los apóstatas de las Iglesias de Roma, Constantinopla y hoy, sobre todo, de Washington y Kiev.
Para inculcar estos criterios de la ortodoxia patriótica en el alma de los ciudadanos rusos, la política del Kremlin contempla fundamentalmente tres enfoques. Para las personas mayores de 50 años, que por lo tanto tienen memoria del pasado soviético, es suficiente el machacar de la propaganda oficial en la televisión y la prensa, que llevan a cabo las instituciones centrales y regionales, para activar el instinto de sumisión, profundamente arraigado todavía en la mente de los "boomers" post totalitarios. A la desafortunada generación intermedia, entre los 30 y los 50 años, le toca el plato más indigesto de la persecución y represión de cualquier forma de disidencia, la movilización para la guerra con muchas posibilidades de no sobrevivir, la huida a países más hospitalarios o simplemente la “política del avestruz”, con la esperanza de que pase la noche.
Pero el mayor esfuerzo lo requieren los jóvenes, quienes tendrán que seguir construyendo el mundo ruso pero tratando de no perder a la misma Rusia, comunicando la utopía antiglobalista a otros pueblos y países, en primer lugar a China, que precisamente intenta sacar el máximo provecho de la guerra rusa. Para los jóvenes no sirve la televisión, porque ya viven en simbiosis con las pantallas digitales, donde la guerra se vuelve mucho más compleja que la del frente en el Donbass. A eso se deben los intentos histéricos de controlar Internet creando el RuNet soberano, cerrando o supervisando todas las redes sociales, blogs y sitios, bloqueando los accesos VPN y cualquier forma de libre expresión que fluya a través de los cables maléficos que, no obstante, no se pueden cortar sin más, so pena de la desaparición, no sólo geopolítica sino también técnica e informativa, de toda la sociedad. Sin embargo el Estado tiene en sus manos una herramienta mucho más tradicional e ineludible, que no presenta ninguna competencia real y que tiene un impacto decisivo en los niños y niñas por lo menos hasta que alcanzan la mayoría de edad: la escuela.
La intervención del Estado en las escuelas también era un clásico del régimen soviético, y fue una de las primeras preocupaciones de Lenin después de la Revolución de Octubre. En febrero de 1918 se realizó la Asamblea Constituyente, que los bolcheviques perdieron estrepitosamente con menos del 20% de los votos. Por eso el líder decidió disolver directamente el Parlamento y todas las instituciones del Estado, basando el nuevo régimen en solo dos “órganos sagrados”: el Partido y el Ejército Rojo. En marzo introdujo la ley que garantizaba este nuevo sistema, con el título Separación de la Iglesia y el Estado y de la escuela y la Iglesia, insistiendo no solo en la "sustitución espiritual" de la Ortodoxia por la nueva religión comunista, sino también en la hegemonía educativa que borraba la familia, las tradiciones y la cultura reemplazándola por la "versión oficial" que se debía transmitir a los "hombres nuevos" creados por la revolución.
En este caso también hay una relectura de la historia, que identifica la Unión Soviética y la Rusia actual, y precisamente aquí se concentra ahora la atención del régimen de Putin. Cuando comenzó la invasión de Ucrania se introdujo en todas las escuelas una nueva "hora de religión" llamada "Conversación sobre las cosas importantes", y se colocó a soldados y sacerdotes junto a los maestros, a menudo poco confiables. Al principio era opcional, pero después los padres que no enviaban a sus hijos a escuchar las “cosas importantes” comenzaron a sufrir graves consecuencias. Y como incluso los mismos maestros estaban poco instruidos sobre las cosas que importaban, empezaron a modificar las herramientas didácticas, reescribiendo los libros de texto de Historia y Geografía, pero también los de Arte y Literatura, y aún los de Química y Física si era necesario. La Educación Física fue sustituida a su vez por el entrenamiento militar y se multiplicaron los espectáculos escolares que glorifican a la patria y sus conquistas, e incluso los alumnos ahora realizan labores manuales de gran utilidad tejiendo frazadas y ropa para los héroes que están en el frente.
Para coordinar la gran reforma de los contenidos escolares, Putin relevó de su ya inútil cargo al ministro de Cultura Vladimir Medinsky, uno de los propagandistas más activos de Rusia en los últimos años, asumiéndolo como consejero general para las "cosas importantes" que se deben transmitir a los jóvenes. Junto con muchísimas iniciativas y libros, Medinsky ha publicado ahora el nuevo "evangelio del mundo ruso": el manual de Historia contemporánea para los alumnos del último año de secundaria, que se preparan para el examen de ingreso a la universidad aprendiendo de memoria la historia de Rusia desde 1945 hasta principios del siglo XXI. En la reescritura de los últimos setenta años -desde que el mismo Putin era niño hasta la actualidad- se resumen los mil años de la historia profético-apocalíptica del pueblo misionero que hoy se encuentra comprometido en la empresa de salvar al mundo entero del ataque del Anticristo ucro-anglosajón.
El 9 de mayo de 1945, día de la gloriosa victoria de Stalin sobre los nazis (los "aliados", como muestra el manual, nunca podrían haber ganado), es la fecha que marca el "nuevo bautismo" de Rusia, y que permite incluir toda la retórica de la ideología soviética en la visión actual de la sobornost, la unión universal de los pueblos encabezada por Moscú. El manual de 450 páginas servirá de guía para la nueva edición de todos los libros de texto desde la escuela primaria que se llevará a cabo en 2024, y también está previsto eliminar por completo la expresión "yugo tártaro-mongol", que hoy resulta muy poco conveniente para los rusos.
Para explicar la revisión actual, Medinsky citó una frase del oberprokuror (ministro de Culto) zarista de fines del siglo XIX, el "Torquemada ruso" Konstantin Pobedonostsev (un apellido fatal que significa "portador de victoria"): "la multiplicidad de manuales en las escuelas es la gran mentira de nuestro tiempo”, ya que produce una competencia inaceptable en las cosas realmente importantes. Pobedonostsev estaba en contra de la libertad de las distintas religiones y protegía el monopolio de la Ortodoxia, y Medinsky está preocupado por los sentimientos pro-occidentales o incluso pro-ucranianos que todavía zigzaguean en la mente de muchos rusos, sobre todo los que tienen familiares en el extranjero o en Ucrania. Como él mismo ha explicado, el nuevo texto modifica al anterior "en un 70%, sobre todo en las descripciones biográficas, el rol de los protagonistas y los acontecimientos más recientes". El texto no sólo es largo sino también muy denso, porque ha reemplazado "muchas imágenes inútiles" de los anteriores por "una mayor cantidad de información y citas de las fuentes".
A partir de 1945 el manual explica -en contra de las "falsas interpretaciones" difundidas desde todas partes- que ha comenzado la era de la "revolución del bienestar": nada de terror estalinista, deshielo kruschevista o estancamiento brezhneviano. La crisis final de la Unión Soviética, provocada por las "agresiones occidentales" que consintió el inepto Gorbachov, obligó a superar las "turbulencias de Yeltsin" para llegar a la verdadera Rusia putin-kirilliana, que ahora se libera de toda opresión extranjera, sobre todo la del “diablo Biden”, y abre el futuro luminoso de un mundo de libertad y comunión espiritual. Por lo menos en el papel de los manuales.
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