08/07/2017, 15.58
ISRAEL - SIRIA
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El 'extraño caso' de Bashar al-Assad y el gas nervioso

de Uri Avnery

El gran estadista israelí comenta las acusaciones al presidente sirio de haber bombardeado la ciudad de Khan Sheikhoun el 4 de abril pasado, y de utilizar gases letales contra su pueblo. Pero se carece de pruebas que condenen a Assad. En Siria, “todos combaten con todos los demás, contra todos los demás”. El ataque punitivo de Trump, contra la voluntad de los generales de los EEUU y con el aplauso de los medios, “inconscientes prisioneros de mentiras”. 

Jerusalén (AsiaNews/Gush Shalom) – Conan Doyle, el legendario creador de Sherlock Holmes, habría titulado este incidente “El extraño caso de Bashar al-Assad”.

Que es extraño, lo es.

Se refiere a las malvadas acciones de Bashar al-Assad, el dictador sirio, que ha bombardeado a su mismo pueblo con gas sarín, un gas nervioso, provocando la violenta muerte de las víctimas.

Al igual que el resto del mundo, supe del horrible ataque pocas horas después de sucedido. Como todos, quedé en estado de shock. Y sin embargo…

Y sin embargo, soy un periodista profesional dedicado a la investigación. Durante 40 años de mi vida, he sido jefe de redacción de una revista semanal de investigación que ha revelado casi todos los mayores escándalos de Israel a lo largos de esos años. Jamás perdí una causa por calumnias, y la verdad es que raramente he sido denunciado. Y no estoy mencionando esto para jactarme, sino para revestir de un poco de autoridad lo que estoy por decir.

En mi época, decidí publicar miles de artículos de investigación, incluso algunos que se referían a las personas más importantes de Israel. Es menos sabido que también decidí no publicar cientos de otros, porque creí que carecían de la credibilidad necesaria para ello.  

¿Cómo lo decidía? Ante todo, solicitaba pruebas. ¿Dónde están? ¿Quiénes son los testigos? ¿Hay documentación escrita?

Pero siempre había algo que no podía ser definido. Más allá de los testimonios y documentos, hay algo en la mente de un editor que le dice a él o a ella: “Espera, hay algo errado. Hay algo que falta. Algo no cierra”.

Es una sensación. Llamadla voz interior. Un tipo de intuición. Una advertencia que te dice, en el momento en que escuchas hablar del caso por primera vez: “Atento. Sigue verificando una y otra vez”.

Esto es lo que me ocurrió cuando por primera vez escuché que, el 4 de abril pasado, Bashar al-Assad había bombardeado Khan Sheikhoun con gas nervioso.

Mi voz interior me dijo: “Hay algo que no cierra. En esta historia, algo apesta”.

Ante todo, fue todo demasiado veloz. Pocas horas después del hecho, todos sabían que había sido Bashar.

Por supuesto, ¡fue Bashar! No hay necesidad de pruebas. No hay necesidad de perder el tiempo verificando. ¿Quién, sino Bashar?

Pues bien, hay otros candidatos distintos, que son varios. La guerra en Siria no se desarrolla sobre dos frentes. Ni siquiera sobre tres o cuatro. Es casi imposible contra los frentes.

Está Bashar, el dictador, y sus aliados cercanos: la República islámica de Irán y el Partido de Dios (Hezbollah) en el Líbano, ambos chiitas. Está Rusia, una sostenedora cercana. Están los Estados Unidos, el enemigo lejano. Están las milicias kurdas. Y, como es obvio, está Daesh (o ISIS, o EI), el Estado islámico de Irak y al-Sham (nombre árabe para Gran Siria).

No es un guerra clara, de una coalición contra otra. Todos combaten con todos los demás, contra todos los demás. Americanos y rusos con Bashar, contra Daesh. Americanos y kurdos, contra Bashar y rusos. Las milicias “rebeldes” luchan entre sí, y contra Bashar e Irán. Y así sucesivamente. (en algún bando está también Israel, pero... silencio… callemos).

Entonces, en este extraño campo de batalla, ¿cómo ha podido decirse que el responsable fue Bashar, cuando apenas habían pasado minutos desde que se produjo el ataque químico?

La lógica política no apunta en esa dirección. Últimamente, Bashar está ganando. No tenía ninguna razón para hacer algo semejante, capaz de poner en aprietos a sus aliados, especialmente a los rusos.  

La primera pregunta que Sherlock Holmes plantearía es: “¿Cuál es el móvil? ¿Quién puede beneficiarse en algo, de todo esto?”

Bashar no tenía motivo alguno para hacerlo. Bombardear con gas a sus ciudadanos es algo que sólo lo llevaría a perder.

Siempre que, obviamente, no esté loco. Y nada indica que lo esté. Por el contrario, para estar en pleno control de sí. Incluso resulta más normal que Donald Trump.

No me agradan los dictadores. No me agrada Bashar al-Assad, un dictador e hijo de un dictador (Assad, como sea, significa león). Pero entiendo por qué está donde está.  

Mucho antes de la Primera Guerra Mundial, el Líbano formaba parte del Estado sirio. Ambos países eran un popurrí de credos y pueblos. En el Líbano había cristianos maronitas, melquitas griegos, católicos griegos, católicos latinos, drusos, musulmanes sunitas, musulmanes chiitas y muchos más. Los judíos, en su mayor parte, dejaron el territorio.

Todos éstos existen también en Siria, con el agregado de kurdos y alauitas, los seguidores de Ali, que pueden ser tanto musulmanes como no (dependiendo de quién hable). Además, Siria está dividida por dos ciudades que se odian entre sí: Damasco, la capital política y religiosa, y Alepo, la capital económica, con otras ciudades que se sitúan en medio de ellas –Homs, Hama, Latakia. La mayor parte del país es desértico.

Tras haber pasado muchas guerras civiles, los dos países han hallado dos soluciones diversas. En el Líbano, llegaron a un acuerdo con un pacto nacional, en base al cual el presidente es siempre un maronita, el primer ministro siempre un musulmán sunita, el comandante del ejército siempre un druso, y el vocero del parlamento, un rol sin poderes, siempre un chiita. (Antes de Hezbollah, los chiitas siempre estuvieron situados en el peldaño más bajo de la escalera).

En Siria, un lugar mucho más violento, han hallado una solución distinta: un tipo de dictadura acordada. El dictador fue elegido optando por una de las sectas menos poderosas: los alauitas. (los amantes de la Biblia recordaréis que cuando los israelitas eligieron a su primer rey, optaron por Saúl, un miembro de la tribu más pequeña).  

Este es el motivo por el cual Bashar continúa gobernando. Las distintas sectas y localidades tienen miedo la una de la otra. Necesitan del dictador.

¿Qué sabe Donald Trump de estas tramas entretejidas? Pues bien, nada.

Las imágenes de las víctimas del ataque químico han dejado en profundo estado de shock. ¡Mujeres! ¡Niños! ¡Los bellos niños! Por esto, decidió castigar inmediatamente a Assad bombardeando una de sus dos bases aéreas.   

Tras haber tomado la decisión, convocó a sus generales. Ellos objetaron la misma, aunque débilmente. Sabían que Bashar no estaba involucrado. Y aún siendo enemigas, las fuerzas aéreas americanas y rusas trabajan juntas, en estrecha cooperación (un detalle extraño) para evitar incidentes e iniciar la Tercera Guerra Mundial. Por lo tanto, están informados acerca de todas las misiones. La aviación siria es parte del acuerdo.

Los generales parecían ser las únicas personas medianamente normales en torno a Trump, pero Trump se negó a escucharlos. Así, lanzaron misiles para destruir la base aérea siria.

América se entusiasmó con esto. Todos los diarios opositores a Trump, liderados por el New York Times y por el  Washington Post, se apresuraron a expresar admiración por su genialidad.  

Y en medio de todo esto apareció Seymour Hersh, un reportero dedicado a la investigación, célebre en todo el mundo, el hombre que desenmascaró las masacres americanas en Vietnam y las cámaras de torturas americanas en Irak. Él había investigado el incidente en profundidad y llegó a la conclusión de que no hay ninguna prueba, en absoluto, y ninguna posibilidad de que Bashar haya usado el gas nervioso en  Khan Sheikhoun.

¿Qué ocurrió después? Algo increíble: todos los diarios estadounidenses famosos, incluyendo al New York Times y el New Yorker, se negaron a publicarlo. Y otro tanto hizo el London Review of Books. Al final, [la investigación] halló un refugio en el Welt am Sonntag, alemán.

Para mí, ésta es la verdadera historia. A todos les agradaría poder creer que el mundo, –y muy especialmente el “mundo occidental”- está lleno de periódicos honestos, que investigan de un modo profundo y publican la verdad. No es así. Seguro, es probable que no mientan de un modo consciente. Pero son inconscientes prisioneros de las mentiras.

Pocas semanas después del incidente, una estación de radio israelí me hizo una entrevista telefónica. El entrevistador, un periodista de derecha, me preguntó acerca del innoble uso del gas nervioso por parte de Bashar contra sus mismos ciudadanos. Le respondí que no había visto pruebas de su responsabilidad.  

Era evidente que el entrevistador estaba perplejo. Rápidamente, cambió de tema. Pero su tono traicionaba sus pensamientos: “Siempre he pensado que Avnery fuese un poco loco, pero ahora ha perdido completamente la cabeza”.

A diferencia del viejo y querido Sherlock, no sé quién es el culpable. Quizás Bashar lo sea, después de todo. Sólo sé que no tengo ninguna alguna de que él lo sea. 

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