25/07/2017, 15.07
IRAK
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Europa, en la búsqueda de un rol en el futuro político de Irak

de Luca Galantini

La caída de Mosul inaugura una nueva fase. La UE, que salió fortalecida de la experiencia adquirida en la ex Yugoslavia, debiera tratar de favorecer el proceso de reconciliación a través de iniciativas diplomáticas de mediano y largo plazo, en grado de involucrar a todas las instituciones políticas y sociales, tanto locales como centrales, para evitar el riesgo de una fragmentación que alimentaría sectarismos y contrastes.

Milán (AsiaNews) - La recuperación de Mosul por parte de la heterogénea coalición política militar mixta reunida en el frente común anti ISIS, es sin lugar a dudas, un hito importantísimo en la lucha contra el Estado Islámico (EI) y su sueño de restaurar un nuevo califato impuesto por la ideología del terror yihadista de las milicias dirigidas por Abu Bakr al-Baghdadi.

La dirigencia política del Califato hoy está completamente redimensionada, sobre todo después de los rumores acerca de la muerte de al-Baghdadi. Pero a los ojos de todos los observadores, es evidente que la campaña militar para erradicar los residuos de las fuerzas del EI, que ocupan sectores no insignificantes de territorio, incluyendo los alrededores de la frontera entre Siria e Irak no está de ninguna manera concluida. En particular, ha de tomarse en consideración la hipótesis sostenida por los analistas, según la cual las tácticas de guerra de las fuerzas de Daesh (acrónimo árabe para el Estado Islámico), que ahora están perdiendo el control físico del territorio, privilegiarán el recurso de acciones terroristas, en un intento por desestabilizar a los países miembros de la coalición anti EI.

Si la conquista de Mosul es, pues, un signo de esperanza concreto orientado al fin de las hostilidades militares que desde hace décadas y por desgracia asolan el país de los dos ríos, Irak, la misma Siria y el cuadrante medio-oriental, víctima del "régimen de terror" yihadista, es igualmente evidente que ahora se abre una fase de extrema incertidumbre para la construcción de un futuro estable de paz, seguridad y respeto por los derechos de la persona, para este área geopolítica, y para Irak en particular.

El punto crucial en torno al cual giran todas las cuestiones políticas, en la definición del futuro estable de Irak, es a la vez claro y complejo: el intercambio pacífico de diversidades étnicas,  nacionales, tribales, religiosas, que siempre han sido una característica histórica del Estado iraquí.

Reconstruir el Estado en nombre de una puesta en común de las diversas identidades que conforman el alma de Irak tiene una importancia estratégica tan importante, que ha sido objeto de las primeras declaraciones del primer ministro de Bagdad, Abadi, quien, al visitar Mosul, afirmó que la mejor respuesta el régimen de terror del EI es la capacidad de vivir juntos de las diferentes identidades étnicas y religiosas. El mismo Patriarca de la Iglesia caldea, Raphael Sako, ha lanzado un llamamiento, reportado por AsiaNews, dirigido a todo el pueblo de Irak y a la comunidad cristiana, en particular, a fin de que madure una "nueva conciencia" que sea capaz de abandonar las fragmentaciones, las divisiones y contraposiciones que han alimentado decenios de guerra civil.

¿Cuál puede ser el futuro que se le depara al Estado iraquí? Y sobre todo, ¿Qué propuestas concretas puede plantear la comunidad internacional y en particular, Europa, frente a este desafío central para el futuro de paz del área?

En 2011, el presidente de los EEUU Barack Obama anunciaba el retiro completo de las tropas americanas de Irak, dando a entender, con ingenuo optimismo, que la estabilización de un ilusorio status quo entre los diversos grupos étnicos, religiosos y nacionales había sido lograda en base a la nueva Constitución federal que de hecho sancionaba la “cantonalización”, es decir, la división del país en áreas de influencia. De ese modo, se contentaban, al menos en parte, los deseos de autonomía de los tres principales grupos étnico-religiosos del Estado –sunitas, chiitas y kurdos-  sin que los conflictos estallasen en una guerra abierta y el país fuese arrastrado a una guerra civil.

La historia ha demostrado que dicha decisión fue completamente equivocada. Ésta ha favorecido la pérdida de la unidad política nacional, la fragmentación del poder a nivel local, sin garantizar una tutela efectiva de la paridad de derechos, para la variedad de etnias, nacionalidades y grupos religiosos minoritarios diseminados cual manchas de leopardo, de un modo no uniforme entre ellas.   Esto ha determinado una agresiva gestión del poder por parte de la entidades nacionales y religiosas dominantes en las distintas provincias en las que pasó  a ser dividido el país, y la relativa discriminación de otros grupos sociales minoritarios, razón que empujó al abismo de una guerra civil, en el cual Irak terminó luego cayendo.

Varios eruditos en el tema han evidenciado que este cuadro es harto conocido para las diplomacias europeas, que en los últimos dos decenios han tenido que manejar un problema análogo igual de dramático: la llamada “balcanización” de las provincias de la ex Yugoeslavia. En particular, en Bosnia-Herzegovina había una presencia simultánea y no uniforme de múltiples grupos étnicos religiosos, los bosnios musulmanes, los serbios ortodoxos, y los croatas católicos.  Esto ha sugerido a las cancillerías europeas la promoción de la construcción de la nación de Bosnia-Herzegovina, pero no formalizando la división del país en áreas federales ateniéndose a la mayoría de grupos étnicos.  Semejante subdivisión habría provocado la discriminación y persecución de las minorías en nombre de una polarización sectaria del poder. En cambio, se favoreció un proceso de integración entre las varias entidades a nivel local, reforzando simultáneamente los poderes del gobierno central de Sarajevo, a fin de garantizar la unidad del Estado contra las belicosas tentaciones separatistas de varios grupos.

La Unión Europea (UE), fuerte debido a su consolidada experiencia de “civil power” en los Balcanes, tiene a su favor la posibilidad de promover en Irak un proceso de reconciliación que excluya el retorno a una subdivisión política del Irak en diversos Estados, en nombre de un sectarismo étnico religioso que alimentaria nuevamente conflictos civiles.  Según varios analistas expertos en política exterior de la UE, eso podría darse a través de la promoción y gestión de equipos de trabajo permanentes a nivel local, en grado de promover desde abajo la mediación de los varios intereses de los grupos identitarios dentro de un único sistema político local, capaz de representar y tutelar todo el conjunto de diversidades que caracterizan la historia de Irak, desde la periferia hasta la capital. Análogamente, la UE debiera asumir el rol de “patrocinador” en el involucramiento en torno a una misma mesa de todos los actores globales, Estados extranjeros y organizaciones internacionales que tengan un interés preciso político, económico, cultural, presentes en el área iraquí.

La tarea de la UE debiera ser la de favorecer el proceso de reconciliación a través de iniciativas diplomáticas de mediano y largo plazo, en grado de involucrar a todas las instituciones políticas locales y centrales, los entes que representan a la sociedad civil, los diversos grupos identitarios nacionales y religiosos, para valorizar el significado de la cultura de las diversidades, que por decenios ha caracterizado el sistema político de Irak, en particular en aquellas zonas que han sufrido fuertes procesos de polarización extremista de los grupos identitarios, en perjuicio de las minorías.

El proceso tendiente a la construcción de una nación en Irak estará seguramente plagado de dificultades, pero la experiencia balcánica, aún con todos los límites objetivos, demuestra que se puede superar el dramático antagonismo de los nacionalismos y de los odios religiosos, impidiendo que estas características se conviertan en un instrumento de contraposición dentro del Estado. 

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