10/09/2022, 09.44
MUNDO RUSO
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La pretensión de la diversidad y la carrera por la imitación

Sin ‘agentes extranjeros’, Rusia no sería Rusia, empezando por los metropolitanos enviados por Constantinopla para cristianizar la Rus de Kiev. Y probablemente ningún país sería tal y como es si no fuera por la influencia de los que están cerca y lejos.

Rusia, entre las muchas paradojas de su historia y su naturaleza, cultiva una que resulta especialmente llamativa en tiempos de catástrofe y conflicto con el universo entero. Pretende luchar para defender su propia identidad específica, diferente a la de cualquier otro país del mundo, al tiempo que se justifica con las acciones y características de otros, lo que haría más puras y creíbles aquellas de Rusia.

La principal contradicción es la acusación de imperialismo, que se endilga a los estadounidenses y a sus vasallos europeos, y vuelve necesaria la continua expansión de la Gran Rusia. Era un clásico de la época soviética y en ese entonces la contradicción era mitigada  por la clara oposición ideológica. Hoy, resulta una comparación decididamente más forzada, basada en declamados "valores" morales, pseudo-religiosos y antropológicos, mucho más grotescos que la manida retórica de la lucha del comunismo contra el capitalismo, o las bizantinas disputas sobre los puntos y comas de los dogmas cristianos.

El 13 de septiembre, la Duma de Moscú se reunirá para celebrar su primera sesión plenaria otoñal, después de unas vacaciones muy fragmentadas debido a los constantes llamamientos de los diputados a votar las medidas de emergencia contra las sanciones y a hacerlo a ojos cerrados, sin más. Por ello, el presidente del Parlamento, Vjaceslav Volodin, propondrá que todas las penas y medidas contra la "aplicación de sanciones anti-rusas", medida que se debate desde abril, se resuman en una ley especial. Volodin asegura que los diputados están "estudiando la experiencia de los países occidentales" en situaciones similares. Fue él quien propuso mirar a otros países para entender qué "medidas paliativas" tomar y en caso de ofensa al poder constituido, cómo manejar la "responsabilidad de los medios de información”.

En 2019, su colega y presidente del Consejo Federal, Valentina Matveenko, había reprendido al ministro de Educación, Serguéi Kravtsov, porque estaba "obsesionado con las evaluaciones internacionales sobre la calidad de la educación en Rusia". La mujer, leal a Putin, insistía en que las escuelas rusas debían "vivir de su propio intelecto". El propio Putin, en un diálogo con los ciudadanos que tuvo lugar en diciembre de 2021, al referirse a la denostada ley contra los "agentes extranjeros", declaró: “Esta ley no fue ideada por nosotros, sino que fue inventada por un Estado que todo el mundo considera la flor de la democracia", es decir, Estados Unidos. Putin y otros se refieren a menudo a la "experiencia internacional" no especificada, especialmente para denigrar la democracia parlamentaria y mostrar la superioridad de la democracia autoritaria y "no liberal".

Al fin y al cabo, la democracia es el valor más descalificado por las "imitaciones" no sólo en Rusia, que jamás la ha digerido en su historia, sino también en muchos otros países de Oriente y Occidente. Quizás, por haberla instituido en circunstancias inestables como el colapso del imperio soviético, o por haberla sufrido como un regalo no deseado o una forma de colonización occidental, especialmente en Oriente Medio y el norte de África.

La propia Rusia imperial demostró lo cuestionable que es la importación de modelos extranjeros, cuando Pedro el Grande, en el siglo XVIII, abrió Rusia a Occidente. Para entender la naturaleza de las nuevas instituciones, se hizo ilustrar por uno de los fundadores del Iluminismo, el filósofo Gottfried Leibniz. Los ministros de Pedro tenían el título alemán de oberprokuror, e incluso la nueva capital ha retomado el nombre alemán de Sankt-Petersburg, tras rechazar el lúgubre "Leningrado" y el rusificado "Petrogrado", el que suena menos ruso a los oídos. Petersburgo, o más bien "Piter" como la llaman sus habitantes, por el sonido holandés de la primera atribución, es una ciudad supremamente rusa. Y lo es precisamente porque imita -en este caso con mucho éxito- a otras capitales europeas. Al fin y al cabo, incluso el Kremlin de Moscú fue construido por los artesanos italianos que levantaron el Castello Sforzesco de Milán. De hecho, fue el edificio en el que se inspiró el arquitecto-ingeniero boloñés Aristotele Fioravanti, tras ser convocado por el gran príncipe Iván III, el abuelo del "Terrible".

Sin "agentes extranjeros", Rusia no sería Rusia, empezando por los metropolitanos enviados por Constantinopla para cristianizar la Rus de Kiev. Y probablemente ningún país sería realmente tal y como es si no fuera por la influencia de los que están cerca y lejos. Los zares rusos enviaban continuamente especialistas, diplomáticos y espías a los países que consideraban más desarrollados, para absorber de ellos lo mejor de la tecnología, la cultura, el arte y las instituciones sociales y económicas. Como dijo el propio Pedro, "tomaremos lo mejor de Occidente y luego le daremos la espalda", aunque esta profecía se cumplió más de un siglo después, como reacción a la invasión napoleónica.

La guerra de Ucrania y la reacción antioccidental siguen precisamente este patrón: después de treinta años de imitar y asimilar los logros y el bienestar del "enemigo histórico", hoy la Rusia de Putin "le da la espalda", creyendo que puede manejarse sola. Y las amenazas mutuas de los últimos días, relacionadas con el techo del precio del gas y la suspensión del suministro, llevan esta contradicción a su nivel más exasperado.

El sistema soviético podía al menos presumir de las peculiaridades de la economía colectiva, por muy defectuosa que fuera y a pesar de su derrota histórica. Pero, ¿cuál podría ser el espíritu auténtico de la "pureza Putin"? Más allá de la represión y de la propaganda, la impresión que se tiene es que se trata  de una mera ralentización general en todos los campos de la economía y de la vida social, aparte de la terquedad en querer demostrar sus propias razones con la guerra. Y con ello Rusia no está ganando nada, ni siquiera a nivel de consenso interno.

Todos los países logran objetivos que pueden ser útiles para otros. Estonia es un líder mundial reconocido en términos de digitalización del Estado, en Gran Bretaña se ha reducido mucho el número de fumadores, Singapur tiene uno de los mejores sistemas de Salud del mundo, Austria ha conseguido organizar el acceso a la vivienda social mejor que otros países, por citar sólo algunos ejemplos. La Rusia de Putin ha decidido tomar una imitación de la ley estadounidense llamada "FARA", Foreign Agents Registration Act, como la mejor para sí misma.

La diferencia es que en los Estados Unidos esta ley se aplica a un grupo limitado de personas -principalmente a los grupos de presión y a los abogados que representan los intereses de ciudadanos e instituciones extranjeras. Pero a nadie se le ocurriría demandar, por ejemplo, al intelectual de izquierdas Noam Chomsky, que suele estar más en consonancia con Putin que con el resto de los estadounidenses. En Rusia, en cambio, cualquier ciudadano puede ser enviado a la cárcel, lo que convierte a la imitación estadounidense en una variante extrema muy rusa y original, y ciertamente no en sentido positivo. Quizás se parezca a Zimbabue, Uganda y Etiopía, todos ellos países que han tenido una ley de "agentes extranjeros" durante décadas.

En todo caso, un país muy cercano a Rusia, que ha servido durante mucho tiempo de modelo en este punto, fue el Kazajistán de Nazarbayev -que también atraviesa una fase de reestructuración- donde solían imponerse límites estrictos a cualquier apoyo que las asociaciones locales pudieran recibir del extranjero, ya sea material o inmaterial. Las distintas organizaciones debían presentar informes muy detallados, a pesar de que la definición formal de "agente extranjero" jamás se incluyó en la legislación kazaja. Kirguistán y Tayikistán también copiaron este modelo de los kazajos, y hoy se fijan en la experiencia rusa, tanto para lo bueno como para lo malo, para evitar errores y catástrofes.

Occidente también haría bien en mirar con atención a Rusia, no sólo para defenderse de su injerencia en la política interna y su apoyo más o menos explícito a los distintos partidos y líderes soberanistas. La imitación degradada, el rechazo resentido y orgulloso, la pretensión de superioridad no son sentimientos que circulen solamente en Moscú.

A finales del siglo XIX, el emperador de Japón, Mitsuhito, envió a su mano derecha, el ministro Ivakura Tomori, a dirigir una delegación que estudió durante dos años a Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos. Ivakura tomó como modelo la "gran embajada" de Pedro el Grande a finales del siglo XVII, llegando a colocar el retrato del zar ruso junto al del emperador japonés. Le interesaba no sólo la experiencia extranjera como tal, sino también la asimilación de la experiencia extranjera.

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