El terrorismo islámico no murió con al-Baghdadi
Al-Zarqawi, bin Laden y, por último, el fundador del Estado Islámico: el asesinato del líder de la yihad no detendrá la amenaza islamista. Esta ideología no depende de una persona física. Se trata de un fenómeno de larga data, que pretende re-proponer una historia iniciada con el nacimiento del Imperio musulmán y sus conquistas.
París (AsiaNews) – La comunidad internacional está exultante por la muerte de Abu Bakr al-Baghdadi, fundador de Daesh. Sin embargo, “las ideas que lo llevaron a matar y aterrorizar personas inocentes siguen bien vivas, porque otros seguirán su camino”. Un joven estudioso musulmán invita a rechazar la idea de que “el islamismo no tiene nada que ver con el islam”. Esto, afirma, es “el fruto malogrado de la mezcla entre lo político y lo religioso”. Publicamos a continuación una nota de nuestro colaborador y experto en asuntos islámicos (Traducción de AsiaNews).
El éxtasis se ha apoderado de algunos, luego de la operación antiterrorista más importante desde la muerte de Abu Musab al-Zarqawi y del maestro supremo del terrorismo islamista, bin Laden. La eliminación de al-Baghdadi fue noticia en los medios internacionales. Por un lado, ésta es presentada como una catástrofe para el terrorismo islamista global; por otra, como un golpe a esta ideología sedienta de sangre y totalitaria. Sin lugar a dudas, es importante haber eliminado a un desquiciado y maníaco que ha cometido crímenes contra musulmanes, cristianos iraquíes y sirios, y civiles en Europa; aquél que participó en la destrucción de parte de estos dos países medio-orientales y que fundó un califato sobre sus ruinas.
Esto me involucra ante todo como ser humano y como humanista. Sin embargo, lo lamento, pero ¡no quiero adherir al grupo de personas que piensan, ingenuamente, que al-Baghdadi está muerto! Algunos dirán que lo admiro, al punto de no aceptar su muerte; otros, que tengo miedo, motivo por el cual no me atrevo a mostrar mi alegría. Pues debo decir que todos se equivocan. No es por solidaridad, ni por cobardía y tampoco por falta de audacia que reacciono así, sino por una cuestión de conciencia y prudencia. Soy muy consciente de que, aún cuando él haya sido aniquilado, las ideas - que lo llevaron a matar y aterrorizar a personas inocentes que no estaban de acuerdo con él - están muy vivas, pues hay otros que seguirán su camino. ¡Me niego a caer en la trampa de creer que el terrorismo islamista dejará de ocultarse, y cesará de intimidar y amenazar la estabilidad de los pueblos en Oriente y Occidente!
El islamismo, con las numerosas definiciones que de él existen, no depende de ninguna persona física puntual. Los líderes de este movimiento no son tan importantes por la ideología, ya que ellos mismos son meros fieles de esta doctrina hegemónica y totalitaria, un nazismo contemporáneo. Sin embargo, éstos suelen ser poderosos, y arriesgan seducir incluso a los “islamistas moderados”. Cuando me refiero a “islamistas moderados”, coloco el término entre comillas, ya que para mí no existe ninguna distinción entre los dos islamismos: ambos luchan, de una u otra manera, para restablecer el califato, sobre todo, luego de la revolución iraní, que ha demostrado que existe la posibilidad de fundar Estados puramente religiosos. En otra palabras, la única diferencia entre los dos es el grado de aplicación del islam sunita en su versión política.
Por lo tanto, no debemos hacernos ilusiones ni engañarnos diciendo que el islamismo no tiene nada que ver con el islam. En efecto, si bien Daesh o los Hermanos Musulmanes no representan el islam sunita, ¡lo cierto es que lo ponen en práctica en el campo, y a diferentes niveles! Y esto, aún cuando los Hermanos Musulmanes den la impresión de ser moderados, y finjan ser modernos, creer en los derechos humanos, en los valores universales y en la democracia. Las apariencias suelen engañar, aunque lo cierto es que en este caso, ¡siempre engañan! Es la típica táctica que ellos adoptan, “la práctica de la cortina de humo, que consiste en colocarse una máscara de modernidad para poder mezclarse mejor entre la multitud” – la Taqiyya [1].
Tome a un musulmán sunita árabe, turco, persa u occidental y pregúntenle ‘¿Cómo se considera a los no creyentes?’ Háblele de la igualdad de género, de la yihad, de los homosexuales: ¡hay tantos puntos a tocar! Trate de evocar con él el tema del califato. ¡las respuestas serán sorprendentes! Y el hecho de que sea islamista o musulmán sunita no marca ninguna diferencia: ambos grupos tienen las mismas creencias, las mismas referencias y el mismo libro. ¡La única diferencia entre ellos es la dedicación! Para decirlo con pocas palabras, el islamismo en su versión de la fraternidad o salafita es el nazismo oriental. Sería importante dar a conocer, por ejemplo, que Mein Kamp es el libro más vendido y leído en los ambientes islámicos del Oriente Medio [2]. Este fascismo es motivado y gobernado por una concepción particular del islam sunita que – nadie puede negar que existe una íntima relación entre las dos cosas –, lamentablemente, es mayoritaria.
A veces nos vemos tentados de justificar lo injustificable y esto es porque, a mi modo de ver, no podemos exonerar al islam presentando ideas casi negacionistas, que sugieren que esta religión no tienen ningún lazo con el islamismo. ¡Los que sostienen esta teoría intentan “tapar el sol con la mano”! Inconscientemente, así contribuyen al colapso de esta religión, cuando lo que en realidad debieran hacer es erradicar de ella la violencia, refinarla y hacerla más humana. ¡Hagan que dejen de usar la “Taqiyya”, para instrumentalizar el corpus islámico a fin de engañar a los ingenuos o a los idiotas útiles, para que los sigan!
Digo esto en voz fuerte y clara, y al mismo tiempo asumo mi responsabilidad por ello: el islamismo es el fruto malogrado de la mezcla entre lo político y lo religiosos. Combatirlo es defender el islam espiritual. El islamismo existe desde la primera noche tras la muerte del profeta; desde que nacieron los conceptos de “Dar al-Islam” (Casa del islam) y “Dar al-harb” (Casa de la guerra). El primero es “el dominio de la sumisión a Dios”. En principio, se refiere a los países en los que se aplica la sharia; y por extensión, a aquellos con una población mayoritaria islámica o que son gobernados por musulmanes. Según los movimientos y los partidos islamistas, la sharia debiera gobernar en estos territorios. El segundo concepto indica aquellos países a los que aún debe ser llevado el islam. La palabra “Harb” significa “guerra”; es decir, lucha armada, conquista, ya sea con la palabra o ciñendo la espada contra otros cultos y creencias.
Al mismo tiempo, es un esfuerzo proselitista, misionero y militar. Sin embargo, ¡ambos conceptos están ausentes en el Corán y en los textos proféticos! Recién surgieron con el nacimiento del imperio musulmán y sus conquistas, las de los omeyas, los abasidas y los otomanos; es decir, los primeros en explotar el islam para fines políticos propios.
De todos modos, el concepto más peligroso adoptado por todos los islamistas – siendo que “la ideología en que se basan es la misma” – sigue siendo el concepto de “Dar al-Kufr”. Esto significa “el dominio de los infieles o de los no creyentes”. Indica aquellos países en los que la ley islámica fue aplicada en un pasado, pero donde ya no se aplica más: es el caso de la península ibérica después de la Reconquista; Palestina, bajo el dominio del Estado de Israel; las naciones islámicas que están bajo el dominio europeo; o incluso aquellas que han adoptado leyes seculares, como Turquía y Túnez. En otras palabras, es un territorio que formaba parte o debiera formar parte del “dominio de la sumisión a Dios”, pero que se ha unido a la “casa de la guerra”.
Hoy en día, el primer objetivo de los islamistas es volver a instaurar la sharia en estos países, con todos los medios posibles, inclusive con la lucha armada contra sus compatriotas. Es decir, ¡se trata de una re-islamización total, para hacer que triunfe su visión e interpretación del islam! Es por ello que me niego a considerar el islamismo como un fenómeno contemporáneo, porque es realidad no es más que volver a proponer la historia islámica: una historia que se repite y que impulsa a los islamistas a desfigurar el nombre de Dios.
[1] Annie Laurent: “La Taqiyya en realidad es una técnica para ocultar a un yihadista que se halla entre dos frente de ataque. Es obvio. Es una práctica de encubrimiento que prevé colocarse una máscara moderna para socializar mejor con la multitud. Por tanto, el yihadista fingirá que vive como todos los demás, bailará y beberá, se vestirá como la gran mayoría de las personas… Es una táctica que implica una cortina de humo, la disimulación”.
06/06/2017 11:17
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