La canción de la identidad rusa
Con trenzas rubias y chaqueta rockera, Shaman representa el rostro extremo y futurista de la identidad rusa, que toma distancia de Occidente aunque lo copia en todos los detalles pero en versión "yo soy ruso". Y en el videoclip con la canción que ahora se ha convertido en el himno nacional de Moscú, muestra la tierra "que nosotros custodiamos" alternando las multitudes que lo vitorean con el abrazo a los campos cubiertos de espigas de trigo.
Desde la noche de Año Nuevo hasta bien entrada la Semana Santa, todas las escuelas rusas, primarias y secundarias, escucharon, enseñaron y entonaron a todo pulmón el nuevo himno de Rusia, la canción de folk-rock Ja russkij, "Soy ruso", del joven cantante Shaman (el “chamán”, seudónimo de Jaroslav Dronov). La balada también se interpretó en ocasión del saludo del presidente Putin a la nación por el año nuevo, "el año de la Victoria", con el estribillo "¡Soy ruso y voy hasta el final!".
El cantante de 30 años es una estrella pop con el pelo rubio peinado con trencitas y chaqueta rockera. Da conciertos ensordecedores en estadios colmados por multitudes enloquecidas de fans jóvenes y muy jóvenes que lo sostienen en andas cuando se lanza desde el escenario, según los estándares más trillados de las liturgias del espectáculo. Representa también el rostro extremo y futurista de la identidad rusa, que toma distancia de Occidente aunque lo copia en todos los detalles, pero en versión "yo soy ruso".
El himno oficial del país -que también fue arreglado por el cantante en versión rock- sigue siendo el de la música solemne -la misma del soviético aunque se ha corregido el texto- que glorifica a "Rusia, nuestra patria sagrada / Una voluntad poderosa, una gloria grandiosa / Gloria a nuestra patria libre!”. En el videoclip de YouTube con la canción que ahora se ha convertido en el himno nacional de Moscú, Shaman muestra la tierra "que nosotros custodiamos" alternando las multitudes que lo aclaman con el abrazo a los campos cubiertos de espigas de trigo. La letra de la canción explica que “Yo soy ruso / Y respiro este aire / Sobre mí sopla el viento libre / Que es igual que yo”. Y el estribillo repite con ritmo palpitante “Soy ruso / Voy hasta el final / Soy ruso / Tengo la misma sangre que mi padre / Soy ruso y soy afortunado / Soy ruso ante el mundo entero / ¡Soy ruso!".
En la última parte del videoclip, después del abrazo con los fans delirantes, se muestra una escena tipo "mientras tanto, en un país lejano..." en la que una pareja afroamericana (hombre y mujer) viajan en automóvil bajo un cartel que dice "Hollywood”, mientras cantan a pleno pulmón Ja russkij junto con la radio. Y al final, termina con un "al mismo tiempo que, en lo alto del cielo..." donde se puede ver una nave espacial extraterrestre que capta la canción de Shaman desde la tierra y todos los extraterrestres bailan entusiasmados la canción de los rusos. La propaganda del mundo ruso abarca todas las dimensiones geográficas y espirituales, con una musiquita barata que sin embargo expresa su ideal supremo.
Una curiosa comparación trae a la memoria el entusiasmo similar que sintieron los rusos cuando se lanzó "L'Italiano" de Toto Cutugno en 1983, y todavía hoy todos los rusos cantan de memoria "Sono un italiano vero", que para ellos es básicamente lo mismo que gritar “soy ruso”. En realidad, para los rusos la identidad no depende demasiado de la genética, porque en su mentalidad no existe el concepto de "raza superior". Y tampoco depende de la geografía, salvo por las enormes extensiones que los hacen sentir “ciudadanos sin fronteras”. En realidad, en esto puede haber cierta analogía con la autoconciencia de los italianos, que viven en una franja rodeada de mares cuyos límites no pueden ver, al tiempo que conservan en los recovecos de la psique la memoria de un antiguo imperio universal. El ruso-italiano también evoca consonancias culturales, desde Dante y Leonardo da Vinci hasta Pushkin y tantos escritores, artistas, músicos e incluso políticos que han tratado de imitar las glorias italianas del Renacimiento. O tal vez las glorias terrenales de los líderes que el propio Putin tomó como modelo al comienzo de su carrera.
En realidad, la proclamación de la propia "identidad rusa" provoca reacciones bastante inciertas y desconcertantes, más allá de la exaltación propagandística. El cómico ruso Aleksandr Gudkov hizo una parodia de la canción de Shaman, cantando Ja usskij (Soy "estrecho") en vez de russkij, y provocó tal hilaridad generalizada que los servicios del FSB lo empezaron a investigar por "extremismo" y la senadora Elena Afanaseva presentó un recurso ante la fiscalía para que también se lo acusara de "rusofobia". El cómico escapó de Rusia, ocultándose durante un tiempo, y después volvió a casa, pero tiene mucho cuidado de no volver a ofender la susceptibilidad patriótica, más sensible que la de los estadounidenses con los chistes sexuales.
El aspecto grotesco de la afirmación de la identidad, por otra parte, ni siquiera necesita bromas irónicas, cuando los que gritan "¡Soy ruso!" son personajes como el futbolista brasileño Claudinho, que ni siquiera sabe el idioma (pero calcula bien el valor de los rublos), o el actor estadounidense Steven Seagal, recibido con todos los honores en el Kremlin, quien repite en todas partes "Soy ruso en un millón por ciento". El protagonista de tantas películas violentas no se limita a reivindicar sus orígenes rusos, bastante dudosos por cierto, sino que afirma "haber sido educado en el ambiente de las tradiciones y valores de Rusia", como dijo en el Congreso Internacional de Rusófilos que se celebró en Moscú hace pocas semanas. Por otra parte, cuando el actor fue invitado a Kalmykia en 2007, declaró frente a un público atónito "¡Yo soy mongol!", y al ver el desconcierto en los rostros, se corrigió: "Probablemente, soy calmuco".
La identidad rusa, la samobytnost (autoesencia) de los eslavófilos, no es una cuestión de nacionalidad, sino más bien de orientación ideal, moral y política, más parecida a la pasión deportiva o a la histeria musical juvenil que a una verdadera pertenencia étnica o civil. Y el propio idioma ruso confirma esta imprecisión: la palabra natsionalnost', "nacionalidad", no indica la ciudadanía, para lo cual se usa el término graždanstvo, sino que especifica el grupo étnico de pertenencia, como se indicaba en los pasaportes soviéticos: ciudadano soviético, de nacionalidad rusa (o tártara, chechena y tantas otras). Esta es otra razón por la cual no se puede hablar fácilmente de "nacionalismo" para referirse a la ideología tradicional rusa, que más bien tiende al imperialismo, y donde también existe una confusión: tsarstvo es el reino del zar, un término "simbólico" (César-Czar ), mientras que imperija fue impuesto por Pedro el Grande en el siglo XVIII para indicar un tipo de estructura política más de formato occidental, y por eso quería ser imperator al estilo romano, como una versión moderna, en vez de un zar anticuado, al estilo ruso. Por eso incluso al líder supremo de turno el grito ja russkij le provoca cierta crisis de identidad, sobre todo si hay que definirlo con términos decididamente importados, como "secretario del partido" o "presidente federal".
Le va un poco mejor al título de "patriarca", y aunque esa palabra tampoco es originaria de Rusia, por lo menos se puede atribuir a épocas más arcaicas (mejor si son las de Abraham antes que las de Constantinopla). Incluso "ortodoxia" es de cuño griego, y los rusos prefieren usar sobornost, término eslavófilo de dudosa definición que indica una especie de "unión mística", no tanto en torno a los dogmas de fe sino más bien en razón de la sumisión a la jerarquía “de todas las Rusias”, otro término muy amado por los líderes espirituales, lo que introduce más motivos de confusión.
Para la gente común, por lo tanto, ser "ruso" puede significar muchas cosas. Primero, obviamente, haber nacido en Rusia, tener padres rusos, haber crecido hablando el idioma ruso. A esto hay que añadir estar en sintonía con la cultura y la sensibilidad rusas, tener una relación emocional con la historia rusa, recordar la batalla de Borodino contra Napoleón y la de Stalingrado contra Hitler. No todos los rusos "étnicos" reúnen todas estas características, porque entre los rusos hay algunos que prefieren lo que es francés, y otros que prefieren la cultura occidental. En general, sin embargo, los rusos “doc” viven en Rusia, pero esto tampoco es absoluto; pueden ser hijos de rusos que viven en otra parte, educados por una familia rusa pero que nunca ha estado en Rusia. La diáspora va desde Estados Unidos hasta el Báltico o Asia Central, y la ciudadanía en este caso no borra la nacionalidad, la autoidentificación étnica.
Otra dimensión es la de aquellos que dicen "soy ruso" como Steven Seagal, una declaración ideológica que significa estar "del lado de los rusos". Basta preferir los rusos a los estadounidenses para quedar englobado en el mundo ruso, más allá de cualquier definición anagráfica y del tipo de pasaporte. A principios de la década de 2000 se vendían en todo el mundo camisetas con la inscripción Ja russkij, por iniciativa de los ultranacionalistas del movimiento "Marchas Rusas", y basta con ser un simpatizante político para quedar incluido entre los "verdaderos rusos". Es más, ni siquiera hace falta la sintonía política, es suficiente una actitud de simpatía y cercanía, porque los rusos son personas de corazón, y al final no importa tanto cómo pienses, mientras nos quieras y bebas un buen vodka con nosotros.
El cantante Shaman es un buen ejemplo de auténtico ruso: durante cerca de diez años intentó por todos los medios abrirse camino en el mundo del espectáculo, participando en todos los concursos de talentos televisivos posibles, casi siempre interpretando versiones de los cantantes más famosos y proponiendo canciones melosas de amor romántico sin mucho éxito. Cuando la propaganda de Estado comenzó a buscar un "verdadero cantante patriótico", visto que todas las grandes estrellas se habían hecho a un lado, Jaroslav aprovechó el momento y propuso a grandes voces una serie de temas musicales para apoyar la operación militar especial y la grandeza del ejército ruso. Y por fin consiguió su objetivo, convirtiéndose en la "voz auténticamente rusa". En efecto, no es suficiente que alguien se considere ruso, los demás rusos lo deben reconocer como tal.
Hoy los rusos se confunden cada vez más entre todas las "nacionalidades" rusificadas, de Asia y del Cáucaso, del norte finlandés o de los Urales tártaros, del Lejano Oriente chino-japonés o de Siberia, que a lo largo de los siglos ha mezclado todo tipo de etnias y procedencias. Hay otra ambigüedad en la lengua, que distingue a los russkye, rusos étnicos, de los rossijane, los "rusianos", los que tienen pasaporte ruso pero en realidad son cualquier otra cosa. Y al final, el único que no entiende quién es realmente podría terminar siendo el hombre que grita al mundo entero ja russkij, pero no sabe quiénes son sus hermanos.
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