29/01/2022, 11.02
MUNDO RUSO
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La herencia de los tártaros

de Stefano Caprio

En el enfrentamiento por Ucrania sigue triunfando el gran imperio asiático, que nadie ha podido igualar, ni siquiera los británicos del Commonwealth ni los estadounidenses de la "democracia de exportación" del siglo pasado. La ruptura con Occidente dejará a Rusia completamente sola frente a China. Y los dos imperios asiáticos no tendrán más remedio que revelar sus cartas.

Roma (AsiaNews) - Nada impide esperar lo mejor, pero eso no quita pensar lo peor: la guerra entre Rusia y Ucrania, entre Oriente y Occidente, es una posibilidad real. Y aunque no se llegue a la invasión, a la resistencia popular, al vuelo de drones y a las bombas de exterminio nuclear, el choque ya está en curso. Rusia vuelve a enfrentarse al mundo occidental igual e incluso peor que en la Guerra Fría del siglo XX, y el despliegue de fuerzas recuerda a acontecimientos del pasado, como la crisis del Caribe de 1961 o la invasión de Afganistán de 1979, que llevó a la Unión Soviética a su crisis final.

Las previsiones se suceden desde hace más de un mes: primero se dijo que los rusos se abrirían paso antes de Navidad; luego, que en Año Nuevo. Después, que en los días de la Navidad ortodoxa y ahora parece que quieren esperar a que concluyan los Juegos Olímpicos de Beijing, en febrero. Para otros, habrá que esperar a que se derrita la nieve en mayo, para evitar que se atasquen los tanques de guerra en el barro. Si al final no hay un enfrentamiento armado, esta espera hará retroceder la historia hasta la Ugorščina de 1480, el "enfrentamiento en el Ugra" que puso fin a dos siglos de yugo tártaro en Rusia. Los dos ejércitos, el del gran príncipe moscovita Iván III y el de Akhmat Khan, se perseguían y amenazaban mutuamente y desde enero permanecían a ambos lados del río (junto a las fronteras de la actual Ucrania) sin decidirse a atacar. En noviembre, los tártaros se retiraron, y no pudieron seguir cobrando los tributos de las tierras que habían dominado durante mucho tiempo.

Cabe notar que los dos bandos medievales eran muy variados: los rusos se aliaron con las fuerzas asiáticas, pero también con otros principados occidentales, mientras que los tártaros esperaban los refuerzos bálticos y polacos. Y esto también nos devuelve a la actualidad, cuando no está claro cuántos europeos están realmente dispuestos a repeler las amenazas de Putin, y hasta qué punto la China de Xi Jinping está realmente dispuesta a ponerse del lado de Moscú, como se explica en el último artículo de "Linternas rojas" en AsiaNews. Ugorščina sirvió para que Moscovia se convirtiera finalmente en la "Santa Rusia", unificando sus territorios y apropiándose de las insignias imperiales (ya que Bizancio estaba sometida a los otomanos) soñando con convertirse en la "Tercera Roma".

La unificación de territorios (sobornost, en ruso) sigue siendo hoy el gran ideal de la Rusia de Putin, y tras la anexión de Crimea el conflicto en Ucrania debería terminar al menos con la separación del Donbass, la provincia industrial ucraniana de las dos repúblicas separatistas, Lugansk y Donetsk. En los últimos días, la Duma de Moscú comenzó a debatir el proyecto de reconocimiento de su independencia, repitiendo el escenario del pasado con Osetia y Abjasia, las dos regiones georgianas que los rusos controlan desde 2008. En aquel año se produjo un conflicto armado que continuó hasta 2011, con intentos de pacificación bastante anodinos por parte de Occidente. Por tanto, no es de extrañar que los georgianos piensen que los rusos no se detendrán en Ucrania, sino que irrumpirán otra vez en el Cáucaso.

Las fuerzas armadas rusas aparecen así como la "amenaza de Oriente", asumiendo el legado de las hordas tártaro-mongolas cuyo dominio se inició con la destrucción de Kiev y de la antigua Rus' en 1240, que dio lugar a la separación entre rusos orientales y occidentales. Posteriormente estos últimos confluyeron en Polonia-Lituania o se dispersaron en las tierras meridionales de los cosacos ucranianos. Este enfrentamiento y esta división se prolongan desde hace ocho siglos. Sería demasiado extenso resumir todas las sucesiones y tragedias que han dejado una cicatriz indeleble en la faz de Europa, de la que precisamente Ucrania, según algunas versiones, es el centro geográfico "entre el Atlántico y los Urales". El fin "la cortina de acero" había despertado la esperanza de una reunificación, una sobornost europea que jamás llegó siquiera a esbozarse. Si Europa no consigue cruzar el Dniéper, a tres mil kilómetros de los Urales, seguirá siendo un "continente partido por la mitad", no sólo geográfica y políticamente, sino también en su identidad cultural y espiritual. Uno de los más autorizados expertos en política militar de Rusia, Sergej Karakanov, dio una definición rotunda: "para nosotros, la OTAN es el cáncer, es inútil seguir llamando socio a la enfermedad de la que debemos curarnos...".

Triunfaron nuevamente los tártaros, imponiendo el gran imperio asiático que nadie ha podido igualar jamás - ni los británicos del Commonwealth, ni los estadounidenses de la "democracia de exportación" del siglo pasado y la alianza atlántica que ahora está tan expuesta al fracaso. Los herederos de Gengis Kan, que murió en 1226, se subdividieron en los cinco grandes kanatos que dieron origen a los principales estados que participan hoy en la actual división de poderes. El Gran Kanato Mongol de Karakorum se convirtió en la China de la dinastía Yuan de Kublai Khan, que inspiró la "sinicización" de Xi Jinping para convertirse en primera potencia mundial. La Horda de Oro se extendía por Rusia y las tierras turcas, dividiéndose en la Horda Azul y la Horda Blanca, los dos bandos que históricamente lucharon por las tierras que hacen de frontera entre Asia y Europa: la Eslavonia Oriental, la Puerta Sublime y la Corasmia de Asia Central. El Iljanato de Persia y Oriente Medio fue el primero en convertirse al Islam a principios del siglo XIV, mientras que el Janato Chagatai -la tierra natal del Gengis Kan- unía las actuales Kazajistán y Uzbekistán con las tierras siberianas llegando hasta los montes Altái, en la frontera con China y la India.

Rusia, China, Turquía, India, Asia Central y Oriente Medio: son las tierras que rodean a Ucrania y a Europa por el este, y que ahora esperan conocer el destino del "Khan Putin", que más que zar europeo pretende tomar el cetro de Karakorum, conquistar Kiev y subyugar las tierras de Eurasia. Frente a tan arrogante empresa,  el gobernante del Imperio Celeste esboza una sonrisa bonachona -tiene una asignatura pendiente con Rusia desde hace siglos, y ahora quizás llegue el momento del ajuste de cuentas. 

La ruptura con Occidente, pase lo que pase, dejará a Rusia completamente sola frente a China, y los dos imperios asiáticos no tendrán más remedio que revelar sus cartas. Sin embargo, a primera vista, la comparación es absolutamente desigual: los rusos son una décima parte de los chinos, y también de los indios. El territorio parece favorecer a Moscú. Sin embargo, Siberia ha sido históricamente motivo de disputa entre las dos potencias, y la fuerza económica de China ya la ha transformado en gran medida en su propia sucursal. El balance económico está claramente del lado de Beijing, mientras que el balance militar sigue otorgando a Moscú el mando. La desigual alianza no asusta a los rusos, pero no parece lo suficientemente ventajosa para ambos, que prefieren hacer negocios con los occidentales. En la balanza comercial rusa, la tajada china es del 18%, mientras que el 60% se reparte entre la UE, Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Japón y Corea del Sur.

El mercado ruso quedaría aniquilado por una fractura total con los países occidentales, como se desprende de las amenazas estadounidenses de sanciones radicales, siguiendo el modelo iraní. Los 600.000 millones de reservas internacionales acumuladas por Rusia en los últimos veinte años desaparecerían como la nieve al sol. Los súper ricos y los oligarcas perderían gran parte de sus propiedades en las costas y montañas de la mitad del mundo, y la inflación obligaría a la masa de la población a vivir en condiciones similares a las de los últimos años soviéticos, cuando ni siquiera había vodka en los estantes del supermercado. En este escenario, ¿podría China exportar a Rusia bienes de consumo producidos con licencias estadounidenses y europeas? Se daría una paradoja difícil de resolver.

China está acostumbrada a esperar el cadáver en la orilla del río -el de sus enemigos, pero sobre todo el de sus "amigos". A lo largo de los siglos, Rusia ha intentado imponerse a los emperadores de Beijing de muchas maneras, y todavía arden las heridas de finales del siglo XIX, cuando la debilidad china forzó el paso del ferrocarril transiberiano, que consagró al imperio de Moscú como pionero del mundo industrializado. Los reveses de las guerras y la negligencia del zar provocaron entonces el desvío de los trenes por encima del río Amur, pero los rencores por los solapamientos territoriales siguen vigentes: la ciudad china de Harbin fue fundada por los rusos y acogió a la diáspora antisoviética en Oriente, mientras que la ciudad china de Haishenwai fue engullida por la colonización rusa hasta el punto de llamarla Vladivostok, la "que domina Oriente".

En 1949, Stalin fue el primero en reconocer la República Popular China, al día siguiente de su creación por Mao Zedong, y suscribió con ella un pacto de amistad y ayuda recíproca. En el acuerdo, la Unión Soviética aparecía como la “hermana mayor”, y generosamente cedía a Beijing su propia red de espionaje y control en Asia. Tras la muerte de Stalin, y luego de que Kruschev expusiera los crímenes del estalinismo, las relaciones entre los dos países se deterioraron: Mao denunció el “revisionismo” soviético y defendió la memoria del dictador georgiano, líder universal del movimiento comunista, llegando incluso a considerar la URSS como una “sierva del capitalismo”. El sosiego en los lazos recién llegó veinte años más tarde, durante el gobierno de Gorbachov, y en el nuevo milenio los encuentros entre Putin y el presidente de China se volvieron anuales, de la mano de reiterados acuerdos de amistad y colaboración. Rusia fue el primer país que visitó Xi Jinping tras ser designado presidente de la República Popular: en 2015, fue huésped de honor en el mausoleo de Lenin con ocasión de los festejos por los 70 años de la victoria en la Gran Guerra Patriótica.

Parece haber pasado un siglo desde aquellos desfiles solemnes de siete años atrás, en parte por la pandemia. De la misma manera, todo vuelve a estar en juego en las fronteras entre Asia y Europa. Quizás los funcionarios rusos del Ministerio de Cultura y Educación no se equivoquen al proponer reescribir los libros de texto escolares: la historia antigua y reciente tendrá que ser reescrita, en base a lo que suceda en el futuro cercano.

 

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