Israel, los judíos y los 'verdaderos rusos'
La hostilidad hacia Occidente estimula el lado agresivo de la naturaleza rusa, y la mayor parte de la población responde a la provocación, sobre todo si están de por medio los judíos. Pero la paradoja es que la misma Rusia, por su historia y su cultura, está indisolublemente ligada al destino del pueblo judío. Como lo demuestra una parodia que circula en internet.
La relación de los rusos con Israel sigue la conveniencia de las geometrías políticas internacionales resultantes del actual conflicto en Gaza con los palestinos de Hamás, pero eso no puede ocultar las verdaderas dimensiones de un conflicto crucial para la identidad misma del pueblo ruso. El apoyo a la causa palestina, que en Rusia es explícito en las regiones musulmanas del Cáucaso y menos directo en las ambiguas del Kremlin, se entrelaza con una cercanía histórica y espiritual entre rusos y judíos, que reproduce de manera aún más evidente la contradicción de una Rusia que pretende volverse hacia Oriente cuando en realidad sigue profundamente arraigada en el tan denostado Occidente.
Israel es un país extensamente rusoparlante, como resultado de las numerosas oleadas migratorias que comenzaron al final de la Segunda Guerra Mundial y posteriormente con la caída de Unión Soviética, pero es Rusia la que sigue inextricablemente unida al destino del pueblo judío. No sólo por las similitudes profético-espirituales, sino sobre todo y muchísimo más por los lazos de sangre y cultura que atraviesan la historia antigua y reciente del propio pueblo. Esto se replica en la situación que se ha creado con la invasión de Ucrania, un enfrentamiento basado en la identidad común, cuando la naturaleza rusa es, por definición, ambivalente y "euroasiática".
Para subrayar esta paradoja, en estos días se ha vuelto muy popular en Internet una parodia del actor y escritor ruso-judío Semen Slepjakov, que fue una gran estrella de la televisión rusa y emigró a Israel hace muchos años. Parafraseando la canción propagandística del joven Shaman, Ja russkij ("¡Soy ruso!"), el comediante propone su propia versión negativa de tendencia judía, Nie russkij ("¡No soy ruso!"), donde se pone de manifiesto la diversidad judía en relación con la identidad rusa y termina redefiniendo la identidad rusa a la luz del judaísmo.
En la canción que prácticamente se ha convertido en un nuevo himno nacional en estos meses de guerra, el héroe rubio se presenta muy orgulloso proclamando que Respiro este aire / el sol me mira desde el cielo / el viento de la libertad sopla sobre mí / que es tal como soy yo / caminando por el campo de trigo con una camisa blanca / bajo el vuelo de las águilas. El contrapunto de Slepiakov, que empuña su guitarra sentado con un amigo ante la mesa de la cocina y con una llamativa kipá roja en la cabeza, presenta un escenario decididamente diferente: Me pongo la capucha para las heladas / y como alimentos kosher / y cuando cruzo la calle, incluso de noche / respeto el verde. Shaman pretende evocar las figuras épicas de los bilyne, los antiguos cuentos de hadas rusos, con los intrépidos caudillos que atraviesan los campos y dominan la exuberante naturaleza, mientras la imagen de los judíos recluidos en un espacio cerrado para conspirar contra las personas honestas y trabajadoras es una reminiscencia de todos los sentimientos de culpa de los pueblos europeos, que pretenden limpiar su conciencia de sus propias incapacidades.
Sin embargo, como todo ruso sabe bien, la vida cotidiana de los que viven en países fríos transcurre principalmente alrededor de la mesa de la cocina, para calentarse con té y bebidas de alta graduación alcohólica. Por lo tanto, no es que el judío se esconda, sino que el ruso no puede salir de sí mismo. La eficacia del trabajo agrícola - característico más bien de los ucranianos - siempre es bastante incierta en tierras rusas, como lo describe la gran literatura, desde Gogol hasta los escritores "rurales" modernos, aunque en los últimos días el mismo presidente Putin se haya jactado en varias oportunidades de los extraordinarios resultados de las cosechas y del comercio de cereales ruso, en el espíritu del "país que vuelve a florecer contra todo y contra todos", el eslógan de la campaña electoral que se repetirá incesantemente hasta la próxima primavera. En efecto, la agricultura rusa ha tenido un gran crecimiento en los últimos años, pero Putin olvidó señalar que eso ha sido posible gracias a la maquinaria y la tecnología occidental, que pronto serán muy difíciles de mantener y renovar; y los beneficios de la venta de los cereales rusos dependen de impedir la exportación de cereales ucranianos, uno de los principales pilares de la estrategia bélica de Moscú.
En cambio, Slepiakov "come alimentos kosher", no se hace ilusiones de poder disfrutar de una abundancia ficticia y pecaminosa, y "cruza con el verde incluso de noche", respetando reglas que los rusos se enorgullecen de ignorar, destruyendo todas las fronteras y límites convencionales. A continuación Shaman dice que “Solo quiero amar y respirar / No necesito nada más / Soy como soy y nada me puede destruir / y esto se debe a que ¡SOY RUSO! / y llegaré hasta el final / ¡Soy ruso! / y mi sangre es la de mi padre”. La despreocupación, la insolencia y la audacia son las máscaras de Putin, que nadie en Rusia puede tomar realmente en serio, porque saben perfectamente que la "sangre de su padre" es cualquier cosa menos pura y cristalina, y mezcla códigos genéticos de todo tipo, y que la historia rusa muestra precisamente la incapacidad de "llegar hasta el final" de las propias aspiraciones. Entonces, el judío afirma de manera más realista que Tengo dinero en el banco / no bebo todos los días / y siempre necesito algo / una vez al año voy al médico / ¡y esto se debe a que NO SOY RUSO! / No me importa la sangre de mi padre – (los judíos, como sabemos, se identifican por su ascendencia materna, ndr) – / Me falta un pedazo del todo / y nada sale nunca como debería / soy el mal universal, ¡porque no soy ruso! Si bien todos los males se achacan siempre a los judíos, es bastante evidente que la palma del "principal enemigo de la humanidad" hoy está en manos precisamente de la Rusia de Putin.
En la autocelebración de la hipocresía rusa se proclama que Soy ruso / y por eso soy afortunado. / ¡Soy ruso / en las narices del mundo entero! / Esta canción vuela por el cielo / y mi corazón se enciende / iluminando el camino a casa / Así soy yo, no podrán quebrarme / ¡porque soy ruso! La canción de Shaman “vuela por el cielo” de todas las pantallas de propaganda y de las concentraciones masivas, pero la parodia de Slepiakov aclara que Esta canción se publica en Spotify / y el dinero llega a la cuenta / Sería suficiente, pero el corazón / me dice: dame más / todo lo espiritual me es ajeno / ¡y sólo porque no soy ruso! En efecto, la gran ficción es en realidad la "nobleza de los objetivos" de las operaciones bélicas de los rusos, que pretenden defender los "valores morales y religiosos", tan ajenos a la vida cotidiana de los ciudadanos de toda la Federación.
Las relaciones entre Rusia e Israel nunca han sido idílicas, desde los años soviéticos, debido sobre todo a la cercanía política de Moscú con los principales enemigos de los israelíes, desde Siria hasta Irán y todos los demás. El conflicto con los terroristas de Hamás, cuyos representantes fueron recibidos en Moscú poco después de la masacre del 7 de octubre, saca a la luz el profundo antisemitismo no sólo de las regiones musulmanas, sino de los mismos rusos, que ya se había manifestado en la paradójica acusación contra los ucranianos de ser "judíos nazis", un cortocircuito muy revelador de lo que se agita en la conciencia de Putin y sus acólitos. La hostilidad hacia Occidente estimula el lado agresivo de la naturaleza rusa, y la mayoría de la población responde a la provocación, sobre todo si están los judíos de por medio.
Israel conoce muy bien estos complejos internos del alma rusa al estar unidos en gran medida por la sangre y la historia común, y no es casualidad que el gobierno de Netanyahu haya sido muy prudente en su apoyo a Ucrania, a la que no ha querido enviar cargamentos de armas ni compartir tecnologías bélicas. Por mucho que Rusia apoye a Hamás, tal como en el pasado apoyó a los palestinos incluso en ataques terroristas, en Tel Aviv saben que ese apoyo nunca será decisivo, sino que se limita a una retórica global para culpar a Estados Unidos y Occidente, a través de Israel - como ya lo hizo con Ucrania - de todos los males del orden geopolítico mundial.
A Rusia "le conviene el caos", como observa amargamente Anna Borshchevskaja, experta del Instituto de Política de Oriente Medio de Washington, "y la escalada de los conflictos es su única estrategia". La canción de Shaman repite que el ruso "llega hasta el final", pero Slepiakov revela que en realidad "su corazón dice: dame más", porque el "verdadero ruso" nunca está seguro de su verdadera identidad, y no puede admitir que lo estadounidense, lo europeo y, sobre todo, lo judío, son dimensiones inextirpables del alma rusa.
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