20/07/2024, 15.50
MUNDO RUSO
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El fin de la filosofía postsoviética

de Stefano Caprio

Para el especialista en Historia del Pensamiento Mijail Maiatsky, la Rusia de Putin ha "hecho desaparecer la filosofía", sustituyéndola por una ideología patriótica pseudocientífica basada en una lectura arbitraria de la historia rusa y universal. Incluso la referencia al pensador existencialista Ivan Ilyin tampoco se utiliza para plantear una verdadera reflexión sobre el significado de las tragedias que están ocurriendo. Y resulta más urgente que nunca esa "estética del renacimiento" sobre la que ya escribía Aleksej Losev en los años '80.

 

Un importante especialista ruso en Historia de la Filosofía, Mijail Maiatsky, que vive y enseña en Suiza desde hace más de treinta años, ha publicado una colección de ensayos de diversos autores titulada "Frente a la catástrofe", y considera que la guerra rusa en Ucrania ha cerrado definitivamente el período de la "cultura postsoviética". La Rusia de Putin, en su opinión, ha "eliminado la filosofía", sustituyéndola por una ideología patriótica pseudocientífica basada en una lectura arbitraria de la historia rusa y universal. Remitiéndose a las reflexiones de filósofos franceses como Jacques Rancière y Gilles Deleuze, Maiatsky define las condiciones en las que vive Rusia desde hace casi tres años como "la apoteosis de lo imprevisible, del azar y de la a-causalidad", que destruye toda potencialidad y toda perspectiva para el futuro.

Por otra parte tampoco se puede hablar de una verdadera "filosofía postsoviética", considerando que los primeros veinte años posteriores a la caída de la URSS se dedicaron sobre todo al redescubrimiento del patrimonio cultural devastado y prácticamente borrado en el siglo XX, especialmente el del pensamiento eslavófilo que fue derrotado por la revolución bolchevique. A principios de la década del noventa proliferaron las recopilaciones y estudios como La idea rusa de Mijail Maslin, quien después fue el autor de la Historia de la filosofía rusa que adoptó la Universidad Lomonosov de Moscú en 2008. Muchos otros han publicado manuales y estudios de Historia de la Filosofía para las universidades, con el objetivo de lograr una verdadera "reconversión de la Filosofía", pasando de los estudios obligatorios de la época soviética, el marxismo-leninismo y el ateísmo, a la Historia y la Filosofía religiosa o incluso la Teología. También nacieron muchos institutos de estudios eclesiásticos, el más autorizado de los cuales es sin duda el ortodoxo de San Tijon de Moscú, y hasta los católicos abrieron en la capital en 1991 el Instituto Santo Tomás, que actualmente dirigen los padres jesuitas.

En los últimos diez años el nacionalismo gran-ruso ha desmantelado progresivamente todos los intentos de recuperar el espíritu multiforme de la cultura rusa de los siglos anteriores al "yugo soviético", adoptando posiciones similares a las "paneslavistas" que habían exasperado el debate entre eslavófilos y occidentalistas en el siglo XIX. Readoptando posiciones que consideraban la idea o el "mundo ruso" como el cumplimiento de los destinos de la historia - como las del famoso ensayo Rusia y Europa de Nikolai Danilevski de 1869 - el llamado "catecismo completo del eslavofilismo" - la filosofía volvió a centrarse en la lucha contra el Occidente que humilla a Rusia. Un sentimiento que en aquel momento derivaba de la ruinosa derrota en la guerra de Crimea y que ahora revive tras el colapso de la Unión Soviética. Danilevski proponía la investigación "biológica" del tipo ruso como el tipo humano definitivo, original y "pacificado", tras la sucesión de diez tipos históricos posteriores al romano-germánico, ya fosilizados y destinados a refundirse en el dominio cultural ruso.

Un punto de referencia más reciente es el pensador existencialista Ivan Ilyin, al que se considera "el filósofo favorito de Putin", expulsado de la URSS en 1922 y fallecido en 1954, simpatizante del nazismo como única salvación del comunismo soviético. Se ha abierto ahora una nueva Escuela de Filosofía Política que lleva su nombre en la más prestigiosa universidad de Moscú, la Escuela Superior de Economía, confiada a la dirección de uno de los principales ideólogos del soberanismo ruso euroasiático y universal, el popular Alexander Dugin. En realidad, Ilyin se había concentrado en las cuestiones del hombre y la renovación de la sociedad, en una filosofía de la experiencia espiritual muy intensa, hasta el punto de que en 1918, cuando todavía estaba en Rusia, escribió su tesis doctoral sobre la filosofía de Hegel como doctrina sobre la concreción de Dios y del hombre, una de las mejores investigaciones rusas de crítica filosófica. Vivió en Berlín durante los años del ascenso de Hitler, pero luego se retiró a Suiza para escribir finalmente, en 1953, los Axiomas de la experiencia religiosa, basándose en el concepto clave de "evidencia" entendido en un sentido muy amplio, figurativo y metafórico: proponía la condición del alma humana como opuesta a la ceguera de la visibilidad superficial, la capacidad de contemplación multiforme y de profunda sensibilidad, para encontrar la dirección a seguir después de todas la vorágine.

Ni siquiera estos filósofos, a pesar de que se los considera inspiradores de la Rusia militante, hoy tienen la capacidad de hacer reflexionar verdaderamente sobre el significado de las tragedias que están ocurriendo. Nada puede justificar realmente la guerra mundial de Rusia, comenzando por Ucrania y todos los territorios de su imperio perdido, y las reclamos ideológicos no tienen raíces reales ni siquiera en la filosofía rusa más extrema del pasado antiguo y reciente. Los sucesos de los dos últimos años no tiene una definición adecuada, no hay "eurasianismo" ni "soberanismo" que explicite el significado semántico de la destrucción, y el "mundo ruso" que se proclama es un mundo vacío, desde el punto de vista conceptual incluso antes que social, político, militar o económico.

Maiatsky también hace referencia a una colección estadounidense de ensayos recientemente publicada, Experts' Scenarios on Russia's Future, que intenta identificar los efectos futuros de la guerra en curso; pero aquí resulta evidente hasta qué punto la guerra trivializa y vacía de significado las actitudes y reacciones humanas, incapacitando para evaluar el verdadero alcance de los conflictos, sobre todo cuando se multiplican y superponen. Quién es el agresor y quién es el agredido es algo obvio, pero se vuelve insignificante en el caldero ideológico de las frases hechas: "somos un solo pueblo", "Ucrania no existe", "no luchamos contra los ucranianos, sino contra el imperialismo estadounidense” y otras expresiones similares sobre la opresión israelí a los palestinos o la integridad territorial de Armenia o cualquier otro caso. Rusia ha inaugurado la "era del infantilismo", según el filósofo, demostrando que no es capaz de atenerse a las reglas de la política internacional, sino que sólo le interesa torcerlas en función de sus propios intereses, buscando justificaciones que carecen completamente de fundamento.

Lo que está ocurriendo no sólo es irreparable sino que, como decía Hannah Arendt, «ha ocurrido algo que no puede ser castigado ni tampoco perdonado». La muerte de decenas de miles de ucranianos pacíficos, entre ellos cientos de niños, es un hecho irreparable, por no hablar del trauma psíquico de millones de niños y adultos de todos los bandos: la moralidad no toma partido ni por uno ni por otro, simplemente se desvanece en la nada. No existe un "mundo ruso", sólo existe el triunfo del resentimiento, el sadismo, la indiferencia y la frustración: Maiatsky propone escribir sobre la tumba de Putin, cuando muera, las palabras "Puso fin al proyecto Rusia".

Por otra parte, una expresión muy común entre los rusos que han emigrado a tantos países es "estamos muertos", entregándose preventivamente a la sepultura o soñando un futuro renacimiento. El concepto mismo de "emigración" ha cambiado después de febrero de 2022, con una división artificiosa entre aquellos que lograron escapar porque tenían la posibilidad, los que no pudieron hacerlo y los que, pudiendo hacerlo, no se fueron. Los que están fuera esperan que colapse el régimen de Putin lo antes posible, los que están dentro intentan sobrevivir y esperan que no se les derrumbe todo encima, y resulta imposible separar los bandos de los que están en contra o a favor de la guerra; prevalece el sentimiento de pérdida de la propia realidad personal, familiar e incluso nacional y étnica, de un lado y otro de todas las barricadas. El éxodo de estos dos años ha creado una nueva condición demográfica, por no decir antropológica, desprovista de referencias culturales y religiosas, geográficas y políticas, y esta indeterminación no concierne sólo a rusos y ucranianos, considerando la frecuentación recíproca y la mezcolanza del mundo artificial e informático, en el que todos vivimos.

Todos estamos haciendo equilibrio en las fronteras de la historia, sentimos el estremecimiento de la delgada hoja que nos impide movernos, por miedo a perder la integridad espiritual, incluso antes que la territorial. La guerra no se detiene, al contrario, parece extenderse hasta el infinito; las conferencias de paz y las invitaciones a las negociaciones parecen escaramuzas vacías de contenido debido a las necesarias pausas por el calor tórrido y el reabastecimiento de armas, para reanudar las ofensivas en el otoño antes de la nueva interrupción invernal. Hay cansancio y acostumbramiento al mismo tiempo, ya no tiene sentido ver los noticieros, que sólo multiplican la rabia, el embotamiento y la depresión. No hay solución, sólo puede haber resurrección, un renacimiento humano después de la vergonzosa reducción del renacimiento religioso al servicio de la política más inhumana.

Uno de los pocos filósofos que supo preservar el legado del pensamiento religioso ruso durante las décadas soviéticas, Alexei Losev, en 1982, poco antes de su muerte, escribió un ensayo sobre la Estética del Renacimiento, donde retomaba las intuiciones del gran teólogo Pavel Florenski, fallecido en un campo de concentración en 1937. Entre la "sumisión a Dios" de la Edad Media y la "lucha contra Dios" de los nuevos tiempos, dos posiciones que define como "biopolítica teológica", sólo queda el verdadero humanismo, el que cree en un Dios que quiere experimentar la humanidad para hacerla renacer de toda destrucción, a través de la purificación del arrepentimiento y la libre elección del propio destino.

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