La devoción a la beata Matrona Moskovskaja, la ‘santa de Stalin’
El culto de la beata se difundió en pleno régimen comunista. Se le atribuyen curaciones y consejos espirituales. En 1941, se habría encontrado con el dictador y le habría vaticinado la victoria.
Moscú (AsiaNews) – El 8 de marzo pasado, en Moscú se realizaron grandes festejos, no sólo por el Día de la Mujer, sino también por un motivo dictado por la piedad popular: se cumplieron 20 años del reconocimiento y del traslado de las reliquias de la beata Matrona Nikonova, apodada “Moskovskaja” por la fama que la rodeaba en la capital, lugar donde transcurrió su existencia.
La fiesta del día de la mujer es, de por sí, muy sentida en Rusia, siendo la fecha de la sublevación de las mujeres de San Petersburgo, que dio inicio a la Revolución Rusa de hace ciento un años, convirtiéndose luego en una fecha simbólica del feminismo a nivel mundial. Fue precisamente en esa fecha, el 8 de marzo de 1998, que el entonces patriarca de Moscú, Alejo II (Ridiger) decidió efectuar el reconocimiento de las reliquias de la beata Matrona, luego de concluirse la labor de la Comisión Sinodal, que debía pronunciarse en mérito a las virtudes de la mujer. Al año siguiente, el Sínodo ortodoxo proclamó solemnemente su canonización como beata de la iglesia de Moscú.
El culto de Matrona se difundió de inmediato tras la caída del régimen ateísta, que había tratado de impedirlo por décadas, a pesar de que su fama ya se había difundido ampliamente, incluso fuera de Moscú. De hecho, en 1993, un monasterio de Moscú publicó un libro de memorias de una amiga de Matrona, Zinaida Zhdanova, que murió nonagenaria en el año 2007. Zinaida había convivido con la santa en sus últimos años de vida (Matrona falleció en 1952) y fue testigo de muchísimos milagros de curación atribuidos a ella, además de las predicciones y consejos espirituales que prodigaba a quien iba a visitarla, en su pequeñísimo cuarto donde ella vivía, en el centro de la ciudad. Ella misma no podía moverse, siendo ciega de nacimiento (no tenía globos oculares) y paralítica desde los 17 años de edad.
El libro de Zinaida tuvo enorme difusión, al punto de constituir uno de los textos que se convirtieron en símbolo del renacimiento religioso de la era post-comunista. El aspecto taumatúrgico de la biografía de Matrona, junto a tantos episodios particularmente sorprendentes insertados en el duro contexto soviético de la sociedad atea y anticlerical, parecía sugerir una devoción muy cercana al ocultismo y a la magia, accesible incluso para quien no tenía ninguna relación con la fe o con la Iglesia. Por este motivo, el patriarca y sus colaboradores decidieron ahondar en las investigaciones, denunciando las memorias de Zinaida como “apócrifas” y haciendo publicar una “Vida de Matrona”, purificada de los aspectos más supersticiosos. La tumba de la beata, que los soviéticos intentaron ocultar frente a la difusión de la devoción clandestina, fue trasladada al monasterio de la Protección de la Madre de Dios en Moscú, donde cada día, es visitada por un número impresionante de fieles; cada domingo, por varias horas, se arman filas de personas que vienen a honrarla, y el 8 de marzo pasado, no alcanzó el día entero para poder llegar hasta ella, con lo cual la capilla permaneció abierta incluso toda la noche.
El episodio más clamoroso de los relatos “apócrifos” de Zinaida se refiere al encuentro de Matrona con el generalísimo Stalin. En 1941, luego de que Hitler invadiera la Unión Soviética infringiendo el pacto entablado entre alemanes y soviéticos, el dictador georgiano estuvo días enteros presa del pánico, sin saber qué hacer; él, que no confiaba en nadie, no se esperaba la traición del jefe nazi. Tentado de escaparse de Moscú, hizo que lo llevaran hasta la vidente, que le vaticinó la victoria si permanecía en la capital, a pesar de la inminente llegada del enemigo: “el pueblo ruso estará contigo, si tú permaneces en tu puesto”. Los soviéticos resistieron al invasor dando pruebas de un extraordinario heroísmo (piénsese en la batalla de Leningrado), también porque Stalin había permitido la reapertura de las iglesias, quizás para realizar la profecía de Matrona. El patriotismo ruso, sofocado por la ideología internacionalista del partido, resurgió en aquellos años que llevaron a la gran victoria, y a partir de entonces, la Iglesia siguió siendo una fiel aliada del régimen.
En efecto, la “rehabilitación” de Stalin en la percepción de los rusos es un fenómeno que está asumiendo proporciones cada vez más impresionantes, al punto de que, según los sondeos más serios, ya casi el 60% de la población llega a justificar las víctimas de los campos de concentración y trabajos forzados. En los últimos años, tras la anexión de Crimea, los tonos de la ideología nacional-cristiana que guían la política de Putin se han vuelto cada vez más intensos, hallando un motivo de inspiración, precisamente, en la memoria del “padre de los pueblos” y de sus victorias. A Stalin se le atribuyen inéditos aspectos de religiosidad personal, que habría sido imbuida en él por el seminario al que asistiera en su juventud, en Tiflis, cuando soñaba con volverse patriarca de Georgia.
Por lo tanto, no resulta sorprendente que la devoción a su “madrina espiritual” haya sido exaltada para la ocasión de una manera excepcional, siendo que se realiza en los días de la campaña electoral que prevé la reelección de Putin como presidente de Rusia. La liturgia sobre la tumba de Matrona fue celebrada por el patriarca Kirill (Gundjaev), quien advirtió al pueblo que debe aprender de la santa a aceptar las pruebas y las contrariedades: “El sufrimiento no debe abatirnos, no debe quitarnos las fuerzas, no debe, como suele decirse hoy en día, modificar la calidad de nuestra vida humana. El sufrimiento sólo debe reforzar la fe, y afinar nuestro sentido religioso”, explicó el patriarca en la homilía pronunciada ante miles de peregrinos reunidos en torno a los restos de la beata Matrona.
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