El futuro de la Iglesia católica rusa
El ex secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Igor Kovalevsky, abandonó el servicio eclesiástico a raíz de una polémica con sus superiores y co-hermanos. La cuestión central del debate es el destino de los edificios vinculados a la Iglesia de los Santos Pedro y Pablo, en Moscú. La necesidad de desarrollar un "sano patriotismo" católico ruso.
Roma (AsiaNews) - Gran estruendo entre los católicos de Moscú (y de otras confesiones) tras la ruptura de uno de sus principales representantes: el ex secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Igor Kovalevsky, abandonó su servicio eclesiástico a raíz de una disputa con sus superiores y co-hermanos. Su ministerio sacerdotal coincidió con el período de treinta años del "renacimiento religioso" de la Rusia postsoviética; las cuestiones que plantea se refieren no sólo a desacuerdos personales, sino también a algunas dimensiones importantes de la misión de la Iglesia en general.
El 19 de noviembre, el arzobispo Kovalevsky explicó su dramática decisión en una larga entrevista con el portal Credo.ru -una importante fuente de información sobre la vida religiosa en Rusia-, haciendo públicas sus declaraciones. Como predecesor de Kovalevsky (fui prosecretario de la Conferencia Episcopal Rusa en el momento de su creación), creo que es importante aceptar su provocación, no para alimentar una polémica, sino para acoger el llamamiento de un hermano y un amigo, y por el bien de toda la comunidad.
Mi intención no es comentar la cuestión que lo llevó a tomar la decisión de abandonar: el destino de los edificios vinculados a la iglesia de los Santos Pedro y Pablo en Moscú, que la Curia pretende utilizar para obtener beneficios económicos, en lugar de procurar devolverla a la disponibilidad de culto y actividades pastorales. Como dice monseñor Kovalevsky, "se aprende que el diablo existe precisamente en la experiencia del servicio", donde se está llamado a tomar decisiones por el bien de la Iglesia, y surgen inevitablemente tentaciones y debilidades humanas.
Es evidente la "debilidad material y espiritual de la Iglesia en Rusia”, tal como se la describe en la entrevista, y esta circunstancia simbólica la vuelve aún más visible. Esta es la cuestión que concierne a todos: si la Iglesia debe guiarse por "proyectos ambiciosos" o por el "realismo". En los treinta años posteriores a la URSS, surgió esta alternativa: en un primera fase, el entusiasmo por el renacimiento llevó a inaugurar muchos edificios, incluso antes de que se reunieran los fieles, pero en los últimos 15 años surgió la necesidad de reducir las iniciativas y los programas pastorales. Se trataba de encontrar la dimensión adecuada de la "presencia" de los católicos en el país, en lugar de lanzarse a la "misión", si nos atenemos a las palabras de mons. Kovalevsky.
La reconstrucción de la Iglesia en Rusia comenzó desde cero, tras 70 años de ateísmo forzoso. Los fieles eran y son pocos, incluso en la Iglesia Ortodoxa mayoritaria, y aún después de 30 años, la educación y cultura religiosa de los rusos sigue siendo muy precaria. Reabrir las iglesias es sólo una premisa, y a menudo se ha confiado a las estructuras todo la labor del anuncio del Evangelio, cuando en realidad surge del corazón de las personas. En Rusia, los católicos son una minoría, y siempre se ha temido analizar las cifras reales para no "desmerecer su imagen", como dijo monseñor Kovalevsky. Se calcula que hay alrededor de un millón de fieles católicos, pero no hay más de 100.000 creyentes practicantes, y de los 100 millones de ortodoxos, sólo tres o cuatro millones van a la iglesia.
El ex secretario de la Conferencia Episcopal también toca un tema muy delicado, lo que él llama "polonofobia": la alergia a los polacos en Rusia. Es un problema que tiene raíces históricas muy antiguas, pero que está asociado a otras formas de incomprensión, dentro de la propia comunidad católica rusa. Existe una discrepancia entre los misioneros extranjeros y los del mundo polaco-ucraniano, como el propio Kovalevsky. Los occidentales se apresuraron a ir a Rusia (yo llegué a mediados de la década de 1980) albergando visiones románticas y literarias de la "Santa Rusia", el socio ideal del universalismo católico. Los eslavos de otras naciones, en cambio, eran muy conscientes de los límites no sólo de la Rusia histórica, sino especialmente de la Rusia postsoviética, donde los grandes ideales suelen quedar oscurecidos por esquemas ideológicos y prejuicios ancestrales.
Otra grieta evidente -que toca superar, y que ciertamente no concierne sólo a Rusia- es la que separa a los "tradicionalistas" de los "innovadores". Esta brecha se exacerba por la confrontación con la tradición ortodoxa, muy renuente a cualquier tipo de reforma, sobre todo litúrgica. El estilo de las celebraciones, más que la variante ritual, asume una importancia decisiva en la obra de evangelización. Y esta es una cuestión verdaderamente capital en toda la Iglesia.
Por otro lado, la práctica en la vida real dista mucho del ecumenismo "oficial". El encuentro del Papa Francisco con el Patriarca Kirill en febrero de 2016 fue una "cumbre" que tuvo poco impacto en la vida de los fieles católicos y ortodoxos. El arzobispo Kovalevsky espera que se desarrolle un "sano patriotismo" de los católicos rusos, que tenga en cuenta tanto las perspectivas universales como las expresiones del alma del pueblo ruso, que se debate entre la nostalgia de la grandeza pasada y el deseo de ser protagonista en los equilibrios mundiales, culturales, éticos y religiosos incluso más que económicos, políticos y estratégicos.
Hay muchas cosas por discutir, y esperamos que se pueda aprovechar realmente el "camino sinodal" que el Papa Francisco propone a toda la Iglesia. Un camino en el que participan pastores y ovejas, clérigos y laicos, cristianos de todas las orientaciones y tradiciones. Y que ello pueda recuperar a un hermano desanimado como Monseñor Kovalevsky, para seguir ofreciendo a la Iglesia su precioso servicio como sacerdote, profesor, miembro de la comunidad católica de Rusia y del mundo entero.
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