La nave de los filósofos rusos
Hace exactamente cien años fueron expulsados de la Rusia soviética más de 300 ilustres representantes de la élite intelectual científica, literaria y artística que salvaron la cultura rusa de ser aniquilada. Hoy también, debido a la "revolución ucraniana", miles de docentes, artistas y estudiosos de diversos campos han huido del país. ¿Serán capaces de hacer lo mismo?
Hace exactamente cien años atrás, en septiembre-octubre de 1922, fueron expulsados de la Rusia soviética a Alemania, por disposición personal de Lenin, más de 300 ilustres representantes de la élite intelectual científica, literaria y artística. Era supuestamente un gesto de liberalidad del régimen, que pretendía obtener reconocimiento internacional del nuevo estado después de la guerra civil. Un pensador recientemente fallecido, Sergej Khoruzhij, que dedicó su vida a la reconstrucción de la memoria cultural de Rusia, llamó a ese evento "la nave de los filósofos", porque efectivamente la mayoría de los expulsados se vieron obligados a embarcar con una sola maleta cargada de nostalgias y tristeza.
Los rusos desterrados fueron capaces en el siglo pasado de salvar la cultura rusa de la completa aniquilación soviética, y la dieron a conocer aún más a un Occidente sediento de explorar las diversas dimensiones del alma, desde Oriente hasta Occidente. Los filósofos exiliados crearon centros de investigación y divulgación de la historia y la teología, como el instituto Saint-Serge de París, donde enseñaron los principales exponentes del existencialismo, de la sociología y de la neopatrística, como Nikolaj Berdjaev, Sergej Bulgakov, Georgij Florovskij y muchos otros .
En 2022, debido a la "revolución ucraniana" que volvió a romper los lazos de la Rusia neoimperial con Europa y el resto de Occidente, decenas de miles de representantes de la élite intelectual creativa abandonaron el país en las nuevas "naves de los filósofos". Por lo menos hasta que se cierren totalmente las fronteras para escapar del sombrío aislamiento de Putin. Docentes, pintores, músicos, filósofos y estudiosos de diversos campos de la ciencia huyen por las rutas más accesibles a través de Estambul, Ereván, Georgia, Estonia o Letonia. ¿Serán capaces de salvar de nuevo la cultura rusa y confiarla a la comunidad internacional para que no se marchite y se pierda? ¿Serán capaces de crear en el exilio nuevas realidades y asociaciones, involucrando a las muchísimas personas que consideran a Rusia como una parte indispensable del alma universal y no sólo como el reino maldito del "ruscismo"?
Hablaron sobre ese tema en Radio Svoboda dos eminentes representantes de la nueva diáspora rusa, la jurista Elena Lukjanova y el sociólogo Sergej Erofeev, que ya llevan mucho tiempo trabajando en centros académicos en el exterior, como la “Universidad Libre” abierta en Estados Unidos. Acertadamente señalaron que las condiciones son muy diferentes respecto a un siglo atrás, cuando los “filósofos” quedaron completamente separados de la madre patria, mientras que hoy existen formas universales de comunicación, por mucho que se trate de limitarlas y sofocarlas. Por eso “no se puede hablar de emigración o exilio en sentido pleno, sino más bien de "deslocalización”, como señala Lukjanova. Además, hace mucho tiempo que "la ciencia ha dejado de ser exclusivamente nacional, ni siquiera podría existir de esa manera y sólo sería un simulacro de propaganda", como efectivamente ocurre en muchas proclamas actuales sobre la "diversidad" del alma rusa.
La retórica putiniana insiste en la "soberanía" incluso para definir la cultura, y ha impuesto en la variante rusa de Wikipedia un tratamiento específico de la cultura que se protege de toda influencia extranjera, expurgándola de cualquier cita reciente y basada únicamente en textos publicados entre los años sesenta y noventa. Es la “guerra cultural” que acompaña a los bombardeos ucranianos, para justificar los hechos distorsionando la realidad y sus interpretaciones. En los últimos meses Erofeev ha propuesto algunas lecciones sobre la "catástrofe rusa" en las que muestra que el "régimen", al que los sociólogos llaman "sistema", se ha ido consolidando en el transcurso de estos treinta años postsoviéticos precisamente con la progresiva manipulación de la cultura. .
Los emigrantes de cien años atrás decían “no estamos en el exilio, estamos en una misión”, la de compartir con el mundo entero los tesoros del arte y la tradición rusa. Como dice Erofeev, “hay que agradecerle a Lenin por haber enviado a Pitirim Sorokin y Fedor Stepun al extranjero, para no hablar de todos los demás; incluso el filósofo favorito de Putin, Ivan Il'in, estaba en ese barco". La nueva diáspora, en realidad, no comenzó en 2022 sino en 2014, "la primera ola de deslocalización" según Lukjanova, tras la euforia patriótica de la anexión de Crimea, que ya anunciaba toda la revisión de la historia y la cultura rusas. Muchos no aceptaron la vergüenza de ese punto de inflexión que desató una espiral represiva que ahora ya es casi absoluta. La aprobación de la nueva Constitución en 2020 provocó la “segunda ola”.
Los intelectuales rusos, o por lo menos lo que queda de la gloriosa tradición de la intelligentsia rusa, no soportan el sentimiento de culpa por lo que ocurre hoy en Rusia y eso les impide concebirse como "misioneros" de Rusia en el mundo. La ideología soviética podría fácilmente tildarse de ajena a la tradición, pero hoy precisamente la tradición es reivindicada en la versión "revisada" por el poder, confirmando la continuidad semántica de los términos tradición/traducción/traición, que compromete a cualquiera que quiera expresar una dimensión común del espíritu. Las oleadas de "naves de filósofos" en realidad se suceden desde principios de la década de 2000, tras el ascenso al poder de Putin y la reconstitución de la ortodoxia como Iglesia de Estado. Se van los periodistas, los activistas de derechos humanos, los profesores universitarios, según las diversas medidas persecutorias que tienen lugar de año en año.
Las universidades rusas más prestigiosas, comenzando por la "Lomonosov Mgu" y la "Vyška School of Economics", con miles de estudiantes listos para comenzar un nuevo año académico después de las vacaciones de verano, hoy son desiertos confiados a unos pocos propagandistas, porque la mayoría de los verdaderos eruditos y académicos se han ido o han presentado la renuncia. Incluso la Escuela de especialización “Santos Cirilo y Metodio" de la Iglesia ortodoxa se ha quedado sin una verdadera conducción después que fue expulsado el metropolitano Hilarion (Alfeev) que la había instituido y sostenido durante más de una década, poniendo en su lugar al tétrico conservador Maksim Kozlov. El mismo Putin ha decretado que no existe la ciencia llamada "politología", porque "no tiene un método", y la crítica de los sistemas políticos ya es cosa del pasado, un breve paréntesis en la historia de la ciencia rusa, en la que el método se impone desde arriba y no admite desviaciones.
Erofeev explica que "en todos los años postsoviéticos, en la esfera humanitaria y social no solo ha florecido el amateurismo sino un verdadero oscurantismo, que hoy reina sin oposición". Tras el largo invierno soviético, el renacimiento de la cultura rusa fue en todo caso un fenómeno muy aproximativo, y la apropiación por parte del régimen ha resultado muy fácil exaltando groseramente lo que había sido eliminado por la ideología soviética. El aspecto más llamativo de esta propaganda simplificadora es precisamente la cultura religiosa, que ha retomado de manera enfática las imágenes sagradas de los santos y de los zares ortodoxos hasta el punto de reclutar incluso a los iconos en la guerra mediática, como sucedió en los últimos días con la "Trinidad" de Andréi Rublev.
El verdadero redescubrimiento de la cultura, la historia y la religión en Rusia es una tarea del futuro, cuando la instrumentalización neoimperialista se haya de alguna manera agotado. En cierto sentido la guerra en Ucrania ha acelerado este proceso de superación, demostrando la inconsistencia de la nueva ideología: Ucrania, que debía ser cancelada en nombre de los sagrados orígenes del cristianismo ruso, hoy finalmente ha tomado conciencia de su identidad nacional, cultural e incluso religiosa. Esto propone una interpretación completamente opuesta a la imperial de Putin y Kirill: Ucrania representa una Rusia capaz de dialogar e integrarse con Europa y Occidente, que siempre ha existido al este del Dniéper, y que convierte a Rusia en un crisol de imágenes y síntesis siempre nuevas y originales, de valor universal para los hombres de todos los continentes.
Erofeev está convencido de que "Putin ha abreviado el curso de la historia y no podrá durar mucho más, al igual que Stalin y Brezhnev". La tarea de los nuevos "filósofos", rusos y de cualquier otra nacionalidad, es captar el sentido del tiempo, sin dejar la cultura y los tesoros del espíritu en manos de populistas y soñadores de nuevos imperios, que destruyen las ciudades y las vidas humanas pero no tienen fuerza para destruir el alma. Esta es la misión que el tiempo presente nos impone a cada uno de nosotros.
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