El poder de la propaganda
La guerra de Ucrania nos muestra cómo la propaganda vuelve a ocupar toda la escena, punto de llegada de una parábola que va de los poemas de Majakovsky a los influencers de hoy. Y vuelve a ser más actual que nunca el dilema de Dostoievski, que escribió: “Si alguien me demostrara que Cristo está fuera de la verdad y si la verdad estuviera realmente fuera de Cristo, preferiría quedarme con Cristo y no con la verdad".
La guerra de Putin en Ucrania no empezó el 24 de febrero de este año, ni tampoco el 18 de marzo de 2014, cuando se anexionó Crimea. Es una guerra que viene de lejos, desde los mismos inicios del putinismo, cuando en 1999 el joven primer ministro, designado de forma sorpresiva, empezó a lanzar proclamas amenazantes contra los chechenos. Éstos no querían someterse al centralismo federal de Moscú, y Putin aprovechó la ocasión para advertir de que el terrorismo islámico en el Cáucaso era una amenaza para todo el mundo. Poco después, los atentados contra las Torres Gemelas le dieron la razón, y la figura del oscuro hombre de la KGB -que para entonces se había convertido en presidente- se transformó en una promesa de paz y estabilidad universales.
El poder de la propaganda, al fin y al cabo, no es un invento de Putin o de algunos de sus ideólogos, seleccionados entre los más en boga en su momento, o los más aleatorios de los primeros tiempos post soviéticos. Fue un rasgo fundador de la Unión Soviética desde la revolución atribuida a los consejos de fábrica: los "soviets" eran ensalzados por el tribuno Lenin y organizados por el ideólogo Trotski. Pero en realidad fueron los campesinos y las mujeres hambrientas, con sus maridos en el frente, quienes derrocaron la última variante desastrosa del zarismo, la de Nicolás II. Mientras se propagaban los disturbios y las manifestaciones callejeras en Rusia, el manso y piadoso heredero de la dinastía Romanov escribía en su diario: "todo va bien, bebo té y rezo mis oraciones vespertinas".
En lugar de montar una contrapropaganda para defender lo que Putin llama ahora "valores tradicionales", el zar y su desquiciada familia fueron engullidos por los acontecimientos. Los bolcheviques (palabra que significa "mayoría", cuando claramente eran una minoría) ensalzaban la retórica de la revolución incluso con los poemas y eslóganes de Majakovsky, uno de los propagandistas más brillantes de la historia, o de Blok, que en su poema "Los Doce" comparaba la revolución con una segunda venida de Cristo. La toma del Palacio de Invierno, que comenzó con el disparo del cañón del crucero Aurora, fue en realidad poco más que un intercambio de buenos deseos entre el desastroso gobierno de Kerensky -otro tribuno que creía demasiado en sus dotes oratorias- y los Guardias Rojos que asumieron el poder debido a la incapacidad manifiesta de todos los opositores.
Finalmente, tres meses más tarde, Lenin convocó la Asamblea Constituyente: tras las revueltas de febrero de 1917, ésta debía instaurar en Rusia un régimen democrático, algo que nunca se había intentado antes. Los bolcheviques "mayoritarios" sólo obtuvieron el 20% de los votos, y el líder decidió que no valía la pena seguir adelante. De hecho, disolvió la Asamblea e impuso una dictadura de partido. Tras dos años de guerra civil entre Blancos y Rojos, fue el astuto secretario Stalin quien impuso el nuevo régimen: exterminó a los campesinos -que por fin empezaban a disfrutar del fruto de su trabajo- y mató de hambre a Ucrania, la principal patria de los campesinos. El estalinismo fue una verdadera apoteosis de la propaganda, tanto que se lo definió como el "culto a la personalidad" y la "revolución de un solo país", la Rusia que llevaría la justicia del proletariado al mundo, para alcanzar su apogeo en el "culto a la Victoria" de la Gran Guerra Patriótica, a la que apela hoy el mismísimo Putin.
Los 50 años de la "Guerra Fría" fueron una historia de propaganda: sus protagonistas, la epopeya de la "lucha por la paz" soviética contra el imperialismo del "mundo libre" occidental. Apoyar a los partidos, regímenes e intelectuales de izquierdas de todo el mundo era un objetivo primordial del sistema, hasta el punto de que incluso restauró la Iglesia Ortodoxa, alistándola para la propaganda interna. De esta manera, se convencía a las babushkas que aún querían ir a la iglesia para que creyeran en la infalibilidad del régimen ateo. Y también servía como propaganda en el exterior, asegurando al mundo que la URSS era el reino de la verdadera religión del hombre contemporáneo. Esta fue la razón por la que, sorprendentemente, el Politburó permitió a los metropolitanos rusos asistir al Concilio Vaticano II, siempre que sus documentos no condenaran el comunismo como lo había hecho, por años, la “propaganda vaticana".
Podríamos enumerar largo y tendido los nombres y circunstancias en los que se expresó la naturaleza propagandística del Estado ruso y soviético, incluso en épocas anteriores. Todo ello vuelve aún más evidente que la guerra actual no es más que otra fase de un proyecto ingeniosamente construido para mostrar al mundo la "necesidad" de derrotar al mal e instaurar una nueva visión del bien universal. Un artículo de Daria Provotorova para Radio Svoboda resume las iniciativas emprendidas durante los meses de la guerra. Son una prueba del eficaz activismo de los propagandistas rusos en Occidente, a pesar de la aparente censura, que pretendía bloquear a los rusos e impedirles acceder al mundo de los medios.
Desde la primera ola de sanciones, la Unión Europea ha prohibido la emisión de los programas de televisión rusos de RT y Sputnik en el exterior. También ha bloqueado las cuentas de los medios estatales rusos en las redes sociales. Los intentos rusos de definir al gobierno ucraniano como una forma de neonazismo han sido rebatidos por toda la comunidad internacional. Sin embargo, el Kremlin no se desanima e insiste en la guerra de la información. No cesa de crecer el número de sitios que difunden contenidos acordes con la propaganda rusa, muchas veces enmascarados, recurriendo a títulos e identidades independientes y neutrales. Las cuentas de las embajadas rusas se han vuelto muy activas, otorgando a los diplomáticos un papel primordial en la difusión de contenidos en defensa de los motivos de Moscú, como en la Agitprop de la época de Stalin.
Hay textos y vídeos -con millones de visitas- que ponen en duda las masacres de Bucha y Mariupol, insinuando que los muertos en las calles eran "actores ucranianos", y culpabilizando a Kiev por la muerte de civiles indefensos. Se culpa a Ucrania de la "crisis de los granos"; y se asevera que los corruptos oligarcas ucranianos acaparan el armamento generosamente suministrado por Occidente y lo revenden a otros países. Uno de los mayores éxitos de la propaganda rusa es haber logrado, en muchos países, la oposición al envío de armas a Ucrania. Y esto no es casual, pues continuamente trata de insistir en los temas que más dividen a la opinión pública occidental.
El storytelling moscovita utiliza los métodos clásicos de la desinformación soviética: sabe que cuenta con amigos de larga data, herederos de las formaciones de izquierda del siglo XX, y con aliados más recientes, los partidarios de las diversas formas de populismo y soberanismo de la última década. Y se baraja en el nuevo espacio cibernético, una nueva pradera virgen que hay que cultivar con las artes del pasado.
En Serbia, país hermano de Rusia, el tabloide Informer lleva tiempo sosteniendo que fue Ucrania quien atacó a Rusia, dando continuidad al "genocidio en el Donbass" de los últimos años. Con ello se procura reavivar no solo la rusofilia tradicional, sino también una auténtica "putinofilia" muy extendida en Belgrado y sus alrededores. Los políticos moscovitas expresan regularmente su "simpatía" por los eslavos del Sur, resucitando un proyecto propagandístico que se remonta al siglo XIX. Se trata del "paneslavismo" que incluso fue condenado por el Patriarca Bartolomé de Constantinopla hace pocos días.
No lejos de Serbia está toda la cuenca del Mediterráneo, bien surtida de aliados tradicionales de Rusia. Ante todo, los italianos, que siempre se han vanagloriado de tener "el mayor partido comunista de Occidente", pero también el "mayor amigo" de Putin, el ex primer ministro Berlusconi, ideal humano, social y político de todos los oligarcas rusos desde los años noventa. Varias encuestas muestran que poco más de la mitad de los italianos culpan a los rusos de la agresión a Ucrania. Es el porcentaje más bajo de todos los países europeos, y los tramas de los rusos con diversas fuerzas políticas italianas se siguen notando en las decisiones adoptadas respecto al envío de armas a Ucrania, en el apoyo a las sanciones, incluso en la solidaridad con los llamamientos a la paz del Papa Francisco, condicionados a su vez por sus relaciones históricas con el Patriarcado de Moscú, principal maquinaria propagandística del putinismo.
En este contexto, el historiador ruso Anatolij Streljanyj quiso recordar que el término "propaganda" cumplió 400 años de vida. En sus inicios, a esta palabra se le otorgaba un altísimo valor espiritual. En efecto, el aniversario está ligado a la fundación de la Congregatio de Propaganda Fide por el Papa Gregorio XV con la bula Inscrutabili Divinae del 22 de junio de 1622. Hoy, ésta fue rebautizada como "Dicasterio para la Evangelización" (según la terminología poco afortunada de la última reforma de la Curia) pero de todos modos tiene su sede en el histórico "Palacio de Propaganda Fide". Fue Pablo VI quien en 1967 eliminó el término Propaganda Fide, ahora execrado, sustituyéndolo por "evangelización de los pueblos". Actualmente, en la denominación ha desaparecido el término “pueblos”, para evitar sensaciones de imperialismo religioso -a diferencia del Patriarca Kirill de Moscú, que ha reanudado su uso.
La propaganda vuelve a ocupar toda la escena, como una exaltación de "valores" que ya no son sólo religiosos o ideológicos, sino también y sobre todo materiales y comerciales. Y ésta ahora es sustituida por la labor incesante de influencers de todo tipo. El escritor ruso Fiódor Dostoievski atribuye la "fuerza de la propaganda" a uno de los personajes secundarios de Crimen y castigo: el demoníaco jugador Svidrigajlov, la "rata subterránea" que quiere conquistar a la hermana del protagonista, Raskolnikov, quien desea convertirse en un "superhombre" y se ve arrastrado al abismo del asesinato y la culpa. La propaganda de conquista de mujeres inocentes es una profecía de la nueva guerra de conquista -de Ucrania, de Europa y del mundo extraviado por "falsos valores"- para imponer una nueva fe.
El dilema de Dostoievski y de sus grandes novelas es la pregunta de qué es mejor a la hora de elegir entre la "verdad de los valores" y la persona de Cristo. En su carta a Natalia Fonvizina de 1854, explica en qué consiste su fe: "Este credo es muy sencillo, y dice así: creer que no hay nada más hermoso, más profundo, más agradable, más razonable, más viril y más perfecto que Cristo; es más, no sólo no lo hay, sino que incluso, con celoso amor, me digo a mí mismo que no puede haberlo. Es más, si alguien me demostrara que Cristo está fuera de la verdad y si la verdad estuviera realmente fuera de Cristo, preferiría quedarme con Cristo y no con la verdad”.
19/05/2022 10:15
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