El turismo extremo en la sagrada Crimea
Los turistas han tardado en llegar a las playas de Crimea este año, intimidados por las trincheras y los bombardeos. El gobierno ruso ha tratado por todos los medios de favorecer y "reclutar" diversas categorías, desde grupos de niños y adolescentes hasta empleados de empresas públicas y grupos de la oligarquía. Y no cabe duda de que uno de los objetivos de los ataques ucranianos va encaminado a hacer que fracase la temporada, principal actividad económica de la región.
En casi todo el mundo la segunda quincena de julio ha traído olas de calor tórrido y fenómenos atmosféricos de intensidad inusitada, pero la localidad turística más caliente es sin duda Crimea, una tierra de historia antigua y confort moderno, y ahora tierra de trincheras y guerra apocalíptica entre Oriente y Occidente. La temporada de verano en Crimea suele ser un festival de alegría y diversiones, pero este año es más bien una experiencia de "turismo extremo" que atemoriza y atrae a los rusos, al menos a aquellos que no pueden ir a Tailandia o siquiera a Turquía, por no hablar de las costas mediterráneas que tanto les gustan.
Las acciones bélicas de las contraofensivas cruzadas de Rusia y Ucrania en este momento se concentran precisamente en la península que domina el Mar Negro, avanzada estratégica de cualquier posible victoria o derrota definitiva. En efecto, los turistas han tardado en llegar, intimidados por las trincheras y los bombardeos, y el gobierno ruso ha tratado por todos los medios de favorecer y “reclutar” a diversas categorías, desde grupos de niños y adolescentes hasta empleados de empresas públicas y miembros de la oligarquía. Cuando los ucranianos volvieron a atacar el puente de Kerch, una línea simbólica de la "nuestra Crimea" de Putin que conecta con la región "legal" de Rostov y Sochi, las interminables colas se dispersaron por todo el territorio "ilegal" del Donbass, donde los enfrentamientos siempre son encarnizados, convirtiendo el viaje a Crimea en una aventura con más adrenalina que cualquier videojuego de guerra. Y entonces llegaron los cultores del turismo extremo.
La "temporada turística" ha sido rebautizada como "temporada de barriles", bavovny en ucraniano, kloptsy en ruso, como una verdadera atracción que no hay que perderse: ya no se trata de fuegos artificiales sino del auténtico apocalipsis, donde incluso en los lugares más seguros se escuchan los bombardeos de los alrededores. El presidente del Parlamento ruso-crimeo, Vladimir Konstantinov, tachó de diversanty a aquellos que difunden información sobre los riesgos en estas latitudes, es decir, de "saboteadores" que quieren sembrar el pánico en los buenos turistas tradicionales; pero muchos empiezan a considerar la guerra como la mejor campaña publicitaria.
No cabe duda que uno de los propósitos de los ataques ucranianos está orientado a hacer fracasar la temporada, principal actividad económica de Crimea, así como a separarla de Rusia para poder anexarla de nuevo, declarando de esa manera el fracaso de todas las operaciones de Putin desde 2014 hasta hoy. El propagandista ruso Sergej Veselovsky advirtió que "la seguridad de Crimea solo existirá cuando desaparezca Ucrania, cuando hasta la misma palabra 'ucraniano' se convierta en un insulto"; pero muchos crimeos comienzan a preguntarse cuál de los dos amos es el peor. Los “partisanos ucranianos” de Crimea lanzaron una fuerte advertencia a otro de estos propagandistas, el bloguero de Feodosija Aleksandr Talipov, haciendo estallar su motocicleta delante de sus propios ojos.
Como dice un proverbio ruso, “el miedo tiene ojos grandes”, y se han difundido leyendas sobre los “terroristas kamikazes” pro ucranianos, que serían reclutados no solo en Crimea sino en toda la zona del sur de Rusia, donde los idiomas ruso y ucraniano se mezclan desde hace siglos. Los servicios secretos rusos ya han perdido el control en medio de este torbellino de ataques militares y fake news, y no terminan de entender si son más peligrosas las bombas de racimo, los misiles remotos, los drones de asalto o las múltiples acciones de los diversanty prácticamente en todas las regiones de la Federación.
El mismo general Zaluzhnyj, jefe del Estado Mayor ucraniano, ha afirmado en varias oportunidades que “nada ni nadie nos detendrá en la reconquista de Crimea”, y sin duda no es un hombre acostumbrado a lanzar palabras al viento. En cambio Putin ha insistido en que los ataques ucranianos no detienen el flujo de personas y turistas de Rusia a Crimea dado que se pueden utilizar "rutas alternativas", es decir, a través de los territorios ocupados. Un corresponsal de guerra, Dmitry Steshin, incluso elogió por televisión a "los dirigentes de Rusia que se toman en serio a sus compatriotas, garantizándoles el acceso a Crimea a través de los nuevos territorios", como si el turismo de Crimea fuera el propósito fundamental de toda la guerra.
Los itinerarios recomendados son realmente sugestivos, cruzando espléndidos valles y colinas, con caminos recién reconstruidos aunque dañados en varios puntos por los bombardeos. Algunos de los puentes menores también han quedado interrumpidos o son difíciles de transitar, si se logra esquivar los ataques ucranianos. Todo esto parece un teatro del absurdo digno de Gogol y Chéjov, según las mejores tradiciones rusas, una “realidad alternativa” en la que se juega toda la credibilidad del régimen de Putin. Se podría decir que unas vacaciones en Crimea son la auténtica prueba de fuego de veinte años de política, primero económica y luego militar. Antes de 2014 los rusos acudían en masa a las playas de la península y mostraban su desprecio a los ucranianos con las billeteras llenas. Después intentaron "rehacer Crimea a imagen de Rusia", volviéndola casi prohibitiva para los menos pudientes. Ahora quieren afirmar la resistencia de los rusos a las invasiones y depravaciones occidentales manteniéndose firmes en el bastión de Crimea. La "ruta de la vida" hacia Crimea se ha convertido en la "ruta de la muerte" que potencia al máximo grado el ardor patriótico.
Circular por las carreteras y puentes de Crimea es la versión más excitante de la "ruleta rusa". La probabilidad de volar por los aires o lesionarse es muy alta y la alegría por haber llegado a destino es mayor que la de todo el tiempo de vacaciones. Los avisos publicitarios dicen: "Tenemos el mejor mar del mundo y la mejor defensa antiaérea". Incluso nadar en el mar resulta escalofriante, porque en vez de tiburones puedes toparte con drones submarinos. Los yates y todos los vehículos acuáticos ahora están equipados con sofisticados sistemas de radares y ultrasonido, como en las mejores películas de aventuras. La reparación de puentes dañados y la instalación de una red capilar de tecnologías defensivas están absorbiendo porciones cada vez más sustanciales del presupuesto regional y federal, ya de por sí en déficit creciente.
Como si eso fuera poco, los otros centros costeros del Mar Negro como Sochi y Tuapse, siempre repletos de turistas, han quedado devastados por los monzones y las inundaciones, y en la georgiana Batumi los rusos no se encuentran a gusto con la oferta local, que no está en condiciones de ofrecer servicios a su altura. Los rusos tampoco pueden prescindir de las vacaciones de verano, igual o más que todos los europeos, sobre todo para expresar esas "ansias de mar" que caracterizan la naturaleza misma del inmenso país euroasiático sin salida marítima hacia el resto del mundo. Las guerras rusas se han repetido incesantemente, desde el Báltico hasta el Mar Negro contra turcos y escandinavos y en el Océano Pacífico, donde todavía no se ha firmado el tratado de paz con Japón después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora se está abriendo incluso un nuevo frente marítimo, el del Ártico, donde los hielos retroceden y se preparan futuras guerras por el dominio de la "cabeza del mundo" que podrían hacer palidecer a las actuales.
De todos modos, ahora “¡tenemos Crimea, Crimea es nuestra, vayan a Crimea y descansen!”, repiten los anuncios en todas las plataformas. Fuera del país no se puede ir, el dólar y el euro están por encima de los 100 rublos y el dinero ni siquiera alcanza para Egipto, por lo tanto, "¡a Crimea!". Siéntense en sus automóviles, llenen el tanque de gasolina aunque cueste el doble, experimenten la emoción de arriesgar su vida, y en la playa tengan cuidado de no caer en las trincheras, que de todos modos pueden serles útiles. En la familia tenemos tres, cuatro hijos, ¿a dónde los llevamos si no es en auto a Crimea?
Daría la impresión de que la guerra ha provocado en los rusos un estado de ánimo verdaderamente extremo y apocalíptico: "total, ya no tenemos nada que perder". Crimea es el lugar ideal para representar este modelo de vida, y no es casualidad que la ideología del russkij mir suene mejor como krimnashizm, "crimea-nostrismo", desde el grito de Putin Krym Nash! en la Plaza Roja el 18 de marzo de 2014, cuando cambió la historia. El mundo entero es Crimea, una tierra en suspenso donde Rusia se ofrece como sacrificio de purificación y gloria eterna.
Si se logran sortear los peligros y llegar a Simferopol, la capital de Crimea, se pueden visitar las excavaciones arqueológicas, donde un poderoso equipo de especialistas, protegido por escuadrones de fuerzas especiales, excava para encontrar las raíces del alma rusa. Se trata de demostrar que la antigua Quersoneso (en honor a la cual se llamó Kherson a la ciudad situada en el estuario del Dnieper) era una tierra rusa -la eslava Korsun-, contra todas las pretensiones de los otros pueblos. En los últimos siglos los tártaros han reclamado la península, con sucesivos enfrentamientos y guerras, pero antes de eso la reivindicaron los griegos, los turcos e incluso los alemanes. Hitler hizo hacer investigaciones durante la ocupación para demostrar que era una tierra gótica. Los "apóstoles de los eslavos" Cirilo y Metodio encontraron aquí los restos del santo Papa Clemente de Roma, a quien había impuesto las manos el mismo san Pedro. Pero afortunadamente no habrá reclamos del Vaticano. Bajo el yugo tártaro Crimea también fue cedida durante algunas décadas a la administración de los genoveses, amos de las rutas marítimas del siglo XIII y hábiles mediadores entre los kanes mongoles y los príncipes de la Rus'. De Génova partió el descubrimiento de América y hoy se debe partir de nuevo para descubrir Rusia, quizás precisamente a través de Crimea.
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