La oposición rusa se dispersa
Los que se oponen a la guerra en Ucrania huyen al extranjero, y esto perjudica la causa democrática nacional. En los últimos 10 años, el único que consiguió hacerse entender por el pueblo fue Aleksei Navalny. Urge limitar el poder del presidente de turno quitándole al menos el control directo de las regiones y zonas periféricas.
Moscú (AsiaNews) - La dramática "operación militar especial" iniciada en Ucrania el pasado 24 de febrero por orden del presidente Vladimir Putin, conlleva muchas consecuencias desastrosas. Entre ellas, la desarticulación total de la oposición política al régimen actual. Con ello, no nos referimos solamente a la posibilidad de expresarse en contra de la guerra -derecho que se niega y reprime en todos los sentidos, sin mencionar el contraste de la gigantesca campaña de propaganda y desinformación.
Como señala el politólogo ruso Aleksandr Kynev en Radio Svoboda, "en Rusia, millones de personas vieron cómo se hacían añicos sus proyectos de vida, y no me refiero solamente a los planes para el futuro, sino a la misma suerte de las personas y las familias”. Ante todo, la catástrofe social se manifiesta en la absoluta impotencia de la oposición política. Asistimos al éxodo masivo de las personas más activas en la vida pública. Y esto provoca un daño irreparable en las posibilidades futuras de diálogo entre las distintas fuerzas, que no pudo progresar con la durísima represión de los últimos años.
La oposición democrática, según Kynev, es "dos veces víctima": en Rusia y en el extranjero. En el ámbito interno, sus exponentes son considerados "quintacolumnistas" y traidores a la patria; en el resto del mundo, son representantes del país agresor, y nadie está dispuesto a escucharlos porque se echa la culpa a todo el pueblo ruso.
La oposición también está dividida internamente, por la incertidumbre sobre las eternas preguntas como "¿de quién es la culpa?" y "¿qué hacer ahora?". Una parte de ella es muy activa en la comunicación y hace llamamientos a asumir la culpa colectivamente, y a la necesidad de expresar un arrepentimiento público: sobre la vergüenza de ser rusos, incluso sobre el deseo de cambiar de ciudadanía y de apellido.
Kynev considera estas reacciones emocionales como formas de "suicidio público”. Para el poder, son “un regalo inestimable": hacen que sea casi imposible hallar formas de debate sobre posibles cambios en el país y su liderazgo. Es más, parece una "forma de esnobismo presuntuoso" hacia las masas de la población, a las que sólo se propone un masoquismo auto-acusatorio. Esto quizás sirva para repristinarse ante la opinión pública internacional, pero no sirve para movilizar las conciencias de un pueblo cuyo rumbo siempre estuvo marcado por el apoyo patriótico de las iniciativas nacionales.
Hay otro peligro en esta "tensión hacia el arrepentimiento colectivo” y es sugerir la absolución para quien ejerce el poder: "si todos somos culpables, incluida la oposición, al final significa que el régimen hizo lo que le permitimos hacer", señala el politólogo, y por lo tanto no tiene sentido atribuir culpas a los individuos.
En los últimos 10 años, el único que ha conseguido hacerse entender por el pueblo es Aleksei Navalny, cuya voz ha sido completamente ahogada por las restricciones del régimen de detención. En la última convocatoria electoral, surgieron figuras opositoras falsas, creadas directamente por el régimen, como la periodista Ksenja Sobčak en 2018. Además de la necesidad de contar con líderes populares -que sólo pueden surgir de entre los que permanecen en el país- urge encarar profundas reformas institucionales para intentar arrebatar al autócrata al menos una parte del inmenso poder concentrado en sus manos, empezando por las regiones y las realidades periféricas.
Kynev cree que "el ocaso de este sistema autoritario es inevitable": si no se produce en lo inmediato, caerá en un futuro próximo, pues las consecuencias de la guerra y las sanciones resultan insoportables. Por tanto, es necesario hacer planes, prepararse para este cambio, aún cuando por el momento esto no se perciba en ningún ámbito de la oposición política y cultural. Se espera que los que han tenido que marcharse al extranjero aprovechen este periodo para trabajar en estos planes para el futuro, y puedan volver en un plazo razonable, de modo que todavía haya una Rusia que reconstruir juntos, como tantas veces ha ocurrido en el pasado.
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