La misión no es clerical y se juega en la relación Iglesia-mundo. Todo el resto es inútil.
El Secretario general de la Pontificia Unión Misional comenta el discurso pronunciado por el Papa Francisco en ocasión del centenario de la fundación. Es necesario pensar seriamente en cómo renovar y reformar las estructuras misioneras de la Iglesia, y para hacerlo, se necesita volver al Concilio Vaticano II y, sobre todo, aplicarlo. La misión no sólo es la identidad de la Iglesia, sino que es la modalidad ordinaria con la cual la Iglesia está en el mundo. O donde sea que este mundo se encuentre.
Roma (AsiaNews) – La misión de la Iglesia universal se da a través de la relación Iglesia-mundo. No pueden y no deben existir los antiguas carriles norte-sur y este-oeste, nacidos en un contexto histórico y clerical muy diverso: se debe, en cambio, regresar al Concilio Vaticano II para aplicarlo, convirtiendo en misionero a cada bautizado. Está convencido de ello el Padre Fabrizio Meroni, misionero del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, Secretario general de la Pontificia Unión Misional y Director del CIAM (International Center for Mission and Formation), quien comenta a AsiaNews el discurso pronunciado por el Papa Francisco en ocasión del centenario de la fundación de la Unión, durante la audiencia concedida a las Pontificias Obras Misionales el pasado sábado 4 de junio. A continuación, el comentario del padre Meroni.
En su discurso a las Pontificias Obras Misionales, el Papa nos dijo que celebrar los 100 años de la Pontificia Unión Misional –PUM, fundada el 31 de octubre de 1916 por el beato Paolo Manna, misionero del PIME- significa, ante todo, pensar seriamente en cómo reformarla y cómo renovarla radicalmente, a fin de que, en efecto, pueda ser el alma de todas las Pontificias Obras Misionales, tal como la quiso y pensó Pablo VI en la Carta apostólica a la PUM del 5 de septiembre de 1966, “Graves et Increscentes”.
Ser alma significa dar a todas las Pontificias Obras Misionales ese corazón “pensante y ardiente” citado por el Papa Francisco, de modo que se renueven la pasión y el ardor por la misión que –como nos recordó- se funda en la mística de los santos y de los mártires.
El Papa dice que modo mejor con el cual celebrar un centenario es dar gracias al Señor por lo que el P. Manna hizo, pero, al mismo tiempo, emprender un trienio –así lo estamos pensando- de un radical re-pensamiento y de una verdadera reforma de la naturaleza de la misión y del rol de la Pontificia Unión Misional en lo que se refiere a las otras tres: La Pontificia Obra para la Propagación de la Fe, La Pontificia Obra para la Santa Infancia y la Pontificia Obra San Pedro Apóstol, que sirve a los seminarios mayores y a los noviciados de Asia, África y Oceanía.
Este trienio está estructurado, por ahora, de esta manera: un 2016 que sea solamente de escucha y los dos años siguientes (2017 y 2018) dedicados a la escucha de las Iglesias locales y de las fuerzas misioneras presentes, pero con actividades formativas y un intento de retomar nuestra revista, que hoy se encuentra suspendida, ad experimentum. Dicho período de tiempo tiene como sola finalidad la de entender –junto a las Iglesias locales de Asia, África y Oceanía – cómo ayudarles desde el centro a trabajar para una formación permanente en la misión, que se corresponda de manera auténtica con sus necesidades reales.
Esto significa hacer de tal manera que la Pontificia Unión Misional pueda invertir personas, tiempo y dinero para que se dé lugar a esa formación misionera continua que estas Iglesias necesitan. Las Iglesias jóvenes están en un estado de misión permanente, porque numéricamente hablando –o culturalmente, o económicamente o bien desde el punto de vista de la persecución- son “grandes minorías”. Por lo cual, todas las actividades pastorales que llevan adelante –desde el catecismo a Caritas, desde la preparación para la primera comunión, para el matrimonio o para el catecumenado- son todas actividades pastorales en sí ordinarias, pero dentro de una estructura socio-cultural que es evidentemente misionera. Aún si estas Iglesias no lo quisieran, la situación histórico-geográfica les impone la misión como identidad propia.
La implicación de la Iglesia universal
Las “Iglesias antiguas” de Europa y de las Américas deben aprender de esta realidad. La PUM privilegia a Asia, África y Oceanía, porque son territorios de Propaganda Fide, pero no excluye a Europa y América, a quienes quisiera incluso implicar más. Este compromiso ya existe en término de donaciones; el dinero que los cristianos de estos países de vieja data entregan al Papa, poniéndole en condiciones, como Pastor universal, de ayudar a todas las iglesias –y sobre todo a las más pobres- en su misión ordinaria.
Por otra parte, a ellas les pedimos, también, poner a disposición personal que pueda ayudar a la PUM y a las Iglesias locales de Asia, África y Oceanía a llevar a cabo su formación permanente. Estos americanos y europeos, al regresar a su casa, harán de esta experiencia de formación permanente una experiencia de animación misionera para sus Iglesias. Por ende, no se trata de privilegiar a nadie, sino de partir de estas Iglesias, que por su misma naturaleza, están en un estado de misión permanente.
La Iglesia es siempre misionera
La Iglesia está siempre, constantemente, donde sea y siempre en estado de misión, permanentemente. Este concepto implica a todos; a religiosos, clérigos y bautizados. Por lo cual no hay una dirección norte-sur ó este-oeste, y tampoco una dirección en sentido contrario. Hay, en cambio, una realidad, una red que atraviesa el mundo, en la cual la misión reclama una Iglesia que sepa evangelizar siempre. Como recordaba el Papa Francisco en un mensaje suyo al Card. Ouellet del 19 de marzo pasado, nadie nace obispo o cura, sino que todos nacemos laicos bautizados como Pueblo de Dios. Nacer laicos, como bautizados, significa ser del Espíritu de Dios, puestos en el mundo con la novedad de Jesucristo, operante en nuestras vidas.
Han de ser hechas dos consideraciones: la primera es que, de hecho, el Papa Francisco jamás habla de nueva o antigua misión o evangelización, sino que habla siempre de misionalidad. Y no se identifican territorios de misión, discriminando a otros. Por lo tanto, hay una claridad al respecto: la misión no sólo es la identidad de la Iglesia, sino que es la modalidad ordinaria con la cual la Iglesia está en el mundo. O donde sea que este mundo se encuentre.
La misión es de todos
Desde el punto de vista de la consideración histórica, es necesario tener presente que, de hecho, la misión ad gentes, sobre todo luego del descubrimiento de América, es una realidad que se ha reducido fuertemente al estado clerical. Por lo tanto –a pesar de que haya habido catequistas con varios institutos misioneros, Congregaciones y Órdenes- de hecho, quienes eran enviados eran los sacerdotes y religiosos. Verse, aún obligados a decir –50 años después del Concilio Vaticano II- que la misión es de los bautizados, de todo el pueblo de Dios, quiere decir que estamos atrasados en lo que respecta a una auténtica comprensión y recepción de ese Concilio. Como ya nos lo recordaba Benedicto XVI.
Por lo tanto, la misión no debe ser, de hecho, “des-clericalizada”. Seguramente, hemos tenido un período histórico de fuerte “clericalización” de la misión ad gentes, pero hoy nos damos cuenta de que disminuyendo el número de sacerdotes disponibles para este tipo de trabajo, el Espíritu –de manera muy provocativa- nos pide nuevas reflexiones.
La cuestión fundamental es esta: estamos 50 años atrasados en relación al Concilio en lo que hace a la misión, porque, de hecho, hemos reducido la misión a una cuestión de tipo eclesiástico. En cambio, no hemos repensado sustancialmente –inmediatamente después del Vaticano II- en la misión como una relación ordinaria de la Iglesia con el mundo. Si, en lugar de concentrarnos tan sólo en la Ad Gentes (con alguna tenue referencia a la Lumen Gentium) la reflexión sobre la renovación que trajo el Concilio, lo hubiéramos hecho centrados en la Lumen Gentium, en Ad Gentes, Gaudium et Spes y Apostolicam Actuositatem, muy probablemente no habríamos perdido estos 50 años. Años en los cuales, de hecho, ha sido difícil pensar que la misión fuera realmente de todos, a pesar de habérnoslo repetido a menudo.
Las intuiciones del Espíritu
En esto, sin embargo, nos ha ayudado fuertemente el Espíritu Santo, que en el período ha hecho surgir experiencias de anuncio del Evangelio ad gentes gracias a los movimientos eclesiales. Los movimientos eclesiales universales, conocidos y sostenidos por los últimos tres pontífices, son lugares donde muchos laicos, muchas familias, muchos esposos, han experimentado la identidad misionera que es propia del bautismo. ¿De qué manera? Habiendo sido fuertemente educados en la fe, en la relación Iglesia-mundo, gracias a su ser como esposos, consagrados y siendo profesionalmente activos y competentes. No en la relación Iglesia-continente X, y tampoco en Iglesia-continente Y. En este contexto, evidentemente, el Espíritu Santo, a través de estas experiencias eclesiales, nos ha hecho vivir con responsabilidad y capacidad esta relación Iglesia-mundo.
Hoy, la posibilidad de repensar seriamente la misión va en esta perspectiva, la de la relación con el mundo. Y la relación ordinaria entre Iglesia y mundo se llama misión. Por eso, el Papa dice que no existe una pastoral ordinaria que no sea misionera: ciertamente es así, si por pastoral ordinaria entendemos la organización de la curia, los planes pastorales, la formación de las comisiones y si los sacerdotes pasan el tiempo en estas tareas, y entonces es el mismo Papa que viene a decirnos que esto es inútil. Sólo sirven para perder el tiempo, y, de hecho, son tareas que en estos últimos 50 años nos han hecho perder mucho tiempo.
Salir de los carriles clericales.
La misión no está sobre un carril norte-sur y tampoco sobre un carril sur-norte. No podemos decir que una Iglesia es misionera porque manda a sus sacerdotes al exterior. Una Iglesia verdaderamente misionera es una Iglesia que toma seriamente en consideración su relación con el mundo. Por lo cual, las cuestiones fundamentales no son los curas: son el matrimonio, la familia, el trabajo, la economía, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte, las estructuras de discriminación étnica o social, la educación, la capacidad de una sociedad –y por lo tanto de una Iglesia- de gestionar la destrucción de lo humano, allí donde esto ocurre.
Lamentablemente, hoy muchas Iglesias locales son incapaces de expresar una verdadera misionalidad, porque sus estructuras eclesiásticas se encuentran sólo preocupadas por una auto-administración. Una preocupación, nos dice el Papa, equivocada; no puede considerarse que una iglesia “funciona” porque gestiona sus propias estructuras parroquiales o diocesanas, gracias a una pastoral de auto-conservación de lo existente. Las Iglesias que actúan de esta forma ni siquiera tienen presente qué es o dónde está el mundo: muchos obispos se sientes funcionales y funcionando porque han asignado un párroco a cada parroquia. Esta mentalidad nos dice que la evangelización es el último de sus problemas, y esto puede suceder tanto en una Iglesia de antigua data, como en una que ha sido fundada hace poco, y que es muy joven. Cuidar de la parroquia revela una actitud misionera si la preocupación del hacer eclesial se interesa en el mundo para amarlo y salvarlo en Cristo.
Cuando la mentalidad es puramente “jerarca-lógica”, se verifican estos problemas: cuando un sacerdote está contento por la iglesia llena, y allí termina todo. Pueden hacerse decenas de reuniones, pero jamás serán formativas. Es un hablarse pegoteados, es una planificación que ignora del todo qué es y qué se está haciendo en la vida real. Éste es el motivo por el cual muchas Iglesias hoy se han vuelto insignificantes, incluso desde el punto de vista cultural, y esto, no obstante las grandes masas de católicos que puedan ostentar. El futuro de la Iglesia no está donde tenemos altos porcentajes de cristianos, sino donde están los mártires.
La misión es testimonio
Por ende, la misión no puede y no debe reducirse a cuántos sacerdotes son mandados al exterior, porque se trata de una reducción clerical de la Iglesia. Cuando el Papa nos dice a los de las Pontificias Obras Misionales que pongamos en un segundo plano la planificación y la colecta de fondos, y que nos dediquemos más a nuestra identidad, espiritualidad, pasión y amor por la misión, dice que la misión no se hace por proselitismo –es decir, a través de estrategias que tienen la intención de mantener a la gente dentro de las iglesias o de atraerla con técnicas y jueguitos relacionales- , sino por atracción. A través del testimonio, del martirio, de la caridad y del compromiso en mostrar cómo la fe tiene que ver con la vida de todos, cuán razonable es creer en Cristo, y cuán racionalmente bueno es para nuestro vivir. .
Hoy, la misión parece ya no interesar más, porque parece que no implica la vida. El Papa nos ha recordado que Paolo Manna tampoco quería que la PUM se volviera una realidad clerical: se llamaba Unión Misional para el clero, pero estaba pensada en un contexto eclesiástico donde la Iglesia aún estaba reducida a los obispos y sacerdotes. Manna en todos sus escritos es clarísimo: el compromiso es que, a través del ministerio del clero, todos los fieles se vuelvan misioneros. Una visión no clerical, pero que reclama el servicio atento de pastores.
La dirección es muy clara, para pensar y reformar la Pontificia Unión Misional: es la del trabajo sobre la formación permanente para la misión en las Iglesias jóvenes. Es la tarea que queremos afrontar en estos próximos tres años.
*Misionero del PIME, Secretario general de la Pontificia Unión Misional y Director del CIAM