30/12/2023, 14.32
MUNDO RUSO
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La ironía del destino: la noche del Año Nuevo ruso

de Stefano Caprio

En Rusia la televisión sirve para "cerrar filas", para sentirse partícipes del desfile militar frente al Kremlin que se transmite en cada ocasión solemne, incluida la noche de Año Nuevo, en diversos formatos, sobre todo en estos tiempos de guerra.

La propaganda rusa a favor de la guerra contra el mundo entero se lleva a cabo fundamentalmente a través de los programas de la televisión pública, y sobre todo del primer canal, Rossiya-1, que en la noche de Año Nuevo transmite los grandes eventos que catalizan la atención de la mayoría de la población. En primer lugar el discurso de felicitación del presidente Vladimir Putin, seguido por la bendición del patriarca Kirill (Gundjaev), las canciones patrióticas de las estrellas pop: Shaman, Yevgeny Petrosyan, Grigory Leps, Filipp Kirkorov y otros. Y, sobre todo, una cuasi liturgia nocturna imperdible, la película de 1976 La ironía del destino, de Eldar Rjazanov. Basada en la comedia teatral de 1969 Bakunin Sauna, es una parodia de la vida del pueblo soviético que ha quedado incorporada en la conciencia colectiva, y describe a través de equívocos la verdadera naturaleza de Rusia.

La película ya era muy popular en la época soviética, pero se convirtió en una cult movie en los tiempos de Putin, y su reposición es obligatoria en la noche de Año Nuevo. Cuenta la historia de un soltero de mediana edad, Zhenya, que por fin ha decidido proponerle casamiento a su novia la noche de Año Nuevo, pero primero va a la sauna con unos amigos y, como suele ocurrir en Rusia, acaba tan borracho que toma el avión a Leningrado en lugar de uno de sus compañeros de parranda, quien debía viajar a la capital del norte para visitar a su novia Nadia. Por ironía del destino, la dirección es idéntica en las dos ciudades, idéntica la casa de estilo "kruschoviano", e incluso la llave abre la puerta del departamento donde Zhenja se desploma en el sofá, creando una serie de nuevos malentendidos con la novia del amigo y otras personas involucradas. Al final regresa a su casa en Moscú y su novia lo abandona, pero Nadia va a buscarlo desde Leningrado, generando una nueva realidad, idéntica y opuesta al mismo tiempo.

La comedia refleja una visión de la socialidad soviética basada en la igualdad de las condiciones sociales, la misma arquitectura de los edificios populares y las analogías entre las ciudades y las situaciones familiares, y al mismo tiempo el carácter contradictorio de las expresiones del alma. Este modelo de identidad paradójica ha quedado arraigado hasta el punto de convertirse en una alegoría de la transición entre la Rusia soviética y la posterior: el viaje de Zhenya de una ciudad a otra expresa la contradicción y la similitud entre los períodos históricos, haciendo que los rusos de hoy sientan que todavía están dentro de la comunidad de ayer. Era un país que se sentía diferente del resto del mundo, orgullosamente aislado en la replicación interior de sentimientos y aspiraciones distribuidas en la inmensidad del territorio, en la consonancia de las dimensiones de cada una de sus partes.

No es casualidad que la televisión siga siendo en Rusia el principal medio de control y difusión de los "principios tradicionales", aquellos que hacen que los rusos se sientan unidos entre sí y diferentes de todos los demás. Ya Boris Yeltsyn había afirmado en 1994 que la televisión era el "botón de la bomba atómica", que proporciona el poder absoluto, y en el 2000 Putin obligó a su mentor, el oligarca Boris Berezovsky, a entregar el control del canal Ort, que más tarde se convirtió en el primer canal, porque "su señal llega al 98% de los hogares rusos". Berezovsky, que durante una década había sido el amo de la información rusa, se vio obligado a vender el canal a Roman Abramovich, un fidelísimo de Putin, y tuvo que abandonar el país, para morir pocos años después a causa de un misterioso suicidio en Londres.

En los últimos veinte años la televisión rusa ha incrementado enormemente su control sobre todo el mundo de la información, eliminando uno tras otro los canales relativamente independientes y acentuando la presión sobre los medios informáticos, hasta el punto de que en la actualidad sólo unos pocos canales de Telegram y YouTube consiguen pasar contenidos que no están totalmente alineados, y sólo gracias a accesos particulares del sistema VPN. Los rusos ven televisión entre cinco y seis horas por día, una medida que se ha ampliado aún más en los años del confinamiento por la pandemia, que después se fusionaron con los de la guerra y una propaganda patriótica cada vez más encendida.

Obviamente el vínculo con la televisión es fundamental para la población de más edad, aturdida por los gritos de los "analistas" y presentadores de los programas de entrevistas, de los conductores de los juegos populares y de los cronistas de eventos deportivos, todos ellos variantes del mismo "espíritu de grupo” para unir a las masas. Son liturgias mucho más eficaces que las de la misma Iglesia ortodoxa, donde sólo unas pocas ancianas muy devotas permanecen de pie durante las largas letanías, mientras que la mayoría de los que entran a una iglesia -una parte muy limitada de la población, de todos modos- sólo están allí el tiempo necesario para encender una vela ante el ícono de la Virgen o del santo preferido.

​Como observa la crítica televisiva rusa Alina Borodina, la televisión sirve para "cerrar filas" (splačivat), para sentirse miembro del desfile militar frente al Kremlin que se transmite en cada ocasión solemne, como la noche de Año Nuevo, en diversos formatos, sobre todo en estos tiempos de guerra. Las competencias deportivas y de canto no son demasiado importantes porque Rusia está excluida tanto de los Juegos Olímpicos como del Eurofestival, y hay que conformarse con los campeonatos nacionales y los enfrentamientos entre equipos locales. Sin embargo, es necesario llegar a la construcción de una "conciencia colectiva" que resista cualquier crítica, interna o externa, y que narcotice el juicio sobre la  realida enalteciendo "nuestras" motivaciones y ocultando las tragedias de los demás.

En todo el material que transmite la televisión debe resplandecer la personalidad del Putin colectivo, no sólo en los discursos solemnes o las apariciones en grandes mítines nacionales, visitas y encuentros con líderes de países amigos, o inauguraciones de obras públicas. Cada transmisión habla del Putin-celebrante en las liturgias ortodoxas, del Putin-jugador o entrenador del equipo de fútbol, del Putin-cantante a voz en cuello ¡Ja russkij!, "¡Soy ruso y voy hasta el final!". Es la realidad alternativa producida por el instrumento televisivo, simplificada y reconducida a una visión unitaria incluso frente a los equívocos y las ironías del destino. Es Putin el novio de todas las Rusias, que viaja de una ciudad a otra para intercambiar las novias, que reúne a la Rusia de arriba y de abajo, a Bielorrusia y Ucrania y tal vez incluso Armenia y Kazajistán, la India y China, África y América Latina, como realidades idénticas que se abren con la misma llave, en dimensiones espacio temporales diferentes y siempre iguales

Los que no aparecen en la televisión simplemente no existen, y los que viven en Internet y en las redes sociales son solamente los seres degradados del Occidente global, el mundo de las fake news, mientras que la sagrada pantalla rusa es el ícono de la verdad sagrada y divina. La televisión es el factor unificador de la familia y del pueblo, mucho más que el vínculo matrimonial formal o la observancia de las leyes morales. No sirve de nada tratar de escapar de esta relación colectiva apagando el televisor o intentando no mirarlo: la conciencia del todo te alcanza y te engloba de cualquier manera. "Todos han visto" el noticiero, "todo el mundo ha oído" lo que proclamó el presidente delante del pino adornado con luces, y el patriarca delante del ícono con velas, y todos descorchan el champán -no el francés, sino el sovetskoe šampanskoe, repleto de gas– sólo cuando las campanas del Kremlin resuenan en la pantalla.

Quien no ve la televisión en Rusia puede, a lo sumo, convertirse en un ser marginal e inadecuado para la sociedad, que confirma la verdad unitaria global, que penetra las conciencia incluso de aquellos que intentan escapar de la propaganda. No existe ningún medio digital ni inteligencia artificial que pueda subvertir este dominio de las almas, y así seguirá siendo durante muchos años, sobre todo si tarde o temprano se impone el Runet, el Internet ruso, en vez del universal. En Rusia también existen las “tribus digitales”, pero no consiguen tener impacto en la conciencia colectiva, incluso le proporcionan coartadas y argumentos para imponerse aún más. Sin embargo este fenómeno no es exclusivo de Rusia: la socialidad informática nivela la conciencia de los individuos y de los grupos sociales en todo el mundo, imponiendo modelos prefabricados de lectura de la realidad.

Rusia anticipa también en esto el futuro de una gran parte de la humanidad, fusionando las tecnologías más modernas con otras aparentemente anticuadas, la robótica y el sofá de casa, la guerra de trincheras con los drones espaciales, los chat virtuales con las letanías medievales. La nueva realidad que nos espera nos hace retroceder en el tiempo, a dimensiones similares a la esclavitud de la gleba, en las que el siervo no sabe vivir sin el amo; y el nuevo año no hace más que repetir el anterior, abriendo nuevos frentes de una guerra sin principio y sin fin.

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