06/02/2016, 14.28
RUSIA - VATICANO
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Francisco y Kirill, una Santa Alianza para el futuro de los cristianos y del mundo

de Vladimir Rozanskij

El encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú era algo deseado por Kirill desde hace mucho tiempo. Esperado en tiempos de Juan Pablo II; esperado en tiempos de Benedicto XVI, se cumple ahora. Católicos y ortodoxos ante los mismos desafíos de la persecución y el relativismo. El freno del nacionalismo ortodoxo apoyado por Putin. La crisis en Medio Oriente y el riesgo del aislamiento de Rusia la empujan a la colaboración.

Moscú (AsiaNews) – La larga espera finalmente llegó a su cumplimiento: el 12 de febrero, la Tercera Roma se reconcilia con la Primera Roma, para salvar a la Segunda, las Iglesias perseguidas de Oriente. El Patriarca Kirill ha querido aprovechar la visita del Papa Francisco a México, para marcar en Cuba un paso histórico, que en ningún caso habría dejado a su sucesor. Convertido en patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa siete años atrás, Kirill (Gundjaev) se venía preparando para este momento desde los años Setenta del siglo pasado. Siendo un joven monje, y luego un jovencísimo obispo de la última fase de la era soviética, fue lanzado al mundo de la diplomacia político-eclesiástica por su mentor, el metropolita Nikodim (Rotov) de Leningrado, que supo sorprender al mundo presentándose, siendo el único obispo ortodoxo, en la apertura del Concilio Vaticano II. A él se unieron luego los otros representantes de los varios patriarcados de Oriente, para tomar parte en aquella formidable estación ecuménica que ha visto a los rusos guiar el mundo cristiano a un nuevo nivel de comprensión recíproca, en la audacia del Ostpolitik que reunía a los enemigos de la Guerra Fría. Aquella fase se concluyó, en cierto sentido, con la muerte de Nikodim, el 3 de septiembre de 1978 en los brazos del Papa Juan Pablo I, electo hacía tan sólo tres días y que desapareció pocos días después. El treintañero Kirill se había vuelto obispo el año anterior y acompañó al metropolita en ese último viaje, comprendiendo bien la misión que le era confiada por los misteriosos designios divinos: regresar a aquél encuentro como protagonista de una nueva era para la Cristiandad.   

Este destino hoy se cumple, desde el momento en que la Iglesia universal de Oriente y Occidente es puesta ante una prueba decisiva: la gran ofensiva del radicalismo islámico y de las otras fuerzas del mal, frente a la extrema secularización y a la pérdida de identidad del cristianismo histórico, (que) reclama un nuevo inicio del anuncio evangélico, y arriesga la marginación definitiva de los cristianos en las catacumbas del siglo XXI. El Patriarca de Moscú siente sobre sí todo el peso de este reto apocalíptico y percibe en la personalidad inusual del Papa Francisco una tensión análoga, una voluntad de refundación de la fe perdida, que urge en el ánimo de quien el Espíritu Santo ha querido poner para presidir las más grandes Iglesias del mundo cristiano de hoy.

El encuentro entre los dos jefes de la Primera y de la Tercera Roma estuvo a un paso de ser realizado hace casi 20 años, en la Asamblea de las Iglesias Europeas de Graz, en 1997, cuando el Patriarca Aleksij II había aceptado encontrarse con el Papa Juan Pablo II en tierra austríaca. El contexto histórico era completamente diferente: la Iglesia Rusa en los años Noventa se encontraba en la situación embarazosa de tener que liberarse del pasado de colaboracionismo con el difunto régimen soviético, y temía el proselitismo difundido por las Iglesias occidentales, así como las sectas, en su propio territorio. El rechazo al papa polaco marcó el inicio de una nueva conciencia en la Ortodoxia rusa, que no quiso volverse sirvienta del papa triunfador del comunismo, poniendo así las bases del orgullo nacionalista ortodoxo de la Rusia de Putin, surgida en los años dos mil a partir de las cenizas de la convulsionada revolución yeltsiniana. Desde entonces, el Patriarcado de Moscú ha repetido, sin vacilar en ello, sus quejas a los católicos, culpables del proselitismo y el uniatismo anti-ruso, y Kirill mismo pasó de ser un partidario a convertirse en el primer opositor del abrazo a Occidente, erigiéndose en profeta de la nueva Rusia, única salvación de un mundo extraviado y ya privado del alma cristiana.

Y sin embargo, cuando, finalmente, la parábola del joven obispo y metropolita de escuela soviética, en enero de 2009, se concluye con la añorada conquista del trono patriarcal, se vuelve evidente que, si dicho encuentro entre las dos Romas iba a ocurrir alguna vez, esto habría podido suceder sólo con el Patriarca Kirill. Por último, ya siendo metropolita y ministro de Relaciones Exteriores de la Iglesia rusa, Kirill estuvo en Roma en el 2006 para abrazar al Papa Benedicto XVI, que, como teólogo y erudito, supo brindar, incluso a los ortodoxos, los argumentos de la gran oposición al relativismo contemporáneo. Con Ratzinger no se pudo llegar a un éxito en el proceso de reacercamiento, y esto también porque Kirill no quería aparecer como discípulo ante un Pontífice de una semejante y evidente superioridad teológico-política, mientras que con Bergoglio la Providencia no pudo hacer mejor elección que ésta: un papa no europeo, sin pretensiones doctrinales, de una gran y abierta humildad pastoral como fue la de Juan XXIII, el amigo de Nikodim, a cargo de un catolicismo incierto y dividido con respecto a las perspectivas futuras. El patriarca de Moscú, en la tierra amiga de Cuba, con el perfume soviético que emana de los cigarros presidenciales, hará un buen juego al aparecer como dueño de la situación, llamando al Papa argentino, a su vez él hijo de la religión popular de aquellas tierras, y hacerse aliado de un nuevo renacimiento cristiano universal.   

En las declaraciones a la prensa expuestas por el metropolita Hilarion, heredero de Kirill en la diplomacia patriarcal, estas intenciones escatológicas resonaron de un modo inequívoco: el Patriarcado de Moscú quiere que 2016 sea el Año del regreso de los cristianos contra las persecuciones en todo el mundo, y por eso, la Iglesia Rusa –en palabras del metropolita-   ha decidido poner entre paréntesis las razones del desacuerdo con los católicos, que sin embargo se mantienen intactas así como (se mantiene intacta) la división de los uniatos en Ucrania, para unirse en defensa de la fe en todos los países. No ha de ser olvidado que, en junio de este año, todas las Iglesias ortodoxas se reunirán en Creta, en un Concilio que tiene un valor histórico para la época, en el cual la Iglesia Rusa será la gran protagonista. La Tercera Roma, antes de saldar las cuentas con la Segunda, se asegura los favores de la Primera. Por otro lado, no deja de haber razones de oportunidad política, ante el prolongado conflicto ucraniano, en el cual el Patriarcado de Moscú tiene todo que perder, y que no quiere dejar a merced del extremismo nacionalista del mismo Putin. A estos se suman las condiciones de las profunda crisis económica de Rusia misma, postrada por las rebajas petrolíferas y por las sanciones occidentales. No cabe duda de que incluso Putin mismo, quien a su vez acaba de acudir recientemente al papa Francisco, tiene una gran necesidad de apoyos occidentales para evitar terminar siendo estrangulado por el abrazo chino y por la irrelevancia económica.  Tanto más, siendo que a la debilidad de los mercados hace contrarrestar la pretensión hegemónica de Rusia en Medio Oriente, que no quiere ceder, bajo ningún costo, a América y a Europa, y mucho menos aún a la odiada Turquía: es justamente en esas tierras que los rusos se juegan el futuro suyo. La protección de los cristianos en Siria e Irak, para sacarlos de las miras del ISIS, brinda el contexto perfecto para la nueva Santa Alianza con los católicos, quienes a su vez están deseosos de encontrar en las periferias del mundo la ocasión para anunciar la era de un nuevo cristianismo, propio del año jubilar de la Misericordia divina.  

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