En la oscuridad de la guerra entre Israel y Hezbollah, la 'unidad y humanidad' del Líbano
Ante la escalada de la guerra, se ha producido un estallido de solidaridad, empatía y compasión entre cristianos y musulmanes. Médicos y enfermeras trabajan incansablemente para atender a las víctimas de las explosiones y recibir a los que se ven obligados a huir de sus casas. Frente a la "inaceptable" masacre de civiles atacados por los aviones de combate israelíes, el Líbano de la "convivencia" existe y va más allá de la política.
Beirut (AsiaNews) - En estos días de guerra, que desde el 17 de septiembre aportan cotidianamente su carga de muertos, heridos y desplazados, el Líbano está dando una lección ejemplar de humanidad y de unidad tanto a Israel como a Irán y a Hezbollah, con un estallido de solidaridad, empatía y compasión.
Ante el horror de los rostros desfigurados por las explosiones de buscapersonas y walkie-talkies - y de ellos al menos 500 nunca podrán recuperar la vista -, los médicos y el personal de enfermería trabajaron incansablemente, el 17 y 18 de octubre, hasta el amanecer, hasta quedar exhaustos. Desde aquellos que intentaron lo imposible para reconstruir los rostros hasta los que trabajaron para salvar los ojos, rehacer los labios y la nariz y coser los dedos. Todos ellos fueron los protagonistas, los primeros héroes de lo que se ha definido como la recuperación de la solidaridad nacional.
"En los quirófanos, el panorama era insoportable", dice a AsiaNews un oftalmólogo bajo condición de anonimato. Él y sus colegas se mantuvieron despiertos toda la noche para atender a personas ciegas, ensordecidas, desfiguradas y quemadas por bombas que les habían explotado en la cara y les cortaron los dedos o les amputaron las manos. “A veces toda la cara había desaparecido”, dice el especialista, que sigue estupefacto por la maldad y el horror que ha estallado de pronto, y deplora las “víctimas colaterales” de estas trampas explosivas: niños, personal del hospital y completos desconocidos que en muchos casos han quedado tan profundamente afectados como los propietarios de los artefactos explosivos.
A ello se suma el hecho de que, desde el 23 de septiembre, asistimos a la danza fúnebre de los F-35 israelíes. Los cazas del Estado judío vuelan sin obstáculos en el espacio aéreo libanés, atacando sin piedad e implacablemente los supuestos objetivos militares de Hezbollah y las casas de la población chiita, la gran mayoría de la cual apoya al "Partido de Dios". Esta masacre, que el Papa Francisco ha considerado "inaceptable", ya ha dejado más de 600 víctimas, entre ellas 50 niños y 94 mujeres. Un número que aumenta hora a hora, sin que se pueda ver un final.
Decenas de miles de personas se han volcado a las carreteras, muchas veces en condiciones espantosas, para escapar de los mortíferos aviones de combate israelíes. En un viaje agotador entre atascos y colas, esta marea de desplazados se dirigió hacia el interior y fue recibida con reconocida hospitalidad oriental en centros de acogida públicos y privados en ciudades como Saida, Beirut y Trípoli. Los más afortunados encontraron lugar con familiares. Los más temerosos continuaron hacia Siria. En cierto sentido, frente a la doctrina militar iraní de la "unidad de los frentes", que dictó el ingreso de Hezbolá en la guerra contra Israel, el Líbano supo blandir el arma suprema y pacífica de su unidad.
Naturalmente, este extraordinario impulso de solidaridad no ha eliminado ni puede eliminar el profundo desacuerdo político entre los libaneses sobre la iniciativa militar de Hezbollah, que los ha llevado a este profundo estado de desgracia. No obstante, los libaneses han mostrado al mundo que ese desacuerdo fundamental se detiene en el umbral del sufrimiento, el dolor y la tragedia humana.
“La muerte de la empatía humana es uno de los primeros y más reveladores signos de una cultura al borde de la barbarie”, decía la filósofa judía Hannah Arendt. En cierto sentido, hemos demostrado al mundo que el Líbano de la "convivencia" existe y que va más allá de la política; que tiene sus raíces en un terreno patriótico que no es una palabra vacía ni un sentimentalismo barato. Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo hoy en el País de los Cedros debería ayudarnos a creer en nosotros mismos. La segregación confesional es la antítesis del Líbano.
Este es también un fuerte argumento contra aquellos que lamentan que el “Gran Líbano” no haya sido concebido desde el principio como una “casa cristiana”, en vez de una tierra de coexistencia cristiano-musulmana. Ya es demasiado tarde para hacer este planteo de pura complacencia, cuando Francisco viaja por el mundo para defender la causa de la convivencia. ¿Estamos seguros, además, de que este camino habría asegurado un futuro mejor para el Líbano, en un contexto regional sobre el que no tenemos ningún control?
A este respecto escuchemos a Pierre Rondot, el gran especialista en Oriente Medio: “[...] Si perdiera su carácter mixto, el Líbano se convertiría en una especie de enclave cristiano en Oriente, cuyas relaciones con el resto del mundo árabe podrían ser difíciles; cabría incluso preguntarse si en estas condiciones sería capaz de mantener su rol natural, siempre muy fructífero, de vínculo entre Oriente y Occidente. Pero, sobre todo, eso significaría abandonar una fórmula de paridad y de simbiosis islámico-cristiana, una fórmula que en cierta medida, como hemos dicho, paraliza la evolución moderna del Líbano, pero que tiene el gran mérito de demostrar la posibilidad de tal comprensión y ofrecer un ejemplo de incalculable significado moral. ¿Renunciar a esta simbiosis no significaría aceptar un deliberado paso atrás hacia la segregación religiosa, en el único rincón de Oriente del que siempre ha estado tradicionalmente excluida? (*)
El Gran Líbano es una apuesta arriesgada, pero sigue siendo una apuesta posible. Requiere líderes excepcionales, visionarios, comprometidos, honestos y hábiles. Depende de nosotros elegirlos lo antes posible.
(*) Le Liban et les foyers chrétiens en Orient
17/12/2016 13:14