La guerra de los santos entre Rusia y Ucrania
La Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana ha eliminado de su calendario litúrgico la memoria del santo príncipe ruso Aleksandr Nevski, que derrotó a los occidentales en el siglo XIII y fue precursor de la alianza con los imperios asiáticos. Y por su parte Kirill quiere canonizar a los grandes generales de la historia militar rusa.
El Sínodo de la Iglesia ortodoxa autocéfala ucraniana PZU (Pravoslavnaja Zerkov Ukrainy) ha decidido excluir del calendario litúrgico la memoria del santo príncipe ruso Aleksandr Nevski, vencedor de las batallas contra los occidentales y promotor del compromiso con la Horda tártara en el siglo XIII. No se trata de una descanonización ni de un "anatema contra un santo", como lo describe la prensa rusa - que denuncia una nueva maniobra del "cisma ucraniano" - ya que cada Iglesia ortodoxa local (hay 15, incluida la Ucrania, no reconocida por los rusos) establece las celebraciones de los santos según sus propios criterios; pero a la luz del conflicto entre Rusia y Ucrania, la decisión parece una especie de "misil nuclear espiritual" lanzado por Kiev contra Moscú, como observa Aleksandr Soldatov en Novaya Gazeta.
La apología de la figura de Aleksandr Nevski ha sido la premisa retórica de la justificación religiosa del conflicto de Rusia contra el Occidente hostil, que comenzó en las celebraciones por el 800 aniversario de su nacimiento en 2020. El joven líder de provincia fue príncipe de Nóvgorod y posteriormente Gran Duque de Kiev y Vladimir en un momento crucial de la historia rusa, cuando se produjo la invasión de los tártaros en 1240. Su ciudad natal estaba fuera de las rutas de ataque de los Khan mongoles, sin embargo él obtuvo triunfos legendarios, revestidos después de un significado histórico-apocalíptico: en 1239 (con sólo 19 años) contra los suecos en el río Neva -de ahí el título de Nevski- y en 1242 en el lago helado de Peipus contra los Caballeros Teutónicos, herederos de los Templarios, enviados a las costas del Báltico a conquistar las tierras del norte para el catolicismo, a los que derrotó en la que sería épicamente recordada como la "Batalla del Hielo".
Después de la muerte de su padre quedó como el único príncipe libre de la antigua Rus', y en el 1247 inició una serie de negociaciones con los tártaros presentándose en Karakorum, la sede del Gran Khan en Mongolia, con una delegación a la que también se había sumado un representante del papado romano, el franciscano Giovanni del Piano Carpine, quien luego transmitió en sus memorias la historia de la destrucción de la ciudad de Kiev y la descripción del imperio asiático en la gran Historia Mangolorum. Aunque no estaba obligado a hacerlo, Aleksandr accedió a obtener de los tártaros la confirmación del título de príncipe, el famoso yarlik que constituyó el sistema de gobierno de los principados rusos durante más de dos siglos, previo pago del dan, el impuesto de sumisión que se debía pagar con dengi, la moneda mongola. Todos estos términos quedaron en la lengua rusa como única herencia del "yugo tártaro", la administración centralizada de la Horda euroasiática, muy similar a la "vertical del poder" de Putin.
Las hazañas del príncipe atrajeron el interés del Papa Inocencio IV, que envió a Vladimir - la nueva capital que había sustituido a la Kiev arrasada hasta los cimientos - un par de cardenales para que convencieran a Aleksandr de que volviera a unirse a Roma y se liberara de la dominación asiática. Sin embargo, él respondió que "tenemos todo lo que necesitamos en la tradición de la fe", convirtiéndose en el precursor de la Santa Rusia que rechaza cualquier tipo de unión con los latinos. Los papas habían conseguido unos años antes poner de su parte al príncipe Daniil de Galizia, región occidental de la Rus' (hoy entre Polonia y Ucrania), creando ya entonces una situación similar al cisma eclesiástico-político actual. Por otra parte, al establecerse en Vladimir, Aleksandr sentó las bases para la translatio de la ciudad madre de Kiev a Moscú - que en ese entonces todavía era una simple estación de posta - fundada precisamente por los príncipes de Vladimir.
Nevsky murió en 1263 cuando se dirigía por enésima vez a entrevistarse con el Khan de la Horda de Oro en Saraj, en el Cáucaso, a orillas del mar Caspio, acompañado por el metropolita Kirill de Kiev, que había seguido al príncipe abriendo la sede de Suzdal, a 20 kilómetros de Vladimir, en lo que más tarde se llamaría el “Anillo de Oro” de las antiguas ciudades rusas. Fue canonizado por el Concilio de Moscú de 1547, conocido como los "Cien Capítulos", que se celebró en el mismo período que el Concilio de Trento y tuvo para Rusia un significado similar al de la Contrarreforma católica. Este Concilio fue el que definió la ideología de la Iglesia "generadora del Estado" que hoy vuelve a proponer el Patriarca Kirill en apoyo de la nueva versión del "mundo ruso". La figura de Aleksandr fue exaltada por el primer zar Iván el Terrible, quien consideró que encarnaba la superioridad de "Moscú-Tercera Roma" por encima de todo el mundo cristiano.
Pedro el Grande también recurrió a la épica del santo príncipe y trasladó sus reliquias de Vladimir a San Petersburgo, la nueva capital que había fundado precisamente en la desembocadura del Neva, atribuyéndole las victorias del nuevo ejército y de la Armada rusa, creada para derrotar definitivamente a los suecos. Hace pocas semanas, las reliquias y el sarcófago de Aleksandr fueron llevados por voluntad del patriarca a la Lavra que lleva su nombre - con intenciones simbólicas similares al traslado del icono de la Trinidad de Rublev - ubicada al final de la grandiosa Nevski Prospect, la avenida donde convergen las calles y canales de la escenográfica capital del Norte, la "Ciudad de San Pedro" que responde a la nueva visión imperial de tipo occidental. En tiempos de Alejandro II, en la segunda mitad del siglo XIX, se construyeron centenares de iglesias en honor de Aleksandr, e incluso Catalina II decidió el nombre del zar (como el de su tío Alejandro I) para honrar al santo príncipe, evocando al mismo tiempo las hazañas de Alejandro Magno. Incluso en la época soviética, se desarrolló un culto "ateísta" a Aleksandr Nevski por iniciativa de Stalin, como inspiración para la resistencia a la invasión nazi durante la Gran Guerra Patria.
El primero que arremetió contra los sacrílegos ucranianos fue el metropolitano "retirado" Leonid (Gorbachev), ex exarca ruso para África y "padre espiritual" del difunto Yevgeny Prigozin, envalentonado porque había logrado rechazar la audiencia del tribunal eclesiástico con la que el patriarca Kirill se proponía destituirlo definitivamente, aplazada a una fecha posterior gracias a misteriosas intervenciones "desde arriba". El metropolita, ex militar y capellán de todo tipo de combatientes, calificó a los jerarcas del PZU como "matones disfrazados", mientras que el santo Aleksandr sigue siendo hoy "un desafío y una amenaza mental" para Ucrania y todo Occidente, protegiendo a Rusia de cualquier intento de derrotarla y borrarla de la historia.
El mismo patriarca Kirill recordó incluso que el destino de Aleksandr Nevski encarna "toda la perspectiva histórica de Rusia", que sería entonces la vocación de luchar eternamente contra Occidente y someterse a Oriente, que en aquella época eran los mongoles y hoy son los chinos, quienes al fin y al cabo son los principales herederos de Genghis Khan. De hecho, no es de extrañar que los ucranianos hayan querido deshacerse de este símbolo de la ideología neoimperial en pleno proceso de descolonización de la opresión rusa, junto con otros santos "protectores de Rusia", como Sergio de Radonezh, que bendijo a las tropas del príncipe moscovita Dmitry Donskoj, o su discípulo Andrej Rublev, cuyos íconos son utilizados por el patriarca como banderas de la "trinidad rusa" de la reunificación de los países originarios, e incluso hasta de Serafim de Sarov, el starets canonizado por el zar Nicolás II, declarado a su vez santo en el 2000, como inspirador de la era Putin.
Por otra parte el mismo Kirill, siendo metropolita, propuso en 2001 la canonización del almirante Fyodor Ushakov, comandante de la flota rusa del Mar Negro a fines del siglo XVIII, famoso en todo Oriente como "el invencible Ishak-Pasha", de quien nadie hubiera imaginado que pudiera acceder nada menos que al coro de los santos. El patriarca presiona ahora para elevar también al honor de los altares al generalissimus Aleksandr Suvorov, quien ya ha recibido títulos nobiliarios de todo tipo - incluido el de príncipe de Italia - por sus innumerables victorias, sin ser nunca derrotado, y a este ritmo es probable que lleguemos hasta los héroes soviéticos como el mariscal Georgij Zhukov, libertador de los nazis y reiteradamente comparado por Kirill con san Jorge el Victorioso, o el astronauta Yurij Gagarin, que se lanzó al espacio antes que los estadounidenses casi canonizándose a sí mismo, aunque a su regreso afirmó que no había visto a Dios.
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