17/08/2024, 16.15
MUNDO RUSO
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La batalla de Kursk, la nueva Ucrania

de Stefano Caprio

Repasando su larga historia, la conquista de los "mil kilómetros cuadrados" de la región de Kursk por el ejército ucraniano tiene también un significado simbólico, incluso por encima de las ventajas militares o diplomáticas que permitiría alcanzar. Es una manera de reafirmar la superioridad histórica de Kiev sobre Moscú. Precisamente en el mismo momento en que los rusos inauguran un nuevo y grandioso complejo en Sebastopol, Crimea.

 

Como es sabido, la palabra "Ucrania" significa "frontera", y el sorprendente avance de las tropas de Kiev en la región de Kursk desplaza esa frontera hacia el Este, redefiniendo una vez más la relación entre las dos almas de la antigua Rus', Rusia y la Ucrania contemporánea. En efecto, no existe una verdadera frontera geográfica entre estas dos partes del mundo ruso, salvo el río Dnieper, que desde Kiev hasta Jersón expresa ese paso que ha dado origen a la naturaleza histórica misma de los rusos, que a través de los ríos trataban de conectarse con los reinos europeos y tomar distancia de sus raíces asiáticas, saltando históricamente de una a otra orilla de Eurasia.

Kursk era un principado más antiguo que Moscú, que se remontaba a fines del siglo XI, cuando en 1095 fue concedido a Iziaslav, hijo del gran duque de Kiev Vladimir “el Monómaco”. Este se consideraba heredero de los emperadores bizantinos porque había desposado a una de sus hijas, y fue el último monarca de la Rus' de Kiev que de alguna manera mantuvo unidos todos los territorios que después se disputaron sus hijos y nietos. El "segundo Vladimir" - a quien fue dedicada la ciudad que se convirtió en capital durante algunas décadas, usurpando el poder de la misma Kiev - se recuerda en un texto llamado Poučenie, "Admonición", que a principios del siglo XII suplicaba, con abundantes citas bíblicas, a todos los otros príncipes que pusieran fin a las luchas intestinas - en ruso antiguo los meždousobnja brani - que caracterizaban la vida del antiguo Estado ruso y que todavía hoy resuenan en las invocaciones de la liturgia eclesiástica eslava como uno de los principales pecados por los cuales se debe pedir misericordia y perdón a Dios.

La lucha por Kursk se recuerda en la antigua Crónica de Néstor como la guerra entre los monomakhovy y los mstislavoviči, los herederos de dos ramas de la antigua familia de los soberanos de Kiev, y se convirtió entre 1183 y 1185 en la campaña contra los enemigos provenientes de la otra orilla del río Volga, los polovtsy, que después fueron reabsorbidos por los tártaros-mongoles. El príncipe Vsevolod de Kursk se unió al de Nóvgorod, Igor Sviatoslavich, en una batalla que podría haber reunido a todas las familias que luchaban contra el enemigo exterior, pero que terminó en una trágica derrota. Estos hechos fueron exaltados por el Cantar de las huestes de Igor, la obra maestra de la literatura de la Rus' de Kiev, en el que la derrota se convierte en una promesa de renacimiento, convocando a la naturaleza, a los antiguos dioses paganos y a todo el pueblo ruso a unirse para recuperar su alma y termina con la consagración de Rusia a la Madre de Dios, en la "doble fe" pagana y cristiana que caracterizaba aquellos siglos legendarios a los que hoy Rusia intenta remitirse para encontrarse a sí misma y termina por enfrentarse de nuevo con las mismas divisiones y contradicciones.

Kursk fue uno de los últimos bastiones contra el avance de los tártaros; obtuvo una victoria parcial en la batalla de Kalka en 1223, pero terminó arrasada por los ejércitos de Khan Batyj en 1239, inmediatamente antes de la destrucción de Kiev. Su territorio siguió llamándose "principado de Kursk", aunque ya no había ningún príncipe, y quedó a merced de todos los aventureros del oeste polaco-lituano y del este de la nueva capital, que se estaba formando en aquel momento aprovechando la amistad con los tártaros. Moscú había sido fundada en 1147 a 500 kilómetros de Kursk, y hasta el 1300 fue una simple estación de posta para el comercio del norte, a orillas del río Moskva. Fue recuperada a principios del siglo XIV - en una singular analogía histórica - gracias a la dinastía llamada de Putivl, el nombre de una fortaleza - similar al nombre del actual presidente de Rusia, Putin - que significa "la que está en el camino". Durante tres siglos el principado de Kursk formó parte del reino de Lituania, antes de ser reabsorbido por la Rusia de los zares del siglo XVII junto con Kiev.

La conquista de los "mil kilómetros cuadrados" de la región de Kursk por el ejército ucraniano adquiere así un evidente significado simbólico, incluso por encima de las ventajas militares o diplomáticas que pudieran derivar de ello, confirmando una vez más la superioridad histórica de Kiev sobre Moscú conmemorada hace pocos días con las celebraciones del bautismo de la antigua Rus'. Es una "victoria moral" que arrastra la manta corta de la logia común de los territorios hacia Ucrania, hoy apoyada por Europa y Estados Unidos, como antaño por Lituania y Polonia, y que, entre otras cosas, se vincula también simbólicamente con la tragedia del submarino K-141 Kursk, que se hundió en el mar de Barents el 12 de agosto de 2000 con toda la tripulación, precisamente al comienzo del reinado del zar Putin. Como comentó sarcásticamente el presidente ucraniano Zelensky, “para Putin todo comienza y todo termina con Kursk”. Por otro lado - hacen notar varios observadores, como el tecnólogo político Abbas Galljamov, ex asesor de Putin actualmente en el exilio - no se trata sólo de un golpe de efecto en la "guerra informativa y psicológica", sino que también tiene un importante significado práctico, porque muestra al mundo entero, "cansado de guerra", que la inmensa Rusia es, en el fondo, un país sin verdadera defensa, hoy como en la época de los polovtsy, los tártaros y las luchas intestinas.

Al concentrarse en el Donbass, los rusos dejaron expuestas las fronteras de Kursk, Belgorod, Bryansk y otras zonas del sur, cambiando el panorama que pinta la propaganda de Putin, que predica la guerra perpetua y universal sin tener en cuenta su propia fragilidad endémica, la de un territorio demasiado vasto para un pueblo agresivo y orgulloso, pero que en realidad no es tan fuerte como le gustaría ser en sus aspiraciones imperiales. Los rusos son poco más de 140 millones (de los cuales al menos 30 pertenecen a otras etnias) en una superficie equivalente a una sexta parte de las tierras emergidas, cuatro veces más grande que China y la India, donde viven poblaciones diez veces más numerosas, y en Occidente debe hacer frente a 500 millones de europeos, dispuestos a defender a los 40 millones de ucranianos, que tal vez no son suficientes como para superar al ejército de Moscú, pero sí más que suficiente para colocar el conflicto entre los antiguos meždousobnja brani.

Galljamov se remonta incluso más atrás de la historia de la Rus', recordando "las guerras de los escitas", los míticos pueblos que para los antiguos romanos resumían todas las amenazas procedentes de Oriente. Por aquel entonces los bárbaros asiáticos atacaban una u otra parte del imperio, pero después debían retroceder y asentarse en zonas limitadas, y no consiguieron nunca tomar el control del Cáucaso o del Mar Negro, donde se libraban las batallas de aquellos tiempos y donde hoy se repiten las mismas contradicciones. Los ucranianos luchan no tanto para conquistar territorios, sino para cortar el paso a los rusos en zonas cruciales, tal vez tomando el control de centrales eléctricas o nucleares, puentes y cruces de carreteras, e incluso consideran el Donbass sólo un "corredor hacia Crimea y el Mar Negro", desde donde a Putin le gustaría poder afirmar su poder frente a Europa, el Mediterráneo y el mundo entero.

El ataque ucraniano, en consecuencia, ha golpeado el corazón de todo el sistema bélico de Rusia, dejando estupefacto incluso al mismo zar ante la incompetencia que han demostrado sus generales, que ni siquiera se habían percatado de que había miles de soldados preparados para irrumpir en su territorio. La propaganda trata por todos los medios de denigrar y minimizar las consecuencias de la "contrainvasión", difundiendo incluso una nueva variante del himno de guerra del cantante Shaman, que en vez de proclamar ¡Ja russkij!, hoy grita Ja kurskij!, "¡Soy de Kursk!”, y termina cayendo completamente en el ridículo y poniendo aún más en evidencia la eficacia de la estrategia de Kiev. El Ministerio de Defensa ruso, revolucionado en los últimos meses por Putin para convertirlo en el verdadero centro del poder militar-espiritual de Rusia, sigue repitiendo que el ejército ha detenido el avance ucraniano - casi como si pensara que podría llegar hasta Moscú como las columnas de la compañía Wagner de Yevgeny Prigozhin - sin comprender el verdadero efecto del movimiento sorpresa, que simbólicamente coincide con la reconquista de Jersón, en la desembocadura del Dniéper, en noviembre de 2022, que bloqueó la guerra rusa en las dos orillas, las "dos ucranias" de la historia.

El valor simbólico de la "campaña de Kursk" queda aún más de relieve por la cercanía temporal con la solemne inauguración en Sebastopol, capital de Crimea, del grandioso complejo eclesiástico y museístico del "Nuevo Quersoneso", al que ya llaman "la Meca rusa", intensamente deseado por el propio Putin y ejecutado bajo la dirección de su "padre espiritual", el metropolitano ortodoxo de Crimea, Tikhon (Shevkunov). Los ucranianos saben aprovechar los momentos en los que pueden herir de forma especialmente sangrienta el orgullo de los rusos, como el levantamiento popular del Euromaidán, que comenzó en el invierno de 2013-2014 precisamente durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, que debían mostrar el triunfo del putinismo, que en los últimos días se ha tragado, en cambio, la amargura de ser excluido de los Juegos Olímpicos de París.

Los historiadores y arqueólogos de todo el mundo han quedado estupefactos por los estragos que han causado los rusos en Sebastopol con la destrucción del yacimiento arqueológico de la antigua Tauris, patrimonio mundial de la UNESCO y hoy cubierto por grotescas costrucciones para turistas y admiradores, que difunden música de todo tipo e invitan a los conciertos de la Rusia victoriosa. Era una colonia griega, la más antigua en las costas del Mar Negro, y el 30 de julio, en la inauguración, sus calles cubiertas con suntuosas decoraciones fueron pisoteadas por 250 mil personas. Ni siquiera los soviéticos se habían atrevido a tocar las ruinas de Quersoneso, hoy sacrificadas al éxtasis patriótico-ortodoxo, pero el triunfo de la reescritura de la historia queda ahora oscurecido por la revisión de otra historia, la que abre de nuevo los abismos de la Rusia de Kursk.

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