La "deriva oriental" de Rusia en el abrazo mortal de Putin a Kim
En Vladivostok, el líder del Kremlin recibió al dictador de Pionyang para hablar sobre armas a cambio de tecnología de bajo nivel. El distanciamiento de Xi Jinping de ambos "matones" y la jerga del "bajo fondo" que utilizó el presidente ruso en el encuentro. El apoyo "material y espiritual" del patriarca Kirill a la guerra santa.
El Foro económico oriental de Vladivostok debía ser, según las intenciones de Vladimir Putin, la apología del nuevo rol geopolítico de Rusia, la celebración del "giro hacia Oriente" para declarar la victoria en la guerra contra Occidente y la globalización, el verdadero objetivo tras la frágil pantalla de la pobre Ucrania. Pero el evento resultó ser mucho menos simbólico y apocalíptico y más bien puso en evidencia una "deriva oriental" del mundo ruso y su líder, que ha descendido incluso por debajo del nivel del "paria mundial" por excelencia, el dictador norcoreano Kim Jong-un.
La narrativa del encuentro entre Kim y Putin ha superado incluso las leyendas del viaje de Mao Zedong a Rusia en 1950, cuando el "cuatro veces grande" Maestro, Jefe, Comandante y Timonel recorrió casi diez mil kilómetros en un vagón blindado para encontrarse con Iosif Stalin, el Padre de los Pueblos, en una fusión de cultos a la personalidad, tres meses después de la revolución china y cinco años después de la victoria de la Unión Soviética sobre el nazismo. Ese fue el comienzo solemne de la Guerra Fría entre Oriente y Occidente, aunque muy pronto Beijing y Moscú empezaron a mirarse con desconfianza el uno al otro, dando inicio a una competencia mucho más global que la de Rusia con Europa.
El tren de Kim recorrió menos de setecientos kilómetros a 60 por hora para cubrir la distancia entre Pionyang y Vladivostok, mientras el verdadero amo de Asia, Xi Jinping, se cuidó mucho de dejarse ver con los dos "matones" que debían hablar sobre armas a cambio de tecnología de bajo nivel. En efecto, la ocasión sacó a relucir todo el espíritu gopnik que hay en Putin, quien solía deambular por las calles de Leningrado peleando para imponerse sobre otros delincuentes de poca monta, y hoy probablemente quería alardear ante el "camarada Kim" de haber eliminado incluso al "amigo Zhenya”, ese Yevgeny Prigozhin que había tratado de ser más prepotente que él.
El caudillejo coreano intentó estar a la altura de la solemnidad de la "guerra santa de Rusia contra el Occidente globalizado", pero las declaraciones de Putin lo arrastraron a las profundidades de la jerga del bajo fondo con la que el "padrino" del Kremlin se expresa cuando está a sus anchas. Con respecto a los capitales que huyen de Rusia, por ejemplo, advirtió que no se debía "pisar el rastrillo", una vieja expresión amenazadora dirigida a los que "han robado el dinero honestamente ganado" con diversas sanciones y maquinaciones, aunque aseguró que "lo arreglaremos todo, y sé que me comprenden aquellos a los que van dirigidas mis palabras".
Las que Putin ofrece a los empresarios son las garantías propias entre miembros de la misma familia: "no habrá ninguna estatización, la fiscalía hará su trabajo con quienes lo merezcan, pero nadie debe tener miedo, sólo hay que cumplir las reglas". De hecho, el traspaso de diversas empresas y compañías a la propiedad del Estado son "procedimientos previstos por la ley", e incluso las declaraciones contra la guerra, como las del fundador de Yandex, Arkadij Volozh, no son más que "intentos de estos personajes de salvar su negocio, sobre todo considerando que después tomaron su dinero y se fueron, y decidieron atar su destino a otros países... ¡Que Dios les conserve la salud y tengan una buena vida en Israel!". La "deriva putiniana" resulta particularmente evidente en las expresiones de sabor antisemita, que para él son el típico ejemplo de "traición a la patria".
Según el líder ruso, en efecto, "cada hombre decide en su interior lo que quiere ser, si tiene algún sentido de conciencia nacional o simplemente quiere imitar otros modelos, renunciando a ser un ruso nacido en la Unión Soviética y tratando de convertirse en una máscara de otros". Y aquí la ira de Putin giró de improviso en dirección a la época en la que él mismo llegó al poder, protegido por una deidad tutelar que hoy se ha convertido en el "traidor por excelencia": el político y economista Anatoly Chubáis. El gran artesano del sistema de Yeltsin escapó de Rusia poco después de la invasión de Ucrania -habiendo sobrevivido a un intento de envenenamiento- y recientemente publicó un artículo científico en el cual se lo presenta como un "observador independiente de Glasgow", lo que desató la furia de Putin: "No entiendo por qué Anatoly Borisovich trata de esconderse; me mostraron fotos suyas -dijo- en las que se lo ve como un Moisha Izrailevich" -"un judío fugitivo"-. Y siguió burlándose de él por sus escasos logros en el campo de la nanotecnología, un ámbito del que Chubáis se ocupó en los últimos tiempos de su ecléctica participación durante treinta años en el poder.
La huida de Chubáis llevó al Padrino a arremeter también contra los "operadores de la cultura", esos "160 ó 170 que se fueron del país" -olvidando algunos ceros, naturalmente- sólo para "comprar cosas materiales en los shopping, casas y departamentos en zonas turísticas". Putin asegura que "ninguno de nosotros molesta a los que no están de acuerdo con las autoridades rusas, pero ellos prefirieron irse. Que vayan con Dios", sobre todo porque al menos de esa manera no van a "taladrar los cerebros de millones de nuestros ciudadanos proponiendo algunos de sus valores no tradicionales". Ni siquiera la ley rusa sobre los "agentes extranjeros" supone una amenaza para nadie, porque "es idéntica a la que está en vigor en Estados Unidos desde 1938, aunque mucho más liberal", y si hay que corregir algunos detalles "escuchamos las sugerencias de los activistas humanitarios, y en última instancia nos atenemos a las sentencias de los tribunales".
Por último, con respecto a la guerra en Ucrania afirmó que "no podemos dejar de luchar cuando el enemigo lanza una contraofensiva, pero nosotros no somos trotskistas, que no tienen un objetivo final". En esto puede contar con el apoyo moral y espiritual del patriarca Kirill, quien en esos mismos días presidió las solemnes celebraciones en honor del santo príncipe Alexánder Nevski, vencedor de los suecos y teutónicos, y amigo de los invasores mongoles. Sus restos ya descansan nuevamente en la Lavra a él dedicada, al final de la avenida Nevski que cruza entre los pintorescos edificios de San Petersburgo, dentro del sarcófago de plata que fue restituido por el Museo del Hermitage, sin demasiadas protestas de los colegas de la Galería Tretiakov, como había ocurrido con el ícono de la Trinidad de Rublev.
Inspirándose en el líder del siglo XIII, el patriarca proclamó que "los ciudadanos de Rusia deben levantarse en defensa de la Patria, para que pueda salir victoriosa en la lucha desatada por las fuerzas del mal". Debemos estar preparados "en la hora decisiva", recordó Kirill durante la sagrada procesión por las calles de la "capital del norte" y cuna del presidente y del propio patriarca, a quien también le gustaría que fuera proclamada "capital de la cultura" de Rusia. El jefe de la Iglesia ortodoxa alentó a una nueva movilización general para resolver definitivamente la guerra: "Hay que movilizar a los soldados y a las fuerzas políticas, y también a la Iglesia, en primer lugar para ofrecer oraciones en apoyo de nuestros dirigentes y del ejército, y para estar en primera línea junto a ellos", nombrando tal vez nuevos capellanes militares, porque algunos de ellos ya han caído heroicamente en el frente.
El patriarca recordó a los fieles ortodoxos que "debemos defender a la patria no sólo de los enemigos externos, sino también de los internos... ¡la fe es esa fuerza que puede movilizar todas las energías de la persona!". Mientras el enviado del Papa, el cardenal Zuppi, busca en Beijing algún apoyo para las misiones humanitarias, la distribución mundial de cereales y encontrar una manera de detener la guerra, de Rusia -donde pronto podría volver- sólo llegan proclamas grandilocuentes sobre un conflicto global y "metafísico" en todos los frentes, desde Ucrania hasta Vladivostok, antes que la unión de los pueblos "desde el Océano Atlántico hasta el Océano Pacífico", como esperaban en el pasado los Papas y los políticos más idealistas. Ahora la esperanza es que no lleguemos a caer más bajo de lo que han demostrado los camaradas Kim, Volodia y Kirill, y que a partir de ahora comencemos a subir, poco a poco.
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