La muerte de Navalny y el triunfo de la propaganda
El afán de involucrarse en las luchas por el poder en todo el mundo no es sólo una propensión personal de Putin, sino en cierto modo una característica típica de la naturaleza rusa, siempre necesitada de encontrar en algún otro lugar la confirmación de su existencia para no perderse entre los bosques y estepas de su inmenso territorio.
Vladimir Putin celebra el segundo aniversario de la invasión de Ucrania con la maniobra propagandística más radical y definitiva, destinada a acabar con cualquier forma de oposición. Con la muerte en el campo de concentración de Alexei Navalny, el único verdadero adversario de los últimos veinte años, se inaugura el mes de la campaña electoral para la quinta reelección del 17 de marzo, de la que también fue convenientemente eliminado el único candidato no alineado, Boris Nadezhdin. Ambas exclusiones estaban ampliamente previstas aunque no eran necesarias para el triunfo de la dictadura - ya consolidada desde la segunda-tercera reelección del zar - pero resultan indudablemente útiles para el único triunfo que le interesa al Putin colectivo, el de la Gran Guerra del Mundo Ruso.
La guerra mundial electoral de 2024 ya se puso de manifiesto/ resultó evidente el 13 de enero en Taiwán, anotando un punto para los enemigos históricos de China continental. El 7 de febrero, Azerbaiyán abrió en cambio la serie de reelecciones-farsa de los tiranos con el quinto mandato de Ilham Aliev, que recibió el 92% de las preferencias, un rito explícitamente vinculado a la victoria sobre el terreno: la reconquista de Nagorno Karabaj a expensas de los armenios. A continuación, el 25 de febrero será la descontada reelección en Bielorrusia de Alexander Lukashenko, quien por razones de seguridad hizo embargar todos los bienes de sus adversarios de cuatro años atrás, actualmente en la cárcel o en el extranjero, y subastó sus casas por si a alguno se le ocurriera volver. Sin embargo los dos líderes post-neo-soviéticos sólo son los lacayos que abren las cortinas del palco real del zar Putin, que llegará al cuarto de siglo sin tener que enfrentarse ni siquiera con adversarios de fachada, dado que al pobre Nadezhdin le impugnaron las firmas de las inscripciones porque estaban escritas con una letra indigna y acompañadas de pronósticos aún más vergonzosos, como si pretendiera quedarse con el 20% de los votos y reducir el consenso plebiscitario del padrino del Kremlin.
El 1 de marzo se "renovará" la Asamblea de Expertos, el parlamento iraní, que sumará un nuevo coro laudatorio a la reelección de Putin del 17 de marzo, para la que se esperan grandes fiestas populares y proclamas de victoria universal. Entre abril y mayo será el turno de Narendra Modi de recoger la mayoría de los votos de casi mil millones de electores en la India, la "democracia más grande del mundo", cada vez más parecida a los regímenes de sus grandes vecinos euroasiáticos. En junio, cuatrocientos millones de europeos votarán para renovar el Parlamento de Bruselas, y será uno de los momentos en los que habrá que empezar a hacer un balance de la gran guerra, para llegar a la batalla final de los anglosaks entre noviembre y diciembre, con el enfrentamiento de los "patriarcas" estadounidenses Biden y Trump, y las probables elecciones anticipadas en Inglaterra.
Del resultado de las grandes elecciones dependerá también en gran medida la evolución de los escenarios bélicos, sobre todo en Ucrania e Israel, según prevalezcan los alineamientos más o menos pacifistas y la orientación sobre las partes que se deben apoyar o condenar. Por eso el Kremlin no se limita a observar de lejos, sino que considera estas convocatorias formales de la democracia como verdaderas llamadas a la movilización, en una guerra cada vez más híbrida y multiforme a escala universal. Un ejemplo viene de Indonesia, donde se utilizó la inteligencia artificial para limpiar la imagen de los candidatos y movilizar a políticos difuntos para que enviaran mensajes a los votantes. Hace pocos días la agencia de control francesa Viginum, especializada en la defensa contra las interferencias digitales extranjeras, ha identificado una red de casi doscientos sitios web rusos dedicados a la propaganda de las tesis del Kremlin en Occidente que se denomina Portal Kombat, estructurada y coordinada para dirigirse al público de Internet en Europa y Estados Unidos, y en todos los países que apoyan a Ucrania. Putin no sólo quiere conquistar Ucrania - o Moldavia, que dentro de poco también podría ser invadida - sino que se propone dominar ("salvar") el mundo entero.
La inteligencia ucraniana también ha reunido información sobre una fase activa de la guerra informática de Rusia, que ya habría comenzado, denominada Perun, el nombre de la mayor deidad pagana de la antigua Rus' cuya estatua fue arrojada al Dnieper por el príncipe Vladimir como un gesto simbólico del Bautismo del 988. De esta manera Rusia reafirma su "santa batalla" por la verdadera fe y el rechazo de los falsos valores del Occidente idólatra. Esta campaña cuenta con la colaboración de periodistas extranjeros, personajes mediáticos y bloggers para apoyar, en todas las latitudes y en todas las aplicaciones, las razones de la agresión contra Ucrania y la misión salvífica de Rusia en el mundo. El sonado comienzo de Perun fue la entrevista que concedió Vladimir Putin al estadounidense Tucker Carlson, en la que no por casualidad el presidente ruso recordó las gestas de los grandes caudillos de la Rus' desde el siglo anterior al bautismo de Kiev, comenzando por Oleg “el vidente”, quien le atribuyó a Kiev el título de “madre de las ciudades rusas” y, como era vidente, sabía que ese honor estaba destinado a llegar a Moscú.
El mismo Putin confesó después que había quedado "decepcionado" por la excesiva condescendencia de Carlson, que prácticamente no le hizo ninguna pregunta y mucho menos objeciones. Es necesario que todos crean que realmente existe un "debate mundial", para no caer en el ridículo, como en el caso de la entrevista, en la cual la servil sumisión del estadounidense puso en evidencia la torpeza del mandatario, que se dejó llevar por el afán de identificar los personajes de la historia antigua con sus enemigos actuales, los "neonazis" ucranianos que en el 2014 comenzaron la "guerra civil". Y llegó incluso al punto de lamentar no haber comenzado antes la invasión para restablecer la unidad original. Lo paradójico es que Putin también se solidarizó con Hitler y culpó a los polacos de haber comenzado la Segunda Guerra Mundial a la que el líder nazi "se vio obligado", del mismo modo que Stalin "debía corregir" el grave error de Lenin, a quien se presenta como "el inventor de Ucrania”.
Por otra parte, el afán de involucrarse en luchas de poder en todo el mundo sin duda no es sólo una propensión personal de Putin, sino en cierto modo una característica típica de la naturaleza rusa, siempre necesitada de encontrar en otra parte la confirmación de su propia existencia para no perderse entre los bosques y estepas de su ilimitado territorio. Pedro el Grande pretendía convertir a Rusia en la "verdadera Europa", proclamándose rey de Suecia y Polonia, y espiando cuando era joven las sesiones de la Cámara de los Lores de Londres, por invitación de Guillermo III de Orange. A mediados del siglo XIX el zar Nicolás I, llamado "el gendarme de Europa", hizo todo lo posible para defender el principio de la autocracia, incluso entre sus enemigos, como la Turquía otomana o el "gran herético latino", el Papa de Roma Gregorio XVI, a quien el zar fue a visitar en privado al Quirinal en 1846, para pedirle que no cediera a las sugestiones liberales. Uno de los rusos más apasionados por las elecciones extranjeras fue luego el gran escritor Lev Tolstoi, representante del alma liberal y pacifista de Rusia pero no por eso menos involucrado en los grandes juegos de la Guerra y la Paz.
A fines del siglo XIX, el mayor novelista ruso expresaba continuamente su deseo de que Estados Unidos eligiera "al presidente adecuado". Los republicanos estadounidenses estaban muy preocupados por la influencia que el conde Tolstoi podía tener sobre el electorado de su país y publicaban artículos contra sus exhortaciones, que consideraban “degradaciones morales”. El futuro presidente Theodor Roosevelt, que en 1886 era el jefe de la policía de Nueva York, siempre llevaba consigo un ejemplar de Anna Karenina para releerlo cuando hacía vigilancias u operativos, y en una carta a su esposa le dice que Tolstoi "nunca comenta las acciones de sus personajes, sean buenas o malas... es una manera de narrar sin moralidad, cuando no directamente inmoral". Todo Estados Unidos leía ávidamente las novelas de Tolstoi, cada uno de sus libros se convertía en un best-seller y provocaba acaloradas discusiones. En aquel momento se hablaba de la "cuestión de las mujeres", y rusos y estadounidenses estaban escandalizados por la excesiva apertura en los países europeos, mientras Tolstoi se ponía a la vanguardia de las reivindicaciones de los nuevos derechos, hasta el punto de que fue oficialmente excomulgado en su patria, y en EE.UU. se prohibió la publicación de Sonata a Kreutzer según una ley de 1873 que condenaba los libros “indecentes, perversos o lujuriosos”. Incluso Resurrección, la novela más anticlerical de Tolstoi, fue admitida con severos recortes por los censores estadounidenses, "según los principios de la moral burguesa", como se advierte en el prefacio, lo que provocó fuertes protestas del autor.
Los lectores estadounidenses inundaron de cartas al escritor, anticipando las avalanchas de comentarios en las redes sociales actuales, y hasta la finca de Jasnaja Poljana llegaban grupos de visitantes y peregrinos de América. Tolstoi era el personaje más “americanófilo” de la historia rusa, y sin duda se ha revuelto en su tumba al escuchar que su tataranieto, el actual diputado ruso Petr Tolstoi, calificaba el tiempo de estudio de su hija en Estados Unidos como un “terrible pecado” y una especie de “culpa global”, en una inversión total del frente de la “guerra eterna de los valores”. En 1903 el conde visitó a William Jennings Bryan, el candidato demócrata derrotado en 1896 por el republicano William McKinley. Bryan era un famoso orador populista, conocido como "el gran plebeyo" con el que hoy se compara al mismísimo Donald Trump, y en 1900 intentó de nuevo ganar las elecciones oponiéndose a los billetes de papel "en manos de los bancos" para defender el "patrón oro", pero volvió a perder a pesar de los grandes mítines en los cuales se colocaba en la posición del crucificado “por la defensa del pueblo”.
Más de ciento veinte años después, Rusia, Estados Unidos y Europa vuelven a enfrentarse en la búsqueda del oro y los valores perdidos. La indignación por el asesinato de Navalny obliga a todos los líderes, facciones y banderías de la opinión pública de todos los países a tomar partido, convirtiendo a Rusia en la única patria global en la que debemos decidir qué futuro queremos construir.
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