El 'nuevo' Mirziyoyev y los viejos problemas de Uzbekistán
Al perfecto estilo soviético, cuando reformó la Constitución el presidente canceló sus dos mandatos anteriores y ahora -reelegido de manera casi plebiscitaria- podrá mantenerse al frente del país hasta 2037. El único cambio real es la actitud hacia los uzbekos que emigraron al exterior por razones de trabajo, a los que ya no se desprecia. Ahora los llama los "nuevos héroes", pero prefiere verlos en Londres antes que en Moscú.
Tashkent (AsiaNews) - El presidente de Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev, prestó juramento solemne en la inauguración de su nuevo mandato, que obtuvo con un consenso casi plebiscitario en las elecciones anticipadas del 10 de julio. Como resultado de los cambios constitucionales, el tiempo de sus dos mandatos anteriores ha quedado cancelado y ahora podrá permanecer al frente del país hasta 2037, superando los 20 años de presidencia (fue elegido por primera vez en 2016) y con 80 años de edad, visto que nació en 1957.
La nueva Constitución es un instrumento de redefinición del poder, para que corresponda a los programas del líder de turno, y en este sentido es un perfecto legado soviético. Recordemos las constituciones de Stalin, Kruschev y Brezhnev, que también distinguen la línea política de los períodos de los secretarios del Partido. El presidente ruso Vladimir Putin retomó la costumbre en 2020, introduciendo en la nueva ley fundamental (que reemplazó la de Yeltsin) los principios por los que Rusia se embarca en la guerra contra Ucrania y contra el mundo entero, en defensa de los “valores tradicionales”. La reducción a cero de Putin debería proyectarlo hasta 2032, aunque mucho dependerá del resultado de las operaciones militares.
El segundo ejemplo que inspiró a Mirziyoyev, decididamente más cercano en sensibilidad y objetivos, es el presidente de Kazajistán, Kasym-Zhomart Tokaev, que también fue reelegido este año después de varias turbulencias que comenzaron en enero de 2022, incluso antes de la guerra de Putin. El objetivo de Tokaev, que cuando reformó la Constitución no necesitaba un "reset" porque lleva poco tiempo en el poder, es hacer reformas profundas en el país, liberarse de la casta vinculada a su antecesor, Nursultan Nazarbaev, y conducir a Kazajistán "hacia la justicia y la democracia".
En Uzbekistán no se percibe una particular necesidad de democracia, considerando los hábitos autocráticos que se han perpetuado en los treinta años post soviéticos. Las turbulencias tampoco faltan en el Estado más poblado de Asia Central (más de 35 millones de habitantes, frente a los 20 de Kazajistán), pero afectan sobre todo a las zonas montañosas de Karakalpakistán, fácilmente domesticadas por el ejército uzbeko y a las que han dejado en el limbo de una supuesta autonomía. Mirziyoyev, en cambio, insiste en la necesidad del desarrollo económico de la sociedad uzbeka, pero se enfrenta a problemas de larga data que hasta ahora solo ha podido resolver en una mínima parte.
Más allá de las inversiones (chinas, rusas, europeas, cualquiera que tenga algo que aportar) en industria, producción de energía e infraestructuras, y del gran marketing turístico que Uzbekistán intenta desplegar a nivel internacional, el principal problema sigue siendo uno solo, también de origen soviético: la emigración laboral. El antecesor y fundador del Uzbekistán postsoviético, Islam Karimov, exhibía una actitud despectiva hacia los inmigrantes, típica de las viejas burocracias partidarias: los consideraba "holgazanes" que prefieren ser sirvientes de los rusos y no aportan nada a su país. El "nuevo" presidente, en cambio, proclamó de inmediato que quería incluirlos en las dinámicas económicas internas, y prometió crear millones de puestos de trabajo.
Sin embargo, el número de inmigrantes uzbekos en Rusia y en muchos otros países no da muestras de disminuir, es más, casi se ha duplicado, aunque el gobierno de Tashkent intenta ignorar o negar esas estadísticas. Oficialmente en este momento hay 1,8 millones de trabajadores emigrantes, mientras que otras fuentes hablan de casi 5 millones. Mirziyoyev los llama "nuestros héroes", y promete una reforma radical del mercado laboral del país, anuncio que repitió en su reciente reelección.
Pero esta vez el presidente no ofrece trabajo en su tierra natal, sino el reembolso total de los pasajes y visas de trabajo para ir a países más desarrollados que Rusia, quizás a Inglaterra, donde los inmigrantes uzbekos son cada vez mejor recibidos. El gran desarrollo económico de Uzbekistán demora en ponerse en marcha, y la "presidencia eterna" de Mirziyoyev se acomoda lentamente a los ritmos tradicionales de explotación de las alianzas exteriores, a la espera de ver cómo terminan los conflictos actuales.
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