El encuentro entre el Papa Francisco y Kirill: histórico y un poco surrealista
Los jefes de las dos tradiciones religiosas hieráticas se abrazaron en un ambiente despojado y “soviético”, esterilizado y sin el pueblo, ante la sola presencia de dignatarios, políticos y periodistas. De gran riqueza las propuestas de la declaración común, que traza un compromiso misionero que podrá ser llevado adelante durante siglos. El eco de Putin en la cuestión siria,; la “victoria” de Kirill sobre el uniatismo y Ucrania. La verificación del acuerdo en el compromiso hacia el mundo real.
Moscú (AsiaNews) – El improvisado encuentro, pero no imprevisto, entre el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú ayer en La Habana, ha abierto una ventana al futuro, pero también ha abierto el ático del pasado. Después de un cuarto de siglo desde el fin de la Unión Soviética - que entre otras cosas había llevado hasta el final la sovietología como una especialización académica y periodística - todo el mundo ha desempolvado su conocimiento de la historia de Rusia y sus relaciones interconfesionales, este último igualmente descuidado en el marchito movimiento ecuménico en el siglo XXI.
A partir de los antiguos Concilios del primer milenio, los comentaristas han luchado para recordar cismas, insultos y prejuicios, así como persecuciones, y las negociaciones secretas, las revoluciones y renacimientos, explicando la importancia histórica de una reunión que todo el mundo ha "esperado por siglos" , tal vez sin saber muy bien para qué. Ahora el gran evento se llevó a cabo, y todos afirman - a partir de los dos blancos patriarcas - sentirse más tranquilos y confiados, nadie sabe todavía con qué propósito real, pero sin duda lo van a encontrar, en el fondo se ha firmado una bonita declaración de 30 puntos, que abre a un trabajo de por lo menos tres siglos.
De hecho, "tener lugar" para esta reunión es una afirmación un poco simbólica, tal vez irreal. El aeropuerto de La Habana, llamado así por el poeta y filósofo José Martí, fundador del Partido Revolucionario Cubano y autor de la famosa Guantanamera, con sus colores rojos y azules vibrantes de fondo, ha hecho de contraste de una reunión entre los máximos representantes de ritualismo hierático Mundial, las dos iglesias "tradicionales" en la isla de la transgresión. El ambiente paradójico también estuvo marcado por la esterilización absoluta de la zona, donde no había ni rastro de personas, una Cuba sin cubanos, un aeropuerto sin pasajeros: sólo los políticos, prelados y periodistas, una escena de suspensión de la realidad. Más que parecer estar en el Caribe, paraíso de turistas, era un paso fuera del tiempo y del espacio, una inserción de la historia en el paraíso eterno del más allá.
Si el exterior era un no-lugar, un símbolo evacuado, la escena del interior ha demostrado lo contrario en toda su prosa inconfundible: como en muchos edificios de Rusia y de sus antiguos países satélites, el revestimiento externo no puede evitar el sentido de angustia del espacio interior, estrecha característica arquitectónica y existencial del socialismo. La pequeña sala de reuniones de los dos Padres de la Iglesia ha mantenido las proporciones, los colores y por supuesto el olor de la llamada khrusciovke, casas de posguerra soviéticas que optimizaban el espacio socialista, con sus techos altos de menos de tres metros y sus materiales de mala calidad y casi transparentes, que permite oír los suspiros de los vecinos y evitar cualquier tipo de intimidad. Cuando en la mitad de la habitación en la que los espectadores aguardaban dispuestos en dos filas ordenadas, se abrió a el postón divisorio de la otra mitad, de la cual debían entrar solemnemente los dos protagonistas principales, por un momento pensé estar viendo los uniformes del Ejército Rojo verde, escoltando huéspedes poco bienvenidos de los buenos tiempos de la Guerra Fría.
De hecho, para escoltar a los dos Santidades, puestos de acuerdo en defensa de los cristianos perseguidos, estaba un gran veterano de esos tiempos trágicos, aquel Raúl Castro que hasta ayer fue un gran perseguidor de los cristianos y disidentes, y hoy en día un poco neófito de Francisco, y un poco agente operativo de Putin y Kirill. Castro es el anfitrión de la casa, pero aquí parecía más bien el mayordomo del Patriarca de Rusia, a quien la isla había sido temporalmente alquilada. Por lo tanto, la obra maestra de la diplomacia ortodoxa se ha asegurado que fuese Francisco, el primado sudamericano, al encuentro de Kirill, que lo esperaba en su casa como si La Habana fuese su residencia de verano, una dacha en el Mar Negro de las Bermudas.
Sin embargo, sin querer insistir demasiado en las circunstancias únicas "minimalistas", como algunos caritativos comentarista han querido definirlas, por fin podemos suministrar la sustancia a los archivos: se han visto, han sonreído, se han abrazado, se reconocieron: Somos Hermanos -exclamó Francisco, ahora todo es más fácil, se hizo eco Kirill. Si con los otros patriarcas orientales, empezando por el de Constantinopla, los tonos son siempre corteses y solemnes, entre católicos y rusos todo adquiere un tono más sencillo y confidencial, a pesar de las paradojas y la desconfianza: son ellas dos, la primera y la tercera Roma, quienes barajan las cartas a todos los demás. Son los únicos dos que llevan el tocado blanco, signo universal que Moscú ha copiado de Roma cuando impuso su Patriarcado para salvar el mundo, en el pasado distante.
La baraja de cartas es rica, con todos los ases y el comodín necesarios: el Papa y el Patriarca, en la desvencijada mesa ofrecida por Castro, firmaron un enorme y ambicioso acuerdo, mucho más allá de la defensa de los cristianos en el Medio Oriente, motivo del encuentro que transcurrió entre espontáneos discursos improvisados por parte de ambos. El texto conjunto en 30 puntos sí que habla de la defensa de las comunidades perseguidas, pero también de la civilización humana del terrorismo, por lo que se necesita de una acción coordinada entre las potencias involucradas (el mantra de Putin en Siria), y la naturaleza humana de los ataques contra la familia y la vida, con la franqueza que el patriarca Kirill siempre ha tenido, que pidió a otros líderes cristianos, y que Francisco tenía un poco desvanecida.
Kirill también es muy querido por las referencias a la integración de los pueblos y los migrantes que rechaza el multiculturalismo, y defiende la identidad cristiana de los países europeos. En el documento, también existe la justicia, la opción por los pobres reclamada por Francisco, pero sin referencias a la protección de la creación, el tema común con Bartolomé de Constantinopla, pero no con Kirill, que ve la ecología con sospecha, como una excusa para aprobar otras reformas anti-cristianas.
Sobre el conflicto en Ucrania, se reitera fuertemente la condena al uniatismo, condición que siempre plantean los rusos para cualquier forma de diálogo, y se reclama a los cristianos ucranianos que dejen de litigar, excluyendo cualquier acusación de interferencia externa. No faltan indicaciones de tipo ecuménico-teológico, incluso en este caso bastante desequilibradas en la perspectiva rusa: se habla de la necesidad de expresar correctamente la fe trinitaria - reiterando una vez más y como siempre los bizantinismos del Filioque- pero no se mencionan las diferentes interpretaciones del Primado en la Iglesia, que desde hace diez años está tratando de incluir en el diálogo teológico, tema del cual los rusos no quieren ni siquiera oír.
¿Y después de eso? ¿Cómo será la relación entre Roma y Moscú? ¿Qué impacto tendrá esta reunión en el Sínodo Pan-ortodoxo de Creta, en junio? Creta también, en efecto, es una isla, aunque en el centro del Mediterráneo, también en este caso, elegida para evitar las tensiones de tierra firme. Desde las islas, tarde o temprano, deberá zarparse rumbo al mundo real, y desde el aeropuerto vacío, sumerigirse en la multitudinaria metrópolis, como Francisco en Ciudad de México y el mismo Kirill en La Habana. La ciudad de Cuba se ha convertido en la "capital de la unidad" de las Iglesias y de los tiempos, pasado y futuro, en el signos de dos hombres audaces y capaces de creer en la fantasía del Espíritu, que sopla donde y como quiere, y no sólo "desde el Atlántico hasta los Urales", sino también más allá de los océanos y de las islas.
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