17/06/2024, 18.31
MYANMAR
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El hijo de Aung San Suu Kyi afirmó que 'en Myanmar nadie es libre hasta que todos sean libres'

de Alessandra De Poli

Kim Aris, de 47 años, recibió en lugar de su madre la ciudadanía honoraria italiana que el municipio de Abbiategrasso decidió conceder a la líder birmana. Desde hace más de tres años en prisión, ni siquiera su familia sabe dónde se encuentra recluida ni cuáles son sus condiciones de salud, a pesar de que en estos días cumple 79 años. Su hijo explicó que la comunidad internacional no entendió las medidas que tomó Aung San Suu Kyi con los rohingya.

 

Abbiategrasso (AsiaNews)- Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la paz y consejera de Estado de Myanmar, cumplirá 79 años el 19 de junio. Pero será un cumpleaños más que pasará en prisión: después de transcurrir una cuarta parte de su vida bajo arresto domiciliario por su compromiso democrático contra el régimen militar, fue encarcelada nuevamente en 2021 durante el último golpe de Estado, al que ha seguido un violento conflicto civil. La junta militar lucha contra los grupos de resistencia, que a su vez están integrados por milicias étnicas y otras formaciones paramilitares.

Nadie sabe dónde se encuentra Aung San Suu Kyi, ni siquiera sus hijos, Alexander y Kim Aris, que crecieron y todavía viven en el Reino Unido. Aquí estudió Suu Kyi  y conoció a su futuro marido, Michael, antes de regresar a Myanmar en 1988 para unirse a las protestas pacíficas contra la dictadura militar. Cuando fue detenida, su marido sólo pudo visitarla cinco veces antes de morir por un tumor en 1999.

El hijo menor, Kim, que ahora tiene 47 años, recibió el 15 de junio en Abbiategrasso la ciudadanía honoraria que el municipio de la provincia de Milán decidió conceder a la líder birmana. Expresó su preocupación por las condiciones de salud de "maymay", la palabra que se usa en birmano para nombrar a la "madre", y pidió que fuera liberada. “Hablé con ella por última vez hace casi tres años y medio, antes del golpe”, dice a AsiaNews. En 1991, cuando le concedieron el Premio Nobel, también habían recibido el reconocimiento sus hijos, Alexander, que entonces tenía dieciocho años, y Kim, que sólo tenía 14.

A la ceremonia de entrega de la ciudadanía, presidida por el alcalde de Abbiategrasso Cesare Nai, asistieron numerosas personalidades, entre ellas el diputado Umberto Maerna, Andrea Sala, concejal de la región de Lombardía, Albertina Soliani, ex parlamentaria y amiga de Aung San Suu Kyi, Alessandra Schiavo, embajadora de Italia en Rangún cuando se produjo el golpe, el padre Gianni Criveller, director del Centro PIME de Milán, la madre Valentina Pozzi, superiora general de las Hermanas de María Reparadora, Salvatore Restuccia, presidente de Avis Abbiategrasso y Claudio Tirelli, presidente de la asociación “Obiettivo sul Mondo”, que promovió el encuentro.

Kim Aris confía en que la violencia va a terminar y el Ejército será derrotado, y considera que el único camino posible para Myanmar es "la definición birmana de paz", según la cual "hay que eliminar los factores que amenazan la paz: la discriminación, la desigualdad y la pobreza. Nadie es libre hasta que todos sean libres."

Pero "desde que se produjo el golpe sólo he recibido una comunicación de mi madre, una carta a principios de este año", explica. “Fue la primera señal real de que todavía estaba viva. No hay noticias sobre su paradero ni cuál es su estado de salud. El año pasado por estas fechas supimos que ella no estaba bien, que estaba enferma, que tenía problemas dentales. En ese momento los militares me permitieron enviar un paquete de ayuda, al que adjunté una carta. La que recibí en enero fue su respuesta. Ni siquiera sus abogados pueden verla”, añade. Explica que las acusaciones contra ella y las informaciones según las cuales se encuentra bajo arresto domiciliario son completamente falsas. “Sospechamos que todavía está en la cárcel de Naypyidaw. Mi madre tiene una casa en Rangún, pero los militares están tratando de venderla”, por lo tanto sería absurdo pensar que la hayan trasladado allí. "Tal vez sea verdad que salió y después la llevaron de nuevo a la cárcel, pero no hay posibilidad de verificarlo en forma independiente".

A Kim y Alexander, al igual que anteriormente a su padre, les revocaron la ciudadanía birmana. “A lo largo de los años he ido y venido a Myanmar. Estuve con ella cuando la pusieron bajo arresto domiciliario por primera vez, yo tenía alrededor de 12 años. Desde entonces he podido visitarla algunas veces, pero la decisión dependía de los distintos jefes militares que se sucedían, no había ninguna regla ni coherencia. Incluso cuando fue liberada no tuve la posibilidad de verla mucho, porque estaba muy concentrada en la reconstrucción del país". Aung San Suu Kyi fue elegida jefa de Gobierno en 2015 y confirmada en 2020, y fue abriendo progresivamente Myanmar a la democracia y al comercio internacional, intentando, en la medida de lo posible, de mantener al poderoso ejército birmano alejado de la política.

Una vida entregada por su pueblo, formado por decenas de grupos étnicos y religiones diferentes. Y ha sido precisamente en la fe donde Aung San Suu Kyi encontró la fuerza para seguir adelante en su lucha por la libertad y la democracia: "Creo que lo que todavía le impide darse por vencida es la educación que recibió como hija del padre de la patria, Aung San”, que luchó por la independencia de Myanmar del imperio colonial británico y, por una de esas bromas del destino, también fue el fundador del Ejército birmano. Pero no sólo eso: “Su religión budista también debe haberle dado mucha fuerza, y sobre todo la meditación”, sigue diciendo Kim Aris. “Estoy seguro de que durante los tiempos de arresto domiciliario siguió meditando. Yo también quisiera tener esa capacidad". ¿No medita el hijo de Aung San Suu Kyi? "No soy particularmente religioso", dice. “No podía decidir si prefería una religión u otra, siempre las he visto a todas luchando entre sí. Prefiero no involucrarme".

Luchas como las que sacuden a Myanmar desde hace más de tres años. Las últimas actualizaciones hablan de casi 3 millones de personas desplazadas y casi 19 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria sobre una población de más de 56 millones. “La creación de un Estado federal es una posibilidad”, comenta Aris. “Pero todavía llevará mucho tiempo reconstruir el país y devolverlo a la senda democrática. Hay muchas facciones diferentes que recién ahora están aprendiendo a trabajar juntas. Creo que eso es lo único bueno que ha traído este golpe militar, obligar a las personas a trabajar juntas como nunca antes lo habían hecho, aunque es triste que haya sido necesario todo esto para que eso suceda".

En este momento los enfrentamientos más feroces se están registrando en el Estado occidental de Rakhine, en la frontera con Bangladés, habitado por los rohingya, una minoría de religión musulmana que en 2017 fue perseguida por el ejército birmano. En aquel momento Aung San Suu Kyi también fue acusada de ser cómplice de “genocidio”: “Los medios internacionales estaban completamente equivocados. Obviamente la gente podría pensar que soy parcial porque soy su hijo, pero es suficiente mirar lo que estaba ocurriendo en aquel momento. Por supuesto, no decía lo que algunos querían escuchar”, explica Kim Aris. “Pero eso no significa que no estuviera haciendo todo lo posible para tratar de mejorar la situación. Su principal asesor era un musulmán de Rakhine que fue asesinado en el aeropuerto de Rangún. Y al mismo tiempo estaba siguiendo todos los consejos que le daban los expertos de la ONU. Pero nadie se acuerda de mencionar esas cosas”.

“Había buenas razones para que mi madre no denunciara lo que estaba ocurriendo, porque probablemente habría provocado un derramamiento de sangre antes de que efectivamente sucediera. La comunidad internacional pensaba que sabía más". En cambio los birmanos tuvieron claro desde el principio que Aung San Suu Kyi estaba tratando de mantenerse en el poder sin ponerse en contra del Ejército, que controlaba una cuarta parte del Parlamento y los ministerios más importantes. “Desde fuera no se podía entender que la situación era delicada, que la democracia todavía se estaba construyendo, que era una obra inconclusa. La situación con los rohingya no es sencilla. La gente quería que dijera que se estaba produciendo un genocidio, pero esa es una forma demasiado apresurada de etiquetar una situación compleja; 'genocidio' es una palabra muy específica".

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