El oligarca-jardinero y la «exótica» Tiflis chocan entre Moscú y Bruselas
El enfrentamiento político en Georgia aumenta de cara a las elecciones parlamentarias de octubre. La oposición mira a Europa, mientras que la cúpula gobernante aspira al control del país (y a un nuevo equilibrio entre Rusia y la UE, según el modelo húngaro). De fondo, el papel de Ivanišvili entre la esfera pública y los intereses privados.
Moscú (AsiaNews) - El enfrentamiento político en Georgia, en vísperas de las elecciones parlamentarias del próximo octubre, está adquiriendo dimensiones cada vez más radicales, llevando al país hacia una transformación cuyas dimensiones y direcciones son difíciles de predecir. El principal grupo de oposición del Movimiento Nacional, fundado por el ex presidente Mikhail Saakašvili, en prisión desde hace más de tres años, pretende llevar a Georgia a Europa, mientras que el partido gobernante Sueño Georgiano, en boca de su fundador y presidente honorario Bidzina Ivanišvili quiere obtener una «mayoría constitucional» que le permita ilegalizar a sus opositores, acusados de querer subvertir el orden estatal, con lo que se mantendría un régimen «democrático de partido único», como también ha declarado el Primer Ministro Iraklij Kobakhidze.
Ivanišvili controla la política georgiana desde hace más de una década, tras desbancar a su oponente Saakašvili por oponerse a Rusia en el conflicto de Abjasia y Osetia del Sur. Con su victoria electoral, pretende incluir el principio de integridad territorial en la nueva Constitución, ajustándolo a la autonomía de las repúblicas prorrusas, y devolver así a Georgia a un Estado complaciente con el Kremlin. La dirección hacia la integración europea también se mantendría, pero en una interpretación opuesta a la de Ucrania y más parecida a la de Hungría, como una forma de «mediación» entre Rusia y Europa.
En medio del encarnizado debate geopolítico, las preocupaciones del gran oligarca-burgués parecen referirse más bien a una dimensión más privada y «simbólica», la de su gran amor por la naturaleza y, en particular, por los árboles. En efecto, es una gran noticia que ocho baobabs que Ivanišvili había plantado en su fabuloso parque dendrológico de Šekhveteli, a orillas del Mar Negro, tras haberlos transportado con grandes dificultades desde Kenia, se hayan marchitado. El multimillonario y ex-primer ministro, de 68 años, ha dicho a menudo que «prefiere el oficio de jardinero al de político» y, desde detrás de las hojas de árboles y arbustos, mueve los peones del tablero político nacional.
El parque alberga unas 60 especies de aves y otros animales de varios continentes, y en las 60 hectáreas que ocupa, un amplio paseo de bambú conduce al lago central y, sobre todo, a varios centenares de árboles gigantes, recogidos en toda Georgia y en el extranjero: no sólo robles, cipreses, cedros y magnolias, sino también secuoyas y ginkgos. Ahora, incluso este paraíso se ha convertido en objeto de violentos debates, porque para este «capricho» suyo, Ivanišvili ha construido carreteras y vías férreas hasta el parque, ha reconstruido redes eléctricas y energéticas con la ayuda de todas las fuerzas del orden y las administraciones, lo que ha provocado acusaciones de utilizar fondos estatales para fines privados.
Uno de los árboles más grandes fue llevado a Šekhveteli en el barco, como llamativo símbolo del poder oligárquico, e incluso inspiró un documental de la directora Salome Džaši, Domar el jardín, estrenado en Alemania en 2021 y en competición en la Berlinale. Y ahora la muerte de los baobabs es atribuida por Ivanišvili precisamente al Movimiento Nacional de Oposición, junto con los numerosos medios de comunicación críticos con el parque, que habrían organizado un «frente de guerra ideológico en el continente africano», arengando a las administraciones keniatas hasta el presidente con quejas y demandas, para demostrar el falso origen de los baobabs con «análisis artificiosos» que los atribuían a Madagascar. Se perdió un tiempo precioso en la burocracia, lo que impidió el cuidado adecuado de los árboles, que acabaron marchitándose.
Cuando «la verdad se impuso», los baobabs fueron finalmente enviados desde Kenia, pero ya era demasiado tarde. Sin embargo, el oligarca-jardinero fue acusado en la prensa internacional de «biopiratería» y de haber sobornado a los keniatas para poder disponer de sus bosques sagrados, con los que pretende transformar toda Georgia en un parque a su medida, con raíces que se extiendan desde Rusia hasta África, convirtiendo el Cáucaso en el nuevo centro del mundo.
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